FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE BERLIN

"Las truchas", un intento de autogestión cinematográfica

Una de las películas españolas, Las truchas, de José Luis García Sánchez, que entran en la competición oficial del Festival Internacional de Cine de Berlín, se presentó el sábado en dos sesiones. Está bien situada en la estrategia de la memoria del público. Cuando finalizan tres días del festival, el recuerdo se queda con Outrageous, de Richard Benner, norteamericano, que ha preferido la industria canadiense, y Une page d'amour, de Maurice Rabinowicz, al mismo tiempo que comienza la dispersión hacia las distintas secciones que ocupan otras siete salas de la ciudad, además del Zoo-Palast, donde...

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Una de las películas españolas, Las truchas, de José Luis García Sánchez, que entran en la competición oficial del Festival Internacional de Cine de Berlín, se presentó el sábado en dos sesiones. Está bien situada en la estrategia de la memoria del público. Cuando finalizan tres días del festival, el recuerdo se queda con Outrageous, de Richard Benner, norteamericano, que ha preferido la industria canadiense, y Une page d'amour, de Maurice Rabinowicz, al mismo tiempo que comienza la dispersión hacia las distintas secciones que ocupan otras siete salas de la ciudad, además del Zoo-Palast, donde se proyectan las películas a concurso.

Del equipo de Las truchas se han desplazado su director, José Luis García Sánchez; el productor, Luis Megino; el guionista, Manuel Gutiérrez Aragón, y el actor Héctor Alterio. Las peculiaridades de la película son comentadas a EL PAÍS por García Sánchez y Megino, quienes la consideran como un paso tímido y posible hacia la autogestión en el doble aspecto de producción y realización, lo que viene a significar un cambio de postura frente el cine, en sus planteamientos industriales y como producto cultural destinado a los espectadores.Una primera alternativa de producción se basa en la financiación independiente sin unos iniciales criterios rígidos en cuanto al producto final que va a circular en el mercado. Las truchas es la primera película realizada con aportaciones de 36 socios que tienen el interés común de hacer buen cine, o al menos el cine que quieren. En opinión de Luis Megino, este nuevo talante se puede detectar también dentro del cine nacional en los sectores de distribución y exhibición. El sistema de apoyos oficiales, tras sanear la aguda crisis actual de la industria, debería centrarse en las facilidades crediticias sin ningún tipo de control u opinión sobre el producto.

Se ha identificado esta forma de hacer cine con las prácticas de escuela, donde se daba una cierta libertad de expresión con sólo dos elementos iniciales e imprescindibles: cámaras e ideas.

Las necesidades estéticas van unidas a estos planteamientos de producción y en ellas participan no sólo la figura-estrella del director, sino el trabajo en equipo, con los actores y los técnicos. Esta forma de entender el cine se puede apreciar en las dos películas españolas presentes en Berlín y en realizaciones de otros países.

José Luis García Sánchez opina que el espectador recibe los cambios de la mecánica del lenguaje del cine. En el caso concreto de Las truchas, donde participan más de cincuenta actores, el paso más complicado fue la elección de los intérpretes. El trabajo colectivo ha sido la experiencia más abierta como director, donde todo el equipo ha participado en la elaboración final de la película. Este es el tipo de cine que sabe y quiere hacer.

Las truchas plantea un conflicto colectivo. «Sin ser una indagación sociológica, analizar el comportamiento de un grupo, ver cómo sus individuos pueden llegar a una serie de irracionalidades. No hemos querido presentar a la burguesía. En general, burguesía se opone a proletariado, en la película sería clase baja. Tampoco es el análisis del nacimiento del fascismo, no es consciente reflejar el surgimiento de las ideas fascistas. Los componentes ideológicos están marcados y de esto sí que era consciente todo el equipo. La gente suele buscar el didactismo y la propaganda política. Una de nuestras obsesiones era alejarnos de supuestos políticos inmediatos. El peligro que ronda es el oportunismo, hacer un cine falsamente comprometido. El contenido cambia con la complicidad del público. En estos momentos es más importante enseñar a ser libres y reflexionar que dar la moraleja. Estuvimos buscando un subtítulo a la película, como La última cena o El contrato social, pero al final preferimos dejarlo aséptico. La película se desarrolla en una clave de humor patético, con el deseo de que sea un espejo bastante fiel que refleje lo que le ocurre a la gente en su vida cotidiana.»

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