Entrevista:

"La imaginación predomina en la novela sueca"

Entrevista con Lars Gyllensten y Jacques Werup

La producción literaria sueca es poco conocida en España. Dos novelas de dos escritores que pertenecen a dos generaciones distintas, pero que tienen en común una cierta investigación lingüística, van a aparecer inmediatamente en España. La primera, In memoriam, de Lars Gyllensten, secretario de la Academia Sueca; la segunda, Los últimos viajes de Casanova, un best-seller de estos meses en Suecia, del joven novelista Jacques Werup.

Lars Gyllensten no llega a los sesenta años, mueve las manos de manera bastante curiosa y nos recibe en su despacho de la Academia Sueca, en la ciudad vieja d...

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La producción literaria sueca es poco conocida en España. Dos novelas de dos escritores que pertenecen a dos generaciones distintas, pero que tienen en común una cierta investigación lingüística, van a aparecer inmediatamente en España. La primera, In memoriam, de Lars Gyllensten, secretario de la Academia Sueca; la segunda, Los últimos viajes de Casanova, un best-seller de estos meses en Suecia, del joven novelista Jacques Werup.

Lars Gyllensten no llega a los sesenta años, mueve las manos de manera bastante curiosa y nos recibe en su despacho de la Academia Sueca, en la ciudad vieja de Estocolmo. Todo tiene una extraña luz azul porque, en estos últimos días de noviembre, el cielo está bajo y las horas diurnas son muy pocas. Así que quizá por eso mi recuerdo de este encuentro ve unos sofás dorados y azules, una enorme mesa imperio, una araña de cristal brillante, una chimenea azulada, bustos de mármol blanco, paredes grises. Lars Gyllensten, que no quiere hablar de los premios Nobel o, mejor, de los candidatos en castellano, porque la suya es palabra oficial y en ese terreno los académicos suecos guardan discreción y silencio, es un escritor experimental, médico de profesión y existencialista como base filosófica; de esta primera toma de conciencia del mundo llega a una literatura absurdista que pone en crisis el lenguaje y, por él, las ideas de una manera casi natural. «Desde muy joven », dijo Lars Gyllensten a EL PAÍS, «he sentido en mí dos influencias primeras muy claras: la de las ciencias naturales, que más tarde se convirtió en la medicina investigativa y la de Kierkegaard y el existencialismo. Como la mayoría de los escritores, me he preguntado por qué vivimos, por qué estamos aquí, las razones del mundo de la alienación. Mis personajes son, a partir de estas preguntas que pueden parecer ingenuas, reconstrucciones desde dentro de ideologías y distintas respuestas, para desde estos distintos puntos de vista encontrar lo inexorable, lo inevitable, que es lo que me interesa como escritor y como hombre. »Preguntado concretamente sobre su libro In memoriam, de inmediata aparición en España, en la Editorial Legasa, dijo: «El anterior a él era La sombra de Don Juan. Don Juan aparece como una figura prometeica que trata de ser el maestro y amo de su vida cuando Dios ha muerto, en medio de cierta desesperación y, al mismo tiempo, sensación de superioridad... Al final queda sólo un desierto donde está la voluntad de poder, solitaria. En contra de esta visión de Don Juan está Juanito, el Leporello de Mozart, que quiere ser de algún modo Don Juan, que le admira profundamente, pero que es un hombre más tierno, más abierto y que, cuando termina la tentativa de Don Juan, termina todo también para él. Leporello-Juanito está en ese momento en que debe tratar de aferrarse a un mundo sin valores.» «De alguna manera me interesan los personajes inacabados, los personajes imperfectos, los fetos, las criaturas nuevas. »

El mundo de la investigación en que ha vivido Lars Gyllensten es precisamente el de la genética. «Existieron una vez», dice, «los bufones santos, que se separaron de su mundo porque les parecía inaguantable, y trataron de vivir a la vez cerca y fuera de esas realidades. De alguna manera esa es mi actitud. A mí, el mundo me parece espantoso, insoportable, y la única manera de seguir es tener siempre claras las cuentas... Juanito es como mis otros personajes, una especie de bufón santo. »

Jacques Werup es poco sueco de aspecto. Para los suecos esto es muy importante y lo hacen notar. Insisten, frente a la inmigración notable -un millón de los ocho de habitantes suecos es inmigrante- en que ya a la tercera generación se han perdido los rasgos orientales o latinos. En el caso de Werup, no; es perfectamente latino, hasta en los gestos, tiene algo de triunfador y se le nota que se sabe atractivo, inteligente e irónico. Su novela bate récords de venta, este que es el séptimo libro de un escritor muy joven que ha intentado, siempre con éxito, la poesía, el ensayo y la novela. Como en el caso de Gyllensten, el poeta hispanista, Lasse Söderberg es el traductor de sus palabras al castellano.

«El último viaje de Casanova, que es mi séptimo libro», dice Jacques Werup, «ha significado para mí una cierta liberación: me he sentido más libre, he dejado a la imaginación marchar... Cada uno de mis libros es un primer libro, en el sentido de que se han tocado temas y géneros y perspectivas distintas. Todos ellos me han sorprendido a mí mismo... De las dos novelas anteriores, me interesa Swiss made, que habla de ciertos personajes que se van a Suiza para no pagar impuestos en Suecia. Como en ésta, lo que me interesa es el sueco con relación al mundo exterior. Ese complejo de superioridad del sueco. En Casanova», sigue diciendo, «hay dos temas que prefiero: el conflicto en que cae un polifacético en un mundo de especialistas, un mundo cada vez más estrecho y unidimensional; la figura de Casanova -que no es él, es su tataranieto actual- difunde precisamente lo multisignificativo. El segundo tema es, naturalmente tratándose de Casanova, el amor. Casanova está buscando el amor total, y cuando encuentra finalmente el amor total, descubre que es sólo una palabra muy difícil de pronunciar: sa-sa-sado, ma-mamasoquismo es como se llama, por eso pasa por ser el gran amor: porque es más fácil de decir. »

«Lo que más me ha gustado al escribir este libro es el gozo de estimular en vez de enseñar. El libro no es absolutamente nada didáctico... Cuando empecé pensé hacer una parodia de las memorias de Casanova; pero luego me dejé fascinar por su facilidad para la palabra. Yo creo que la diferencia de clase fundamental no está hoy en la cartera; está en los codos. Y los codos hoy están en la boca; el poder está en la palabra; el que puede hablar domina. Casanova es un hombre frígido, sin sentimientos, que cuando está en una situación difícil escapa hablando.»

El tema del lenguaje como forma del poder, como ejercicio del poder, es, curiosamente, uno de los que marcan la joven novela española. «Lo interesante en la joven novela sueca», dice, «es la predominancia o el derecho a lo imaginario.»

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