Tribuna:

París redescubre al músico soviético Roslavetz

En la exposición París-Moscú, que se celebra en la capital francesa, ha reaparecido la música de Nicolás Roslavetz, un compositor soviético marginado durante bastantes años. Nacido en 1881, en Surai, se formó en el Conservatorio de Moscú. Pero sus inquietudes fueron tras las vías renovadoras de un Debussy, primero, y de un Schönberg, después. Su Sonata para violín, de 1913, apunta hacia la atonalidad, tendencia en la que persistirá, sin demasiado rigor radicalista, hasta que en 1930 recibe fuertes críticas a su música y a su actitud. Roslavetz, que había sido director de la editora musi...

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En la exposición París-Moscú, que se celebra en la capital francesa, ha reaparecido la música de Nicolás Roslavetz, un compositor soviético marginado durante bastantes años. Nacido en 1881, en Surai, se formó en el Conservatorio de Moscú. Pero sus inquietudes fueron tras las vías renovadoras de un Debussy, primero, y de un Schönberg, después. Su Sonata para violín, de 1913, apunta hacia la atonalidad, tendencia en la que persistirá, sin demasiado rigor radicalista, hasta que en 1930 recibe fuertes críticas a su música y a su actitud. Roslavetz, que había sido director de la editora musical del Estado, se «refugia» en la música ligera, género en el que no alcanza gran éxito. Muere en Moscú el año 1944.Compositor de vanguardia

Calvocoressi, en su obra La música en Rusia, trata al compositor como valor de segunda fila, pero, ahora, lo que se resalta sobre todo es su significación de avanzado en un vanguardismo soviético que, como es conocido, se abre paso con lentitud y dificultades. El programa reciente de París lleva un título: Los comienzos del dodecafonismo ruso, lo que parece sugerir que hubo una continuación, cosa bien incierta. De todos modos, la personalidad de Roslavetz -nacido un año antes que Strawinsky, situado entre el místico Scriabin y el vital Prokofiev- posee interés, por cuanto realizó el esfuerzo de reorganizar su técnica al margen de lo aprendido en las aulas conservatoriales. Si atendemos a unas declaraciones de 1924 (recogidas sumariamente en el programa parisiense), vemos que Roslavetz es un racionalista para quien «el acto creador no es trance místico, sino supremo esfuerzo de la inteligencia para conducir lo inconsciente a la esfera de lo consciente». Además de las obras oídas ahora -composiciones para piano de 1912 y 1915, cuarta sonata para violín y piano, que la crítica ha encontrado, a pesar de todo, muy ligadas a la tradición-, se conocen de Roslavetz una sinfonía (1922), los poemas El hombre y el mar, sobre Baudelaire (1921) y El fin del mundo, la cantata Cielo y tierra, sobre Byron (1912), un concierto para violín (1925), un quinteto para aroa, oboe, dos violas y violoncello, cinco cuartetos, otras tantas sonatas para violín y piano, dos tríos y páginas menores instrumentales y vocales. El mundo de los conciertos, quizá empujado por el del disco, acentúa, de día en día, una política de información a todas luces interesante y aun necesaria.

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