Doce horas de improvisación musical en la universidad

El pasado jueves tuvo lugar en la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid el I Festival de la Libre Expresión Sonora.

Fueron doce horas de improvisación musical que reunieron todo tipo de iniciativas musicales, desde el free absolutamente desmadrado de Orgón 2 hasta la utilización del agua y del aire por parte del Taller de Música Mundana o la música repetitiva a cargo del grupo Piolín en su segunda aparición. Por allí surgieron todo tipo de instrumentos, tanto tradicionales como inhabituales, hasta llegar a un tipo de música tan descriptiva como la que sobr...

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El pasado jueves tuvo lugar en la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid el I Festival de la Libre Expresión Sonora.

Fueron doce horas de improvisación musical que reunieron todo tipo de iniciativas musicales, desde el free absolutamente desmadrado de Orgón 2 hasta la utilización del agua y del aire por parte del Taller de Música Mundana o la música repetitiva a cargo del grupo Piolín en su segunda aparición. Por allí surgieron todo tipo de instrumentos, tanto tradicionales como inhabituales, hasta llegar a un tipo de música tan descriptiva como la que sobre el canto de los pájaros y con flautas dulces realizó Andreas Prittwitz, que cerró el acto.La misma denominación del festival, organizado por Llorenç Barber, implica que existen expresiones sonoras no libres, así como que expresión sonora no es sinónimo de expresión musical. De hecho, daba la impresión de que para algunas de las realizaciones que allí se presentaron ni siquiera hacía falta ser músico, cosa que comprendió bien el itinerante público que pasaba por Filosofia. Juan Hidalgo, del grupo Zaj, tuvo a bien estar casi media hora escribiendo una carta, entre las reacciones dispares, pero en general jocosas, del personal.

De una muestra tan heterogénea lo único que puede sacarse son conclusiones de tipo general. En primer lugar, constatar una vez más que la expresión sonora, libre o académica, tiene como última razón de ser la comunicación con una gente que está escuchando. Muchas veces ocurre que los músicos se encierran en su mundo y son incapaces de superar la pequeña barrera (un par de metros) que les separa de la audiencia. Y no es sorprendente que esa audiencia no se fuera a aplaudir o a apreciar lo más fácil o familiar, sino precisamente aquello que tenía algún contenido emocional susceptible de ser asumido por quienes no lo están realizando. Otra cuestión es el escaso grado de participación que se le ofrece a la gente, que, no obstante, sabe tomar sus propias decisiones silbando, emitiendo sonidos guturales o simplemente bostezando en alta voz. La incapacidad para asumir y potenciar las expresiones espontáneas de los no músicos es algo preocupante, no por parte de un grupo en concreto, sino de todo un tipo de organización en general que no puede escudarse en un argumento tan tradicional y reaccionario como es la posibilidad cierta de caos generalizado.

Lo mejor, aparte de los músicos y de la gente, que no falló en ningún momento, es el hecho de que en la universidad se dé este tipo de actos.

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