PAMPLONA: SEPTIMA CORRIDA DE FERIA

Emilio Muñoz, la gran esperanza

El interés de la corrida estuvo en las faenas de Emilio Muñoz, que fueron de gran emotividad. Los toros de sus compañeros habían sido manejables; los suyos, difíciles. Dámaso González, incapaz de solventar el gazapeo del primero, desaprovechó la nobleza del cuarto a lo largo de mil pases deslavazados. Con el mejor lote de la tarde, el Niño de la Capea hizo faenas interminables, ventajistas, desordenadas y trapaceras. Un día y otro, feria a feria, la fiesta se cubre de mediocridad y aburrimiento, porque si algo abundan son toreros vulgares y seguramente escasos de afición.La época taurina que v...

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El interés de la corrida estuvo en las faenas de Emilio Muñoz, que fueron de gran emotividad. Los toros de sus compañeros habían sido manejables; los suyos, difíciles. Dámaso González, incapaz de solventar el gazapeo del primero, desaprovechó la nobleza del cuarto a lo largo de mil pases deslavazados. Con el mejor lote de la tarde, el Niño de la Capea hizo faenas interminables, ventajistas, desordenadas y trapaceras. Un día y otro, feria a feria, la fiesta se cubre de mediocridad y aburrimiento, porque si algo abundan son toreros vulgares y seguramente escasos de afición.La época taurina que vivimos es así, de una monotonía insoportable. Apenas hay matadores que destaquen, y aun éstos, son veteranos, ya de vuelta de casi todo. Pero, entre tanto, se abre paso Emilio Muñoz, que viene pegando, y además impone su categoría, no por el camino trillado de las máximas comodidades, como ha ocurrido con casi todas las figuras que están en activo, sino salvando el escollo del toro serio y difícil.

Plaza de Pamplona

Séptima corrida de sanfermines. Toros de María Isabel Ibarra, con cuajo y romana, mansurrones. Dámaso González: estocada y descabello (silencio). Estocada baja; la presidencia le perdonó un aviso (ovación y saludos). Niño de la Capea: pinchazo y estocada corta caída (ovación y salida al tercio). Estocada (oreja). Emilio Muñoz: estocada delantera y dos descabellos (oreja). Dos pinchazos, otro hondo (aviso) y siete descabellos (ovación y saludos).

Así eran los dos de Ibarra que le correspondieron ayer: toros que no se dejaban torear y cuyo sentido hacía temer la probabilidad inmediata de la cornada. Las faenas de Emilio Muñoz tuvieron, en consecuencia, la emoción intensa que se deducía del peligro, pero también la que ponía el torero, el cual aplicaba la técnica adecuada a las condiciones de las reses y lo hacía con un valor impresionante. En su primero se distanciaba, se dejaba ver, llegaba paso a paso a la cara del toro, y al trazar el derechazo, los pitones le arañaban la pechera. Pero no se descomponía y ligaba los pases, hasta dominar la embestida. De nuevo se distanciaba, volvía pausadamente, adelantaba la muleta, aguantaba los derrotes y acababa sometiendo al animal. Unas veces el gañafón le lamía la hombrera; otras, llegaba hasta el corbatín. Al rematar la cuarta serie de redondos, el toro le enganchó por la axila y le derribó. Quedó maltrecho Emilio Muñoz, pero se incorporó sin mirarse, avanzó con guapeza hasta la res y sacó tres naturales ligados con el de pecho. El grito de « ¡Torero, torero! », estalló en la plaza.

El sexto era de parecidas características que el tercero, aunque ahora el mayor peligro estaba en el pitón izquierdo, lo que no arredró a Muñoz para ensayar el natural desde el principio de la faena. Al rematar con el de pecho salió trompicado. De nuevo ante la cara del toro cuajó tres series de derechazos, e inesperadamente volvió a echarse la muleta a la izquierda, por donde llegó a someter al animal en cuatro naturales perfectamente ligados. Otra vez la plaza en pie, el triunfo de apoteosis se le escapó lamentablemente al fallar con la espada.

Emilio Muñoz tiene un valor de asombro, pero aún asombra más su técnica. Casi nadie en todo el escalafón de matadores templa y manda con la muleta como ayer lo hizo en el ruedo de Pamplona. Quizá en Emilio Muñoz se está fraguando ese diestro que puede romper la monotonía y la vulgaridad de la legión de pegapases que llenan y definen la actual época de la tauromaquia. Poco tardaremos en comprobar si es así. Sin embargo, anda muy mal con el capote. Ayer dio un sainete en sus dos toros. Ambos se lo arrebataron cuando salió a recibir y además le obligaron a saltar precipitadamente al callejón. Luego no acertaría a instrumentar las verónicas, ni bregó con un mínimo decoro. Un torero que quiera ser figura verdadera no puede prescindir del toreo de capa; antes bien, por ahí debería empezar su aprendizaje. El futuro de Emilio Muñoz seguramente va a depender de él mismo; de su sentido del toreo y de su vocación. La gran esperanza es que posee una técnica muletera superior a la de la mayor parte de los toreros en activo, y eso que, prácticamente, está empezando.

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