Tribuna:

El "discreto encanto" de la comedia

Será, sin duda, casualidad, pero el hecho cierto es que nuestra temporada teatral -tenderetes eróticos aparte- ha comenzado bajo el signo de la comedia. Una palabra poco unitaria, apenas definida por oposición a la tragedia y el drama. Algo que ha solido generar, en ciertos momentos, insensatos menosprecios pero que ha defendido, probablemente, la rica condición del género.Un género muy difícil, que de alguna manera se reconoce y perfila cuando llega a París el señor Molière. Desde entonces, la perfección requiere que la intención explícita en el tema de una comedia coincida perfectamente con ...

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Será, sin duda, casualidad, pero el hecho cierto es que nuestra temporada teatral -tenderetes eróticos aparte- ha comenzado bajo el signo de la comedia. Una palabra poco unitaria, apenas definida por oposición a la tragedia y el drama. Algo que ha solido generar, en ciertos momentos, insensatos menosprecios pero que ha defendido, probablemente, la rica condición del género.Un género muy difícil, que de alguna manera se reconoce y perfila cuando llega a París el señor Molière. Desde entonces, la perfección requiere que la intención explícita en el tema de una comedia coincida perfectamente con la ejecución de la llamada intriga argumental. Esta transposición de lo imaginado a lo realizado es un ideal permanente que confiere al género cierto valor normativo de la vida teatral. En lugar de invitar al argumento a proponer hazañas gesticulantes los temas de la comedia parecen proponer una prudente dosificación de valores estéticos, éticos, vitales, hedonísticos y morales. Platón condicionó la belleza al bien, como la ilustración la sometió al orden, Schiller y Nietzsche la encargaron de estimular la espontaneidad, la metafísica la confinó a la revelación y el marxismo la destinó al conocimiento de los datos reales.

Entran, en efecto, muchos valores en la comedia que no son de jerarquía exclusivamente estética. Y todos ellos requieren su tratanúento. Forma y contenido, intriga y acción son abstracciones técnicas que no pueden, en la comedia, separarse. Porque sólo la unidad final, lograda bajo forma teatral, puede reunir y homogeneizar valores estéticos y valores no estéticos.

Por eso un lector de comedia sólo percibe de ellas su ajetreado vaivén. En cambio el espectador del género está sometido a otro género de ejercicio. El entrelazamiento de entradas y salidas, los tonos fríos o calientes de las voces, trajes y decorados, el movimiento de los actores, la composición del conjunto de figuras, el salto de un lugar a otro, el contraste entre las escenas más densas y las más ligeras, el paso de la observación del comportamiento exterior de un personaje a la revelación de su interioridad, todo eso pertenece, por necesidad inesquivable, al mundo de la comedia y todo eso tiene y requiere su maestría.

Tuvo, incluso, su librillo, fabricado a todo lo largo del siglo XIX, con la famosa fórmula de la obra bien hecha, en que la obsesión por la verosimilitud promovió el nacinúento de unas intrigas teatrales de ritmo biológico peculiar destinado a hacer creíbles los caracteres y los acontecimientos mediante la presentación de ¡os hechos en forma tal que la exposición capturase el interés, el nudo lo sostuviera y la crisis fulminada por el rápido desenlace cumpliese, bajo control, con la tácita promesa de un sorprendente final. El mecanismo de estas intrigas lo componía una fina maquinaria en que las ruedecillas de las causas engranaban primorosamente con las de los efectos prolongando las excitantes complicaciones sin ocuparse gran cosa de la calidad artística de los recursos con que se interesaba al espectador.

Tal perfección en encadenar acontecimientos, enredar detalles y episodios, desenredarlos y volverlos a enredar ha generado, precisamente, todo un teatro de menor cuantía, teatro de puro consumo, teatro incluso agradable, teatro incluso bonito, en que las comedias no están ya provocadas por la necesidad de expresar unos comportamientos sino que se satisfacen con el propio esqueleto de sus aventurillas y complicaciones. Esas piezas sustituyen con un veloz tejer y destejer el vacío creado por la inanidad de los personajes. Porque sin.personajes de verdad no hay nunca acción. Y sin acción no debería haber comedia, Lo que sucede es que un subgénero teatral puede existir sólo con situaciones. Lo que eso revela entonces es una habilidad especial, no conceptual, para urdir episodios escenificables. Aunque de paso revele también que el autor no es un creador de teatro sino un mero fabricante de obras. El género no tiene la culpa de ello.

El género tampoco es sólo un río de palabras. Es una tonalidad. La revelación del tema de una comedia no es privilegio exclusivo le lo que se dice. Precisamente la comedia sostenida, al nacer el género, propuso, más allá de la risa directa, el sentido de la distancia juzgadora. En la primera lectura estética Ya apareció claro que adivinar y juzgar -satisfacciones mucho más intelectuales que emotivas- estaban ancladas en las bases secretas del ilustre género.

Ars imitatio rei. Copia de la realidad. Espejo de la vida. Bueno, bueno... ¿Queremos recordar que eso fue, en su momento, una vanguardia lógicamente fracasada de entrada? Pues ese género irirrortal se diría que vuelve, entre nosotros, a su fiero rango estimulante. Nuestra cartelera es un poema. Y como nadie es tonto, en el teatro, hasta que se demuestre lo contrario -dicen que escribir una comedia suele ser una buena demostración del sí o el no-, este suave aluvión debe explicarse de alguna forma. Yo aventuro la mía, un poco precipitada. Por la comedia, por la comedia como género, es por donde se renuevan y entran en el teatro los personajes. Estamos un poco cansados de la petrificación paducida. Hemos repetido un poco demasiado los clisés de los seres amigos o enemigos. Eso creo.

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