Reportaje:

Falta de libertad y una vida cotidiana muy difícil

Plantar cara a Norteamérica y mantenerse, aunque sea a costa de la inyección diaria de dos a tres millones de dólares de la Unión Soviética, es la primera realidad positiva de la Cuba actual. Pero por encima de esto está el gran triunfo de la revolución: Castro devolvió al cubano el sentido de dignidad nacional, aplastado y perdido en los años de la colonia y la semiindependencia, iniciada a primeros de siglo. Hoy nadie se muere sin asistencia médica; el nivel sanitario no es muy alto -faltan, sobre todo, instalaciones y equipos adelantados-, pero la atención está muy extendida y llega a todos...

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Plantar cara a Norteamérica y mantenerse, aunque sea a costa de la inyección diaria de dos a tres millones de dólares de la Unión Soviética, es la primera realidad positiva de la Cuba actual. Pero por encima de esto está el gran triunfo de la revolución: Castro devolvió al cubano el sentido de dignidad nacional, aplastado y perdido en los años de la colonia y la semiindependencia, iniciada a primeros de siglo. Hoy nadie se muere sin asistencia médica; el nivel sanitario no es muy alto -faltan, sobre todo, instalaciones y equipos adelantados-, pero la atención está muy extendida y llega a todos lo rincones del país. Si antes de la evolución el 30% de los campesinos no sabían firmar, hoy el 40% de la población está estudiando.«A por el sexto grado» (equivalente al bachillerato elemental en España) es el eslogan plasmado en todos los muros de La Habana. No superarlo es casi ser analfabeto. Es difícil encontrar a un cubano que no te hable de sus estudios nocturnos; se ha creado una extensa gama de títulos intermedios, muy prácticos, que capacitan al ciudadano para su aprovechamiento inmediato en el sistema de producción. Es difícil, por no decir imposible, prosperar en la fábrica o en la oficina sin superarse cada año en los niveles educativos.

Igualitarismo pasado por agua

Como en el resto de los Estados socialistas, en Cuba rige el principio oficial de trabajo para todos: es tadís ticam ente no hay paro. Pero lo que existe es un alto nivel de subempleo. Un puesto que normalmente es desempeñado por una persona en Occidente, en Cuba necesita tres o cuatro. Un ejemplo gráfico es el de la famosa heladería Coppelia, en el centro de La Habana. Una compañera, tras una garita, vende el ticket correspondiente al helado elegido; el cliente entrega el papel, cien metros más adelante, a una segunda trabajadora situada detrás de un pupitre; ésta lo pasa a una tercera, que hace las veces de «jefa» de barra, quien, por último, lo pone en manos de una cuarta persona, que es la encargada final de colocar el helado en su recipiente.

Así ocurre en todos los servicios de hostelería de La Habana. Dos o tres maitres, se les llama «capitanes», en cualquier bar pequeño o mediano. Y, sin embargo, hay colas a las puertas de todos los restaurantes y establecimientos de bebidas. Si te asomas al interior puedes ver que el bar está semivacío y hay mesas de sobra, pero el personal trabaja a cámara lenta. La falta de incentivo capitalista se hace notar, hasta tal punto que las autoridades, muy preocupadas por la falta de productividad, instauraron en 1974 un sistema para pagar a cada trabajador según su rendimiento. Todo productor tiene un sueldo mínimo fijo asegurado, trabaje lo que trabaje; pero si produce más de la «norma», gana más. El principio del igualitarismo, «sagrado» en los primeros años de la revolución, ha sido matizado.

Así se ha creado un espíritu de emulación y la figura socialista del «trabajador de avanzada» u «obrero modelo». Su fotografía es colocada en el tablón de anuncios a la entrada de la fábrica o el taller y recibe entradas para los teatros y cabarets, facilidades para elegir mejor playa en las vacaciones, las primeras opciones a electrodomésticos y televisores que lleguen alcentro de trabajo. Su militancia y disciplina políticas también son tenidas en cuenta en el juicio de la emulación. Por el contrario, los trabajadores que no se superan, son indisciplinados o críticos pueden perder su categoría laboral o ser transferidos a otros centros.

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El absentismo es otro de los grandes problemas de la economía cubana. La Central de Trabajadores de Cuba, sindicato único, agrupa a más de dos millones de productores, pero la apatía prima sobre las manifestaciones clásicas de la «lucha de clases». De hecho, la vida sindical no existe en Cuba y ha sido sustituida por un asamblearismo dirigido de sentido único. La falta de celo, el desinterés y, en ocasiones, el sabotaje son notas constantes en la producción económica.

El pasado mes de julio, después de que la Asamblea Nacional del Poder Popular, a través de la cual el pueblo ejerce teóricamente todo el poder, se quejara de los problemas en el sector de los transportes, el propio Fidel tuvo que dar un toque de atención.

