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El veto a los planes regionales

El plan económico de Extremadura, made in PSOE y compartido de alguna manera por sectores muy amplios, socialistas o no, de la región, se debatió en el Congreso con los resultados previsibles; el Gobierno se muestra muy reacio a esta clase de planes, pues cree que cualquier ayuda importante al desarrollo de regiones deprimidas puede ser, hoy por hoy, peligrosa como factor inflacionario. A mi juicio, esta es la razón de fondo por la cual el Gobierno no presentó un plan alternativo ni hubo tampoco interés en enmendar el originario. Enviar ahora el plan desde el Congreso a la junta, ¿no es...

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El plan económico de Extremadura, made in PSOE y compartido de alguna manera por sectores muy amplios, socialistas o no, de la región, se debatió en el Congreso con los resultados previsibles; el Gobierno se muestra muy reacio a esta clase de planes, pues cree que cualquier ayuda importante al desarrollo de regiones deprimidas puede ser, hoy por hoy, peligrosa como factor inflacionario. A mi juicio, esta es la razón de fondo por la cual el Gobierno no presentó un plan alternativo ni hubo tampoco interés en enmendar el originario. Enviar ahora el plan desde el Congreso a la junta, ¿no es como mandarle de Herodes a Pilatos? De cualquier modo, dejemos a un lado el análisis de los pretextos para pasar al estudio de las posibilidades.La primera condición para que un plan regional sea viable es que contribuya a frenar la inflación mediante progresos en la estructura productiva, pues se equivocará quien piense que la lucha contra la inflación es un blitzkrieg. La política monetaria es necesaria, pero no suficiente.

La concentración de industrias en unas pocas áreas desarrolladas del país no tiene siempre una clara justificación económica, sobre todo cuando se trata de actividades que apenas se benefician de las economías externas y que sufren, por el contrario, deseconomías de localización (a causa, principalmente, dé los altos salarios que se pagan en esas áreas). Sin embargo, muchos pequeños empresarios siguen invirtiendo allí por razones psicológicas y por falta de información. Una política de estímulos moderados, si se la orienta atractivamente, puede incitarles a cambiar, sus preferencias, aprovechando las ventajas que ofrecen las regiones deprimidas en diversos campos de la industria ligera. Se dirá que, entre tales industrias, algunas están en crisis. Pero es que, precisamente, la crisis se debe en muchos casos a una equivocada localización. Si localizamos los talleres intensivos en trabajo, en las zonas donde la mano de obra es más cara, no nos extrañemos luego de su crisis inevitable. Todas las regiones del país, las ricas y las pobres, perderán si seguimos con el miedo hacia un dinamismo económico que lleve a grados más avanzados de especialización regional.

Las cooperativas de producción contribuyen también a combatir la inflación, porque a su través se ajusta el salario real a disposiciones crecientes de empleo, cuando en las regiones deprimidas vienen a remediar un verdadero problema de subsistencia. Por eso, y por otras razones, un plan regional debe de insistir en ellas.

Un buen plan regional no equivale a una lista de inversiones faraónicas, y ni siquiera debe asociarse mentalmente con fuertes aumentos del gasto público. Lo esencial es que el plan asegure una racionalización del gasto. Si nos dieran a elegir entre una renovación de las carreteras extremeñas y la creación de puestos de trabajo estables, y no pudiéramos quedar nos, naturalmente, con ambas cosas a la vez, interesaría renunciar a las buenas carreteras, en tanto sigan circulando los camiones sin embotellamientos.

Si ciertas obras públicas generan más inflación que empleo, en comparación con otras inversiones posibles, los planes regionales tienen que apuntar a otras dianas. Más allá de la infraestructura del cemento existe una infraestructura de los servicios públicos que constituye, a veces, un obstáculo al desarrollo y que podría corregirse a bajo coste, aunque habría que inspirar diversos cambios en la organización. Costaría poco, en términos presupuestarios, multi plicar la rentabilidad de La investigación agraria y de las campañas de sanidad animal; su fracaso hace que en Extremadura, como en otras regiones, se carezca de variedades de cultivo o se llegue al caso, increíble, de que no se añada cloro al agua que bebe el ganado. Las consecuencias son gigantescas.

Creo que los socialistas podemos pronunciarnos no ya por una elemental regionalización de la investigación aplicada, sino incluso por su transferencia parcial al sector privado en casos de atonía, devolviendo así la pelota a quienes sólo quieren transferir al sector público las empresas ineficientes.

Es cierto que los planes regionales son posibles cuando ofrecen al conjunto del país tanto, por lo menos, como exigen de él, en una pura y justa reivindicación regionalista.

Enrique Ballestero es catedrático de Economía de la empresa y diputado del PSOE por Badajoz.

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