Crítica:TEATRO

Sueños de un perdedor

Woody Allen ha sabido hacernos a todos un poco neoyorquinos, un poco judíos, un poco intelectuales; un mucho tímidos. Escribe -o actúa- siempre sobre sí mismo: es su manera de trascender sobre nosotros y sobre la sociedad en torno. El problema que se planteaba al presentar en castellano su comedia Play it again, Sam (con el título de Aspirina para dos) debió ser el de cómo interpretarla; él mismo la interpretó en Broadway, y también la versión cinematográfica (Sueños de un seductor).Se puede traducir un texto, pero ¿cómo traducir una interpretación, sobre todo cuando el te...

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Woody Allen ha sabido hacernos a todos un poco neoyorquinos, un poco judíos, un poco intelectuales; un mucho tímidos. Escribe -o actúa- siempre sobre sí mismo: es su manera de trascender sobre nosotros y sobre la sociedad en torno. El problema que se planteaba al presentar en castellano su comedia Play it again, Sam (con el título de Aspirina para dos) debió ser el de cómo interpretarla; él mismo la interpretó en Broadway, y también la versión cinematográfica (Sueños de un seductor).Se puede traducir un texto, pero ¿cómo traducir una interpretación, sobre todo cuando el texto ha sido escrito por el actor para sí mismo? La elección del actor español, Nicolás Dueñas, y la del director, Montesinos, ha sido la imitación. Supone un enorme esfuerzo, no suficientemente premiado por el resultado; no por falta de calidad o de profesionalidad, sino, probablemente, porque la tarea es imposible. Quizá hubiera sido mejor la creación directa del personaje, olvidándose del peso previo de uno de los actores más populares -y mejores- de esta época. En todo caso, la comparación es inevitable y siempre molesta.

Aspirina para dos, de Woody Allen

Adaptación de Juan José de Arteche. Intérpretes: Nicolás Dueñas, Loreta Tovar, Antonio Iranzo, Andrés Resino, Yolanda Farr, Africa Pratt. Decorado de Emilio Burgos. Dirección de Angel F. Montesinos. Estreno: Teatro Marquina, 6-5-1980.

Toda la comedia adolece de este problema: la comparación. El cine y el actor están siempre demasiado encima. El ritmo no sigue, las frases no traspasan tanto como sería necesario. Queda una comedia grata, tierna y poética; queda siempre ese asombro de Woody Allen por la vida y por sí mismo en la vida: la filosofía del perdedor en una sociedad que imagina de ganadores.

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