A pesar de los abusos -afirmó Castro-, el capitalismo ha logrado imponer una disciplina laboral que la Cuba socialista todavía no ha conseguido. Poco después, el diario Gramma, órgano del PCC, comenzó a publicar diariamente unas historietas de un personaje, bautizado como Blandengo, que simboliza todas las lacras del mal trabajador (llega tarde, indisciplinado, no da la cara ... ). Con este hecho se reconocen las graves eficiencias del sistema productivo cubano y se critica públicamente a los malos trabajadores.

El azúcar y el café, racionados

Si a nivel «filosófico» la mayoría de la población (9,7 millones de habitantes; más de un millón se han exiliado desde 1959) estima positiva la revolución, por lo que tiene de recuperación de la dignidad nacional y por su sentido ético y de justicia, las críticas a las consecuencias del proceso, a nivel de la vida diaria, son abundantes. El cubano vive mal, tiene que hacer «trampas» y trueques continuos para sobrevivir en el día a día, la lacra del mercado negro es una realidad a todos los niveles. Sin embargo, hay que advertir que, en general, no existe miseria, un fenómeno extendido en la época de Batista, y si en algunos lugares se da, esta es «digna», si es que se puede utilizar este adjetivo.

Los transportes no funcionan bien, nunca pasan a la hora, y esta es una de las principales causas de irritación de la población. El bloqueo norteamericano a la isla es, en parte, culpable: ahora se utiliza material japonés, español (Pegaso) y el Girón, un autobús montado en Cuba. En La Habana son frecuentes los apagones de luz, los cortes de agua y de gas. Nadie repara nada; el cubano vive en un perpetuo bricolage. Los automóviles son muy escasos (un Wolkswagen, si se encuentra, cuesta más de dos millones de pesetas) y los funcionarios y cuadros tienen preferencia. La escena urbana de La Habana recuerda un poco a la película American grafitti, con los Pontiac y Chrysler desvencijados de los años cincuenta, que obligan a sus afortunados usuarios a un auténtico «canibalismo» de piezas. Prácticamente todos los bienes de consumo están racionados (una onza de café a la semana. Cada cubano tiene en su cartilla veinticinco puntos al mes para comprar carne; medio kilo de carne de primera cuesta trece puntos, y medio kilo de pollo, cinco puntos). Por la «libre», fuera del racionamiento, se pueden encontrar algunos productos: unos vaqueros de mala calidad por 6.000 pesetas. La gasolina también está racionada (75 litros al mes, a dieciocho pesetas el litro, y cada litro por encima de esta cantidad, a 55 pesetas). Una cocina de gas, que recuerda a las españolas de hace veinticinco años, cuesta 23.000 pesetas, y un televisor en blanco y negro, 65.000. El salario medio de un cubano es aproximadamente de 120 pesos, unas 12.000 pesetas, de los que sólo pagará una décima parte como alquiler de la vivienda.

Dependencia de la URSS

Los técnicos extranjeros, diplomáticos y periodistas tienen acceso a las «diplotiendas», donde pueden comprar con divisas los mismos artículos de consumo de cinco a diez veces más baratos que los cubanos. Estas tiendas no tienen escaparates, para que los ciudadanos no puedan ver su interior. Algunos de estos técnicos «pagan» a sus empleados cubanos en productos de estos almacenes, lo que convierte en una bicoca el trabajar para un extranjero.

El bloqueo económico norteamericano explica en gran medida esta penuria, paliada únicamente con la compra por la URSS de toda la producción azucarera cubana, por la que paga sesenta centavos de dólar el kilo, y por el suministro a precios preferenciales de todo el petróleo (más de diez millones de toneladas) que consume el país. El 80% del comercio cubano se realiza con los países del Este. La dependencia del monocultivo del azúcar no ha logrado ser superada por la revolución, a pesar de los planes de industrialización, en gran parte fracasados,

Sí los ocho millones de toneladas de azúcar producidas este año -explicó Fidel Castro a la reciente cumbre de países no alineados- nos los hubiesen comprado al precio del mercado internacional (dieciséis centavos de dólar el kilo), el producto de la venta no hubiese alcanzado para pagar la energía que consume Cuba.

Todo hay que traerlo desde la Unión Soviética: desde la pasta de dientes, las aspirinas, pasando por los desodorantes, hasta los juguetes. Las materias primas se amontonan en los puertos cubanos y muchas veces se deterioran por su largo almacenamiento. La dependencia económica respecto del bloque oriental es cada vez mayor (un 20,5% superior en 1978 que en 1977, según cifras oficiales), mientras que la crisis económica del área capitalista incide negativamente en las reducidas importaciones de materias primas y bienes de capital que Cuba hace de Occidente.

Las últimas estadísticas oficiales disponibles afirman que en 1978 se logré un ritmo de expansión del 9,4% del producto social global (la producción bruta del sector industrial creció un 9,2%), la tasa más elevada del quinquenio en curso. Esto gracias «al esfuerzo de los trabajadores en el cumplimiento de la política trazada por el PCC, con la ayuda de las organizaciones de masas, y a la ampliación y fortalecimiento de los vínculos económicos con la URSS».

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