Tribuna:

Lluis Llach, la manipulación de un mito

Luis Llach actúa estos días en Madrid. Con él lo hacen una biografía llena de prohibiciones y de censuras, su figura frágil y triste de cantante comprometido, un contrato discográfico millonario y una obra musical controvertida.Porque lo cierto es que Llach no sería el mismo sin alguno de esos ingredientes. Ellos han ido formando una imagen mítica catalogada por tirios y troyanos de ambigua, construida sobre unos hechos objetivos, meritorios y supongo que honestos magnificados por un excelente trabajo de relaciones públicas.

A Lluis Llach le lleva Joan Motas, representante entre otros d...

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Luis Llach actúa estos días en Madrid. Con él lo hacen una biografía llena de prohibiciones y de censuras, su figura frágil y triste de cantante comprometido, un contrato discográfico millonario y una obra musical controvertida.Porque lo cierto es que Llach no sería el mismo sin alguno de esos ingredientes. Ellos han ido formando una imagen mítica catalogada por tirios y troyanos de ambigua, construida sobre unos hechos objetivos, meritorios y supongo que honestos magnificados por un excelente trabajo de relaciones públicas.

A Lluis Llach le lleva Joan Motas, representante entre otros de María del Mar Bonet, Quico Pi de la Serra, Ramón Muntaner, Joan Isaac y Marina Rosell. El tándem Llach-Molas ha funcionado siempre con una perfección rara. Molas asume el papel de hombre duro y comercializado que ordena y manda sobre todo aquello que tega que ver con el dinero mientras el bueno de Lluis permanece en un agradable y solitario mundo de arte y clarividencia. Queremos suponer que Llach no se entera de que a los cantantes que le hacían las primeras partes se les pagaba quince veces menos que a él. Ni que tuviera la menor idea de que los músicos que le acompañan cobran bastante menos que los de Miguel Gallardo. No, nada de esto puede afectar a Lluis Llach, porque el nada sabe, no se entera o no quiere enterarse.

La dicotomia entre Llach y Molas continúa cuando a Llach le atacan. Entonces, como cuando le prohibieron a raíz de su recital en el Palau durante nueve meses, se produjo (según un trabajo recogido por Antoni Batista en Arreu) una escalada publicitaria que comenzando con una rueda de prensa tras la prohibición, culminó con el anuncio dramático de que Lluis posiblemente tuviera que emigrar. A todo esto y según datos facilitados por Jordi García Soler las ventas de Viatge a Itaca seguían aumentando el ritmo que marcaba dicha campaña. Lluis, a todo esto, surgía otra vez al primer plano, como una victoria propiciatoria que apenas podía soportar tanta desgracia.

Otra de las características de Llach, es que nunca ha concedido una entrevista en la que se comprometiera con una opinión que pudiera caer mal entre sus oyentes potenciales. Después de años de rumores en los que se le adjudicaban filiaciones comunistas, trotskistas, chinas, socialistas o anarquistas, Lluis decidió mostrar de nuevo su inteligencia sacándose de la manga un híbrido llamado marxismo-anarquico. La mezcla es sugerente y quien más quien menos puede llegar a intuir de que va, aunque sus aplicaciones prácticas nunca hayan sido explicadas por su generador.

Todo lo anterior es efectivamente tan ambiguo, que cabe preguntarse si es sincero. Dado que no acostumbro juzgar intenciones, sólo puedo manifestar mi alegría ante una figura que, como la de Llach, pasa de máximo prohibido y represaliado (hay otros en nuestro país, pero no tienen tanta importancia) a mayor vendedor discográfico sin presentar contradicciones aparentes.

El aspecto musical de Llach plantea otros problemas. Desde mi punto de vista, Lluis ha avanzado más en el terreno de la canción de la gran mayoría de nuestros cantantes I, si canto trist es uno de los más bellos discos que se han hecho entre nosotros y, esta, línea vuelve a aparecer tanto en Viatge a Itaca como en Campanades a mort. Las segundas caras de ambos elepés vuelven a ser un prodigio de sensibilidad y sencillez, y los hallazgos realizados en torno a un ambiente que el califica de mediterráneo son de un valor indudable.

Por desgracia, Llach hubiera visto su proyección limitada a ser un buen cantante y un magnífico compositor de no haber sido por las primeras caras de ambos discos que le lanzaron al estrellato. En Viatge, Llach unió algunas canciones con fragmentos instrumentables que sirvieron como nexo de unión entre lo que se consideraba un trabajo unitario. Los recursos empleados para ello son de la más pura estirpe clasicista y el disco quedaba como un intento efectista de incorporar una gran orquesta a la canción popular. La continuación al Viatge... fue Campanades a mort. Aquí, los devaneos orquestales se encaminaban al potenciar la respuesta fácil de los oyentes que se (nos) emocionaba recordando los asesinatos de Vitoria a ritmo de procesión en Semana Santa. La posible gradilocuencia de Campanades podía justificarse suponiendo a Lluis tan conmocionado por aquellos hechos como lo estábamos los demás.

En su nuevo, elepé, sin embargo, Llach vuelve a reincidir en el mismo esquema de canciones bellas pero sencillas, unidas de nuevo por fragmentos orquestales. Asoma entonces la lógica duda de si semejante mecanismo no es más la explotación comercial de una idea rentable que fruto de necesidades artísticas.

No puede decirse nada más, sus letras, independientemente de que haya dado a conocer a un valor poético tan importante como Kavafis, no aportan nada nuevo, aunque en la mayoría de los casos poseen la suficiente carga poética como para resultar bellas dentro de su indiscutible ambigüedad y falta de malicia estética.

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