Crítica:

El cinismo de un mundo drogado

El acercamiento de Eduardo Haro al fenómeno droga es, sin lugar a dudas, el único coherente que puede darse en nuestra sociedad occidental (vertedero, para emplear su terminología). Si nos despojamos de tabúes, si nos comportamos de una forma no-moral, no-ética y, por tanto, obviamos los juicios de valor que se han empleado generalmente, lo único que queda es la descripción de dicho fenómeno y, constatar que la separación entre drogas admitidas y drogas prohibidas no es más que una convención. Frente a las drogas prohibidas (agrupadas peligrosamente en un mismo concepto) opone nuestra sociedad...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El acercamiento de Eduardo Haro al fenómeno droga es, sin lugar a dudas, el único coherente que puede darse en nuestra sociedad occidental (vertedero, para emplear su terminología). Si nos despojamos de tabúes, si nos comportamos de una forma no-moral, no-ética y, por tanto, obviamos los juicios de valor que se han empleado generalmente, lo único que queda es la descripción de dicho fenómeno y, constatar que la separación entre drogas admitidas y drogas prohibidas no es más que una convención. Frente a las drogas prohibidas (agrupadas peligrosamente en un mismo concepto) opone nuestra sociedad otra serie de drogas aceptadas, que van desde el alcohol (droga ritual del cristianismo) a los barbitúricos, el tabaco, el café, la televisión o la Coca-Cola. Lo bueno y lo malo, lo permitido y lo proscrito, se muestran una vez más como un recurso ideológico, una de cuyas funciones consiste en aislar a elementos molestos para el sistema. Así, mientras parece probado que servicios secretos actúan como difusores de yerba (comunidades estudiantiles) o de opiáceos (comunidades negras), se realiza cara al público una propaganda negativa y atemorizadora encaminada a. encerrar a los drogados en un ghetto de marginalidad. Y ello en contra o al margen de toda consideración científica que equivaldría a una puesta en cuestión de muchas bases tanto económicas como ideológicas de nuestro sistema.Desde este punto de vista, el libro no es una apología ni un rechazo de las drogas, sino la denuncia de una ideología que sólo permite y potencia el entrenamiento selectivo de sus dominados. Y es en esa selectividad (esto sí, esto no) donde Eduardo Haro descubre el cinismo básico sobre el -que asienta todo el tinglado.

Eduardo Haro Ibars

«De qué van... Las drogas». Ediciones La Piqueta, 1978.

Este tipo de publicaciones, en un país abierto a la comunicación de lo que antes se hallaba vetado, cubren una necesidad cada, vez mayor de la población. De qué van puede dar salida a una serie interminable de temas que, si son tratados con la agilidad que le imprime Haro Ibars a su texto, pueden atraer a un buen número de lectores interesados en lo que se ha llamado, equivocadamente, información del mundo under ground.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En