Tribuna:

El Cordobés de ahora mismo

«El Cordobés será lo que sea, pero llena las plazas.» Durante horas y horas y hasta el absurdo se podía discutir con el cordobesismo, en plena época rutilante del ídolo, e invariablemente llegábamos al mismo callejón sin salida: «Será lo que sea, pero llena las plazas»; o «Valdrá lo que valga, pero gana más que nadie. » El mito de El Cordobés alcanzó cotas polémicas así de finas y eruditas.Lo mismo ahora, aunque ya hay mucho menos cordobesismo y el que pervive es un reducto decadente. La diferencia está en que El Cordobés no llena las plazas (quedaron muchas entradas sin vender en sus reciente...

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«El Cordobés será lo que sea, pero llena las plazas.» Durante horas y horas y hasta el absurdo se podía discutir con el cordobesismo, en plena época rutilante del ídolo, e invariablemente llegábamos al mismo callejón sin salida: «Será lo que sea, pero llena las plazas»; o «Valdrá lo que valga, pero gana más que nadie. » El mito de El Cordobés alcanzó cotas polémicas así de finas y eruditas.Lo mismo ahora, aunque ya hay mucho menos cordobesismo y el que pervive es un reducto decadente. La diferencia está en que El Cordobés no llena las plazas (quedaron muchas entradas sin vender en sus recientes salidas a Huelva y Alicante), no parece tener la resistencia física -es lógico- de sus años mozos, ni ilusión por convertir en desenfado y payasada la técnica de la lidia y el rito de la fiesta, posiblemente porque ya no encuentra el mismo eco en los tendidos. La gente va a los toros a ver torear.

Sin embargo, en lo que es toreo está tan en sazón como siempre. Si fue bueno, lo sigue siendo ahora, y sí malo, no ha mejorado en nada. Sus verónicas siguen siendo torniquetes; sus chicuelinas, zurriagazos; sus naturales, enganchones; sus derechazos, medios pases; sus saltos de la rana, molinetes a bote-pronto. Y si esta singular forma de sentir e interpretar el toreo arrebató multitudes hace diez años, alguien tendrá que explicar por qué no gusta ahora.

En realidad no hay explicación posible, pues el toreo era lo de menos. De El Cordobés interesaba más (o solamente) aquella personalidad que le describían al detalle y la fábula de sus millones. Personalidad y fábula que no se han perdido, están ahí, podrían airearse de nuevo con los mismos mecanismos e insistencia que se utilizaron en su época dorada, y seguramente surtirían los mismos efectos. Pero no se hace. Los tiempos cambian.

Acaso los medios de difusión de que se valían entonces El Cordobés y el poder, en mutuo apoyo, tienen hoy otros controles y otros objetivos. Acaso hoy el torero no puede ocupar gratuitamente (o no tan gratuitamente), y a diario, grandes tiempos en la pequeña pantalla y grandes espacios en periódicos de inspiración oficial, sin que una información veraz lo justifique.

Y ha de torear, simplemente, faceta que para nada servía al mito del cordobesismo, con lo cual una campaña de reaparición del ídolo puede convertirse en un calvario, pues sólo sabe instrumentar las suertes de forma elemental y carece de recursos para imponerse al toro que es normal hoy en las plazas. El Cordobés de ahora mismo -de quien sus apoderados ya se han apresurado a decir que ganará en dos meses doscientos millones, por si prende, de nuevo, uno de los argumentos que consolidaban el mito-, desvalido ante los problemas y los peligros de la lidia, puede convertirse en el árbol caído de quien todos quieren hacer leña. En Huelva y Alicante, los públicos, enfurecidos, ya le han dado dos avisos muy serios.

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