Tribuna:SPLEEN DE MADRID

Giménez Caballero

Voy a Televisión para Encuentros, de Carlos Vélez, que me parece el programa/modelo de TVE, lo único presentable de aquel prado, y que por eso mismo no está ya, como debiera estar hace mucho, en la primera cadena, alfabetizando a los telepáticos. En la entrevista, Jesús Torbado, el hombre que hace ya muchos años me tumbó sobre la lona, me pregunta, hablando y hablando, y porque unas cosas traen otras, por Giménez-Caballero, a quien saco en mi último libro como personaje descabalado y descabalgado, Marinetti en calderilla del fascismo español. Después de la en...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Voy a Televisión para Encuentros, de Carlos Vélez, que me parece el programa/modelo de TVE, lo único presentable de aquel prado, y que por eso mismo no está ya, como debiera estar hace mucho, en la primera cadena, alfabetizando a los telepáticos. En la entrevista, Jesús Torbado, el hombre que hace ya muchos años me tumbó sobre la lona, me pregunta, hablando y hablando, y porque unas cosas traen otras, por Giménez-Caballero, a quien saco en mi último libro como personaje descabalado y descabalgado, Marinetti en calderilla del fascismo español. Después de la entrevista me he estado planteando el caso Giménez-Caballero, que, como apuntaba Torbado, es efectivamente una recuperación de cierta juventud española (la derecha prefascista y vago intelectual). Creíamos que a la muerte del difunto iban a volver los nombres de Azaña, Batea, Jarnés, Juan Ramón, Prados, Altolaguirre, Cernuda, José Gaos, Lafora, y quien vuelve es don Ernesto Giménez-Caballero, que, por otra parte, siempre ha estado. La juventud es imprevisible y España, a veces, es impresentable. Cuarenta años de clandestinidad, literatura del exilio leída bajo el mostrador de la librería, cuarenta años dialogando de democracia, en el campus de la Complutense, con los caballos de los guardias, y, cuando viene la democracia y los caballos se van a casa, a quien recuperamos es a Giménez-Caballero. Sólo le falta irse a América y entrar otra vez en España, de muerto/vivo, por Cartagena.Dionisio Ridruejo me lo definía como el primer fascista y casi creador del fascismo español, a E. G.-C. y luego explicaba su estilo como caótico, tejido de simplificaciones históricas y, por supuesto, menopáusicamente sobrado de mayúsculas, interjecciones, admiraciones, interrogaciones, puntos suspensivos y otros menudillos tipográficos que desdeña cualquier escritor con/sin Libro de estilo de este periódico.

Giménez-Caballero, antes de la guerra, anduvo destrozado por dos influencias mayores, Ortega y Ramón, que le dejaron para siempre el síndrome -fallido en él- de las grandes síntesis iluminadoras del pensador y de las novísimas imágenes creadoras del greguerizador. Con los destrozos de lo uno y lo otro ha hecho toda la vida su forzosa escritura, y en los felices cuarenta publicó un opúsculo titulado Valladolid, la ciudad más romántica de España, -que yo leí lleno de fervor vallisoletano y asco literario, llegando a una conclusión que ya conocía: que Valladolid es una ciudad muy polvorienta, que el viento de la meseta mueve mucho polvo por Valladolid.

No hago crítica literaria ni justicia política. Se puede ser un fascista tan grande literariamente corilo D'Annunzio, Malaparte, Marinetti, Pierre Drieu de la Rochelle, Borges o Cellini. Digo, sencillamente, que Ernesto Giménez-Caballero escribe muy mal, ha confundido literatura con espasmo tipográfico e Historia con jalea y jaleo de citas del Espasa. Pero tampoco eso sería alarmante ni lo es el que unos cuantos jóvenes transidos del mundo de papá, entre el burgués que dormía en Azaña y el fascista que se uniformaba en Giménez-Caballero, recuperen a este particular con tres desencajaduras graves en su persona: las gafas, el bigote y las botas (cuando usaba). Ninguna de las tres cosas las ha llevado jamás en su sitio y es como un involuntario Groucho Marx, ya por eso casi entrañable, que en la posguerra fundó en el Nuevo Café de Levante, ya desparecido, en la Puerta del Sol, una tertulia l¡teraria y cripta de don Quijote que venía a ser desastrada recluta y frío plagio de la cripta ramoniana, mientras Ramón, así saqueado por su segundón ni siquiera hermoso, como eran los de Valle, mientras Ramón, digo, pasaba hambre. en Buenos Aires y escribía solapas de libros toda la noche, para vivir, hasta romper la pluma y escribir en su Diario íntimo/póstumo: «Las plumas son unas hijas de puta». ¿Sólo las plumas, Ramón? Comprendí que la transición cultural era el eterno retorno cuando supe que había servido, mayormente, para recuperar no a la otra España ni a ésta, sino al irrecuperable don Ernesto Giménez-Caballero.

Archivado En