Crítica:TEATRO

La risa que no degrada

Reír sin degradarse es un gran placer, raro por desgracia, muy conectado, entre nosotros, con el nombre de Jardiel Poncela. Hombre admirable y áspero, de obra fácil y trato difícil, Jardiel polemizó toda su vida en defensa ardorosa de su trabajo y fruto de esa actitud es una permanente clarificación de sus problemas, sus intenciones, sus fallos y sus logros. Así, pues, sobre Angelina o el honor de un brigadier no hay ya misterio alguno.Jardiel, de regreso de Estados Unidos, fue vuelto a llamar por el cine para comentar unos cortos de principios de siglo -el famoso «celuloide rancio»- y ...

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Reír sin degradarse es un gran placer, raro por desgracia, muy conectado, entre nosotros, con el nombre de Jardiel Poncela. Hombre admirable y áspero, de obra fácil y trato difícil, Jardiel polemizó toda su vida en defensa ardorosa de su trabajo y fruto de esa actitud es una permanente clarificación de sus problemas, sus intenciones, sus fallos y sus logros. Así, pues, sobre Angelina o el honor de un brigadier no hay ya misterio alguno.Jardiel, de regreso de Estados Unidos, fue vuelto a llamar por el cine para comentar unos cortos de principios de siglo -el famoso «celuloide rancio»- y ello le llevó a valorar las posibilidades cómicas encerradas en los procedimientos dramáticos anteriores y en desuso. Releyó El nudo gordiano, de Eugenio Sellés, y La Pasionaria, de Leopoldo Cano, y convirtió su cursilería en nostalgia, su efectismo en teatralidad, su infame versificación en gracia verbal, su tonto conflicto en crítica burlona y su emocionante estupidez en sátira correctora. Alcanzó así la diana absoluta. Angelina o el honor de un brigadier es un prodigio de nuestro teatro de humor. Y nadie se ha atrevido, que yo recuerde, a imitarla.

Angelina o el honor de un brigadier, de Enrique Jardiel Poncela

Director: Gustavo Pérez Puig. Decorador: Paco Sanz. Principales intérpretes: Pilar Bayona, Gemma Cuervo, Encarna Abad, Alfonso Gallardo, Francisco Valladares, Antonio Garisa, Alejandro Ulloa. En el Centro Cultural de la Villa.

Me he reído mucho y en muchos planos. Con la historia y sus personajes. Con la composición y el color. Con la increíble catarata rítmica, sus perfecciones y sus espléndidos ripios. Con las parodias nítidas y concretas -Don Juan Tenorio, Divinas palabras-, el transfondo literario, la pequeña sontiana constumbrista, el zurriago preciso y, la actitud dramática de Jardiel, tan evidente aquí en su propósito de limpiarle la cara a todo nuestro teatro, cómico y no cómico.

El montaje de Gustavo Pérez Puig es simple y eficientísimo. No ha utilizado a Jardiel como pretexto. Ha servido a Jardiel, acomodándole a las velocidades y ajustes de nuestro tiempo. Su versión de la obra tiende a presentarla como nacida ayer. Leves toques rítmicos, algún diseño de escena que utiliza y recuerda los balbuceos cinematográficos, un severo trabajo para que no se caiga una sílaba de la encantadora versificación, son los elementos más notables del trabajo de Pérez Puig. Y los actores le han seguido hasta el puntojusto de la caricatura sin hiel. Todo el cuarteto básico asume elementos de su personaje y del carácter más general que representa. Así, Gemina Cuervo es Marcela, y también el estereotipo de la adúltera, como lo es Pilar Bayona, Angelina, de la niña «zangolotina» y como Valladares lo es del «conquistador» ochocentista, y Garisa asume al eterno y dolorido figurón.

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