Crítica:

Novela y estilo en cuarta dimensión

Hace veintitrés años la publicación de Los bravos reveló a Jesús Fernández Santos como narrador, dueño de un idioma propio para novelar que causó impresión dentro de la boga del realismo indiscriminado por su precisión de estilo y el juego de sus elusiones incisivas. Desde entonces data una carrera literaria dirigida tanto hacia la narración breve como a la novela. Es en la novela con todo y en el último decenio dejando atrás una cierta solución de continuidad en su quehacer, en un paréntesis dedicado a la cinematografía, en donde Fernández Santos ha corroborado toda su personalidad. ...

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La que no tiene nombre

Hace veintitrés años la publicación de Los bravos reveló a Jesús Fernández Santos como narrador, dueño de un idioma propio para novelar que causó impresión dentro de la boga del realismo indiscriminado por su precisión de estilo y el juego de sus elusiones incisivas. Desde entonces data una carrera literaria dirigida tanto hacia la narración breve como a la novela. Es en la novela con todo y en el último decenio dejando atrás una cierta solución de continuidad en su quehacer, en un paréntesis dedicado a la cinematografía, en donde Fernández Santos ha corroborado toda su personalidad. El hombre de los santos y Libro de la memoria de las cosas (Premio Nadal 1970) lo situaron como novelista de primera línea, y esta calificación es sostenida con mayor vigor aún desde su más reciente novela La que no tiene nombre, después de superar holgadamente las dificultades de su planteamiento y lo que podríamos llamar una nueva vuelta de rosca en la exigencia de rigor en su lenguaje narrativo.

Jesús Fernández Santos. Ediciones

La que no tiene nombre, es una novela trágica donde la unidad temática desciende a través del tiempo en tres planos temporales. Uno, lejano, pinta un oscuro episodio medieval, derivado de la leyenda de una dama que luchó como caballero bajo la armadura viril, en la batalla de Toro, ya en el crepúsculo medieval, y halló la muerte en su regreso a manos de los nobles, envidiosos de la merced real que recibió y la ennobleció con su gente. La dama tuvo nombre, Juana García, y procede del valle montañés entre Asturias y León que es una de las grandes unidades de la novela de Fernández Santos, para quien el paisaje que recibe la huella del que lo habita, marcándole al mismo tiempo, tiene siempre importancia característica en sus novelas, que no podemos recordar desprovistas de él.En el mismo paisaje, la que no tiene nombre, esto es, la muerte, sella el destino existencial de las generaciones venideras, como el de la dama, la más pequeña de las tres hijas legendarias, estigmatizada por el incesto. Por los mismos parajes corre la muerte, siglos más tarde, en otra oscura historia de amor y venganza entrelazados con la dureza del paisaje, las cuevas del monte, el discurrir de la caza y las alimañas y los pasos bloqueados por la nieve. El panorama se enciende además con la violencia del maquis y de la guerrilla.

Destino. Barcelona, 1977

Se trata de una novela dura, siguiendo la cuerda del hado existencial en que ha vuelto a la novela de Fernández Santos la dureza desnuda del paisaje humano y ambiental de Los bravos, con más profundidad conceptual y desarrollo más amplio y hondo a través del tiempo. Hombre, destino y muerte por un lado, paisaje por otro forman, intimamente enlazados el núcleo unitario de la creación novelesca. Más que de historias que corren paralelas unas veces y se imbrican otras, se tiene la sensación de vivir capítulos de la misma vida bajo diversas ocasiones y accidentes. La esencialización de la novela consigue el paisaje vital más hondo y completo que describió jamás el autor, venciendo la dificultad a fuerza de concentración no sólo de la idea novelesca, sino del estilo esencial necesario que emplea, quizá a trechos hermético a fuerza de despojar a la narración de sus elementos inertes y, al mismo tiempo, haciendo significantes para ella y por su propia voz todo cuanto en ella comparece, como la voz incesante de la naturaleza que rodea a los personajes.

Novela trágica

El conjunto arrastra al lector a penetrar en su contenido esencial y a entrar en un orbe cerrado, intenso, significativo, donde la belleza indudable y el mérito de su estilo se halla vuelto hacia dentro de la narración y del mundo que describe. Es un estilo flexible, enjuto, que no se permite ningún lujo de crasitud o pompa barroca (en donde tantas veces se pone la belleza del estilo) sino en la propiedad y la precisión con que valúa todo cuanto en la novela existe: un hombre, un lobo, un árbol, una luz, un paisaje o una pasión desnuda. Con todo ello nos encontramos con una de las novelas mejores que pueden leerse en nuestra narrativa contemporánea, en donde el autor de Los Bravos ahonda en aquella dirección que sostuvo a lo largo de su obra y señaladamente en las más recientes que hemos recordado. Pero a las tres dimensiones espaciales de la obra anterior ha añadido la cuarta, que no es otra que el tiempo, en La que no tiene nombre, novela más difícil y valiosa que ha puesto a prueba sus facultades y de la que ha sabdo no sólo airoso, sino con una señalada victoria del orden narrativo que representa en la promoción a que pertenece con Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Martín Santos y Goytisolo.

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