Crítica:CINE / "LA ORGÍA DEL SEXO"

Un viejo film moderno

Alabada por algunos nombres de prestigio -Pierre Klossowski entre ellos-, la película de Beni Montressor debería ser algo así como una pieza clave del erotismo cinematográfico. Nada más lejos de eso. La Misa Dorada -en España, La orgía del sexo, para dar la nota original- trata de ser un poema sobre la sensualidad, su búsqueda y sus formas, pero se queda muy corta. La película de Montressor describe una fiesta de alta sociedad que deriva en orgía y que tiene lugar en la mansión de una extraña familia en la que el padre es un rey destronado, y la madre, una gran sacerdotisa, maest...

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Alabada por algunos nombres de prestigio -Pierre Klossowski entre ellos-, la película de Beni Montressor debería ser algo así como una pieza clave del erotismo cinematográfico. Nada más lejos de eso. La Misa Dorada -en España, La orgía del sexo, para dar la nota original- trata de ser un poema sobre la sensualidad, su búsqueda y sus formas, pero se queda muy corta. La película de Montressor describe una fiesta de alta sociedad que deriva en orgía y que tiene lugar en la mansión de una extraña familia en la que el padre es un rey destronado, y la madre, una gran sacerdotisa, maestra de ceremonias e iniciadora en los ritos del amor. Pero La Misa Dorada no funciona a ningún nivel, ni como historia ni como parábola: lo que debería ser sagrado resulta anecdótico, lo ritual se queda en sibaritismo más o menos rebuscado, y lo lúdico, en juegos tontos de burguesitos aburridos. El misterio brilla por su ausencia.Queda un filme que, por su temática snob y pretendidamente actual y por su estética vacía y falsa, lo que más recuerda es a los bodrios artístico-intelectuales de la Escuela de Barcelona, de tan nefasto recuerdo.

La Messe Dorée

Guión y dirección: Beni Montressor. Fotografía: Jean Monsigny. Música: Severiano Gazzelloni. Intérpretes: Lucía Bosé, Maurice Ronet, Stefanía Casini, Eva Axen y Benoit Ferreux. Franco-italiana, 1974. Local de estreno: Felipe II

Montressor abre su película con una cita de Teresa de Ávila y la cierra dedicándola a su madre. Ambas frases ilustran más las intenciones de Montressor que el resto del filme, que discurre bajo el signo de la confusión, la monotonía y la repetición, probando una vez más -por si hiciera falta- que nada envejece con más rapidez que el escándalo y el modernismo.

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