Crítica

El compositor Igor Markevitch

«Si Markevitch no se malogra». escribe Adolfo Salazar en 1934. «ha de ser, o mucho me engaño, uno de los grandes nombres de los años centrales de este siglo.» En términos entusiastas escribe Bela Bertok a Markevitch cuando recibe una de sus partituras: no sólo le elogia, sino que agradece la lección que para él habían supuesto sus pentagramas. Mosser, en 1939, subraya, a propósito de Le nouvel âge, una sinfonía concertante, la originalidad y el vigor del compositor Markevitch.Mas sucedió que si el último descubrimiento de Diaghilew, instalado en el centro de la vida musical parisiense (...

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«Si Markevitch no se malogra». escribe Adolfo Salazar en 1934. «ha de ser, o mucho me engaño, uno de los grandes nombres de los años centrales de este siglo.» En términos entusiastas escribe Bela Bertok a Markevitch cuando recibe una de sus partituras: no sólo le elogia, sino que agradece la lección que para él habían supuesto sus pentagramas. Mosser, en 1939, subraya, a propósito de Le nouvel âge, una sinfonía concertante, la originalidad y el vigor del compositor Markevitch.Mas sucedió que si el último descubrimiento de Diaghilew, instalado en el centro de la vida musical parisiense (Cocteau, Desormier, Polignac, Picasso, Dalí), «no se malogró», sí detuvo su carrera de creador ante el éxito obtenido como director. Ahora el propio Markevitch y la editora Boosey parecen lanzarse «à la recherche du compositeur perdu», de quien conocíamos en Madrid el Salmo y la música para Icaro, uno de los dos ballets del músico ruso. (El otro es Rébus.)

Orquesta y Coro Nacionales

Director: Igor Markevitch. Solistas: M. Seibel, R. Bollen, A. Mallabrera y M. Bermúdez. Obras de Mozart y Markevitch. Teatro Real. 8, 9 y 10 de febrero.

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El paraíso perdido que Markevitch ha dirigido ahora data de 1935 y mereció los más entusiastas elogios de Georges Auric. Probablemente es la musicalización más interesante del tema miltoniano tratado antes por Lesueur, Spontini, Bosi y el español Olmeda. Lo primero que llama la atención en esta suerte de cantata dramática es el acento personal de una música nacida cuando toda originalidad parecía sitiada Con Strawinsky a un flanco: con Schoenberg, a otro, con la dialéctica de Nadia Boulanger presente y un cierto eco del misticismo scriabiniano resonando en el ambiente, Igor Markevitch sigue su vía personal, atento a sus voces interiores y particularmente sensible a la consideración acústica del mensaje musical.

Si para Strawinsky la música era orden, para Markevitch es, ante todo, agudeza sonora cargada de perspectivas que entiende como transposición de las perspectivas visuales. Ese mundo sonoro rico, crepitante, ausente de respiro que es la orquesta markevitchiana en El paraiso perdido funciona como «madre» de cuanto sucede en las voces (recitadas, cantadas) de solistas y coro. Sobre el conjunto, Markevitch no impone otra ley que la de su voluntad, movida por una inteligencia singular a la que queda sometido el mismo texto de Milton. Enfrentado con el continuo vivacísimo, con la plasticidad iluminada de un liristno fascinante, cegador, frío, mineral, el auditor siente una mezcla de sorpresa y agobio. Las voces de Eva (la humanidad), de la vida, de Satán, o de los espíritus y cantos interiores, parecen perder protagonismo ante el poder del máximo protagonista: Igor Markevitch. Rara vez nos encontraremos ante una invención de tanta potencia de identidad.

Antes de El paraíso perdido Markevitch logró, una vez más, el «paraíso ganado» de la Misa de la coronación, una de las cimas del genio mozartiano. Versión clara, serena, transparente, en todo y por todos: coro, Orquesta Nacional y solistas. De éstos destacó, en ambas obras, la soprano Marianne Seibel, de bellísimo timbre y buen estilo. Con ella la mezzo Ria Bollen, voz consistente, coloreada, y el bajo español Manuel Bermúdez merecen cita especial antes que el tenor André Mallabrera, con mejor técnica que medios.

El público dedicó a Igor Markevitch largas ovaciones, compartidas por sus colaboradores.

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