Crítica:

Una nueva visión de la ciudad

Desde hace ya bastante tiempo la arquitectura ha estado de manera exclusiva en manos de los arquitectos y de las sucesivas manías académicas. De esta forma, y al margen de los que no consiruyen, pero pasean y habitan, ha podido establecerse un catálogo de lo bonito y lo feo, de lo bueno y lo malo. Buena y bonita arquitectura ha sido desde el racionalismo aquella que conformaba un volumen funcional, planificado, habitable. Buen y bonito urbanismo ha sido aquel capaz de diseñar espacios funcionales, planificados y habitables. El rechazo del eclecticismo y sus adornos gratuitos (?) ha llevado a q...

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Desde hace ya bastante tiempo la arquitectura ha estado de manera exclusiva en manos de los arquitectos y de las sucesivas manías académicas. De esta forma, y al margen de los que no consiruyen, pero pasean y habitan, ha podido establecerse un catálogo de lo bonito y lo feo, de lo bueno y lo malo. Buena y bonita arquitectura ha sido desde el racionalismo aquella que conformaba un volumen funcional, planificado, habitable. Buen y bonito urbanismo ha sido aquel capaz de diseñar espacios funcionales, planificados y habitables. El rechazo del eclecticismo y sus adornos gratuitos (?) ha llevado a que los arquitectos y críticos hayan tratado de justificar incluso filosóficamente la funcionalidad y necesidad de cada uno de los detalles que incluían en sus obras. Finalmente, esas justificaciones tratan de mantener el control del técnico-sacerdote sobre la obra, aunque ésta traduzca en la mayoría de las ocasiones los designios de la divinidad-constructor-cliente.Por supuesto que la técnica es importante, pero ¿aceptan las arquitecturas el simbolismo explícito de la forma arquitectónica, su carácter lúdico o la integración y superposición de lo vulgar y/o comercial sobre sus trabajos?

Aprendiendo de Las Vegas

Robert Venturi, Steven Izenour, Denise Scott Brwon. Colección Punto y Línea. Editorial Gustavo Gili. Barcelona, 1978.

La respuesta es no.

Pero al igual que el pop art reivindicaba en pintura y escultura el hecho cotidiano, las latas de cerveza, dentífricos, vaqueros, escaparates de barrio y comics vulgares sacándolos de su contexto utilitario y el nuevo periodismo buscaba en la santa calle su modo de expresión, rechazando (o poniendo len su lugar) la corrección sintáctica, semántica e incluso ortográfica, la nueva arquitectura trata también de asomarse a la calle y ver lo que pasa en realidad.

Las Vegas, una sola calle que es una carretera erizada de anuncios, de luces de neón; una ciudad que se desparrama por un desierto sin más reglas fijas que las dictadas por sus necesidades inmediatas. Las Vegas, una ciudad para divertirse y en la cual todo responde a ese propósito. Los anuncios instalados en la carretera 99 (el strip), concebidos para ser distinguidos a altas velocidades, son mayores y más espectaculares que los edificios achaparrados, extensos y vulgares sobre los que reclaman la atención. La fachada de los casinos, de las estaciones de gasolina, de las capillas nupciales, no son una forma arquitectónica clásica son inmensos reclamos sin los cuales la ciudad carecería de sentido, de rostro. Puede darse el caso de que una fachada de estilo palacio árabe o villa romana no sea más que eso, un decorado que oculta un palacio tipo nave industrial. O también puede ocurrir que el edificio entero adopte forma de anuncio y el puesto de hamburguesas tenga forma de hamburguesa, y la tienda de patos tenga forma de pato. ¿Qué hay más lógico y más explícito? La forma nos dice la función y la función se adapta a la forma.

Esto ocurre en Las Vegas, pero ¿qué es el edificio de la Unión y el Fénix sino una gigantesca peana para el emblema de la compañía? ¿Qué es la fachada barroca de la catedral de Santiago, que oculta y adoma el edificio románico, sino un decorado no funcional? ¿Hasta qué punto ha cambiado la fisonomía de Picadylly Circus al desaparecer el anuncio de la Coca-Cola, o los Campos Elíseos son un tinglado donde poder jugar a la guerra? Los edificios normalizados y cerrados al exterior de los grandes almacenes les convierten exactamente en lo que son: contenedores, cajas que encierran tal variedad de objetos que resulta imposible de exponer al público, mediante un símbolo único.

La nueva visión de la ciudad, de la autopista como prolongación suya o el papel estructural que puedan poseer los anuncios luminosos de un aeropuerto es el tema de este libro, en el que Venturi y su gente (arquitectos iconoclastas) nos muestran cómo se puede aprender de un entomo que no surgió de grandes planes, sino de necesidades cambiantes. Y debido a ello, lo que en principio era un libro para estudiosos se convierte en una llave hacia la alucinación.

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