Crítica:

Otro negocio

Hay algo que deben saber los empresarios, los directores de espectáculos: montar un negocio sobre la base de la exhibición de media docena de cuerpos desnudos no es teatro, ningún género de teatro. Que esos cuerpos den unos saltos desacompasados por el escenario no es baile, que entonen unas letrillas no es canto, que reciten como papagayos un texto ocasional y torpe no es, claro, ninguna especie de literatura.Que todo se organice sobre un nombre, como el de Rosa Valenty, publicitariamente explotado, no quiere decir que tengan una «estrella»: brincará, entonará o fárfullará como los otros, a v...

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Hay algo que deben saber los empresarios, los directores de espectáculos: montar un negocio sobre la base de la exhibición de media docena de cuerpos desnudos no es teatro, ningún género de teatro. Que esos cuerpos den unos saltos desacompasados por el escenario no es baile, que entonen unas letrillas no es canto, que reciten como papagayos un texto ocasional y torpe no es, claro, ninguna especie de literatura.Que todo se organice sobre un nombre, como el de Rosa Valenty, publicitariamente explotado, no quiere decir que tengan una «estrella»: brincará, entonará o fárfullará como los otros, a veces peor, pero nada más. Quizá ni ella ni los demás tengan la culpa de esto -la de prestarse; pero es un imperativo del paro y de la escasez de teatro-; quizá podrían dar mejor resultado con un texto, una música, una dirección, unos compañeros más expertos. No es así. La relación de todo esto con el teatro es inexistente: si se le relaciona, será por la vía de la impostura, de la suplantación. Es otro negocio, que sin duda tiene su legitimidad, pero sin confundir.

Historias de la brujería, de Alberto Lapeña Esquivel

Música de García Morcillo. Intérpretes: Rosa Valenty, Azucena Hernández, Verónica Ribón, Maite Rivelo, Cristina Puig, Javier Andonegui, Carlos Quirós, Manuel Tiedra y Angel Luis Yusta. Dirección de José Francisco Tamarit. Coreografía de Mario Mascha. Calificación: «S».Alfil, 23-IV-1979.

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