Crítica:EXPOSICIONES

Gregorio Prieto

Guirnaldas, caracolas, camafeos, cornucopias, molinos, estampitas, mayo florido y hermoso... Todo un escenario en el que vivir la voluntariosa vanguardia que el artista Gregorio Prieto ha venido manteniendo a través de dilatados -¿cuántos?- años. La acumulación caótica de estilos, maneras y procedimientos despista y deslumbra al espectador: óleos a la manera de De Chirico, de Picasso o del penúltimo Picabia; dibujos a lo García Lorca, a lo Gregorio Prieto; fotomontajes y montajes; collages, altares, diplomas, paisajes, surrealismo, dadaísmo, postismo, narcisismo, costumbrismo, kitch o c...

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Guirnaldas, caracolas, camafeos, cornucopias, molinos, estampitas, mayo florido y hermoso... Todo un escenario en el que vivir la voluntariosa vanguardia que el artista Gregorio Prieto ha venido manteniendo a través de dilatados -¿cuántos?- años. La acumulación caótica de estilos, maneras y procedimientos despista y deslumbra al espectador: óleos a la manera de De Chirico, de Picasso o del penúltimo Picabia; dibujos a lo García Lorca, a lo Gregorio Prieto; fotomontajes y montajes; collages, altares, diplomas, paisajes, surrealismo, dadaísmo, postismo, narcisismo, costumbrismo, kitch o camp... De nada valen categorías para abarcar lo que sólo abarcan los ojos. La vanguardia tiene aquí aires de verbena manchego-andaluza y, como tal, va por dentro, la verbena, y se resuelve en ímpetus y sensaciones más que en estilos capaces de sobrevivir el momento. De artista más que de pintor parece ser su intención. No se busca tanto el resolver problemas formales o de color como el dejar constancia de una biografía. Un poco como un coleccionista nada cruel de mariposas o, mejor, como un niño que esconde en un hoyo sus recuerdos, preservándolos con un cristal. Monumentos personales que no admiten juicios de valor. Su curiosidad le llevó a visitar casi todos los lugares por los que discurría lo nuevo, pero en ninguno de ellos se aclimató; se limitó a asomarse y cambió el tercio, volviendo, con los años y de cuando en cuando, a visitarlos de nuevo. Y así, para el espectador, el Gregorio Prieto típico de los dibujos de lánguidos jovencitos perdidos entre guirnaldas queda diluido en ese otro más grande que surge del maremagnum entrañable de esta exposición antológica-biográfica: el del artista que no fue fiel a su obra sino a sí mismo. Por eso no intente el espectador, y menos el crítico, buscar evolución ni coherencia entre los distintos momentos de su obra (entre otros motivos porque apenas encontrará referencias cronológicas en que apoyarse, ya que han sido cuidadosamente ocultadas: el artista eternamente joven o casi niño). Monumentos personales e inocentes para solaz de visitantes descreídos.

Gregorio Prieto

Salas de la Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos. Paseo de Calvo Sotelo.

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