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Triunfo papal en EEUU: ¿progresismo o neoconservadurismo?

El reciente viaje triunfal de Juan Pablo II a Norteamérica y su importante discurso en la ONU implican un triunfo inaudito, dadas las circunstancias del país visitado y las coyunturas políticas, sociales y económicas del momento. Sería extremadamente frívolo atribuirlo todo a la simpatía personal del fornido y atlético papa polaco, como si se tratara de un ayatollah cualquiera.Hay que hurgar más hondo en las propias raíces del fenómeno.

En efecto, no podemos negar que, ya entrados los años sesenta y sobre todo en los setenta, se ha producido una especie de ocaso de los grandes lí...

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El reciente viaje triunfal de Juan Pablo II a Norteamérica y su importante discurso en la ONU implican un triunfo inaudito, dadas las circunstancias del país visitado y las coyunturas políticas, sociales y económicas del momento. Sería extremadamente frívolo atribuirlo todo a la simpatía personal del fornido y atlético papa polaco, como si se tratara de un ayatollah cualquiera.Hay que hurgar más hondo en las propias raíces del fenómeno.

En efecto, no podemos negar que, ya entrados los años sesenta y sobre todo en los setenta, se ha producido una especie de ocaso de los grandes líderes que hasta entonces ocuparon la escena del ámbito genérico de la izquierda: en lo temporal y en lo espiritual. Los que entonces fueron unos críticos despiadados de las posturas conservadoras y derechistas de la sociedad o de la iglesia han ido poco a poco repensando sus actitudes intelectuales hasta llegar incluso a proporcionar nuevos argumentos a la defensa del orden existente, a pesar de las injusticias presentes, influyendo así en la sociedad y en la Iglesia para poner a «ralentí» e incluso parar los cambios que ellos mismos habían preconizado.

En la revista católica internacional Concilium se está preparando un número sobre este tema, del que me atrevo a dar una especie de adelanto. El director de la publicación llega a hacer esta descripción del «neoconservadurismo»: un movimiento muy extendido en los países industrializados de Occidente, es decir, un paso de liberales de izquierda y de socialistas a posturas culturales que defienden el orden existente.

Este paso de críticos y de innovadores a posturas de prudente defensa es ciertamente también un fenómeno frecuente en las iglesias cristianas, y en la Iglesia católica en particular. Así se explica, por ejemplo, el «retroceso» del ayer teólogo progresista Joseph Ratzinger, convertido en «prudente» cardenal arzobispo de Munich; o del ayer «revoltoso» cura tinerfeño Elías Yanes, elevado a la responsabilidad de arzobispo de Zaragoza, haciendo equilibrios con los problemas suscitados por el colegio de Santo Domingo de Silos y por los congresos internacionales mariológico y mariano que se celebran en las orillas del Ebro; o, sobre todo, del ayer compañero total de Camilo Torres, Alfonso López Trujillo, convertido hoy en presidente del CELAM con la misión de «ralentizar» la fuerza desbordada de la «teología de la liberación» latinoamericana.

Ahora bien, debe quedar muy claro que esta orientación teológica no puede equipararse al conservadurismo en la Iglesia, o se a, el que sacraliza la religión de la contrarreforma y sueña con el ancien régime. Tampoco representa al catolicismo populista de derecha.

En Europa se sueña con una Europa unida o incluso con una Europa cristiana, que no sería una Europa de orden aristocrático, sino más bien una Europa de Gobiernos democráticos en el contexto de un capitalismo controlado, otorgando importancia a los valores espirituales y a la justicia social, pero ofreciendo una clara oposición al socialismo.

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Si analizamos el trasfondo de los discursos del papa Wojtyla en EEUU, sobre todo los disparos del «subconsciente pontificio», podremos observar que todo encaja perfectamente en esta hipótesis de trabajo del neoconservadurismo. El Papa, ha dicho un periódico americano, «les habló a los ricos y visitó a los pobres». En el fondo, sus palabras no desmontan el «orden» establecido, sino que ofrecen el sueño de una impensable conversión, en virtud de lo cual los «epulones» de nuestra sociedad se den cuenta a tiempo y no den a nuestros «lázaros» las sobras de sus banquetes, sino que tengan la «generosidad» de invitarlos a sus suntuosos comedores.

Desgraciadamente, en esta concepción de la historia humana está casi ausente algo muy esencial en el cristianismo: el pecado original, o sea la constatación de que la Historia (con mayúscula) está ella misma empecatada, y sólo desmontándola orgánica y estructuralmente habrá un mundo sin «epulones» y sin «Iázaros». El neoconservadurismo es sólo un peligrosísimo «paño caliente», que, dada la escasez energética, se enfriará más pronto de lo que pensamos.

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