Tribuna:

Entre Castiella y Oreja, el pueblo español

Es indudable que la historia contará que el 28 de julio de 1977, Marcelino Oreja, ministro español de Asuntos Exteriores, presentó a las Comunidades Europeas, la petición española de ingreso en el Mercado Común.El «éxito» de la diplomacia española tiene, sin embargo, un largo historial. Va desde la presentación de la carta de Fernando María Castiella, el 9 de febrero de 1962, solicitando un «acuerdo de adhesión» con el Mercado Común, hasta la demanda de ingreso total, transmitida hoy por Marcelino Oreja.

Pero entre el largo camino de la carta de Castiella -que no obtuvo respuesta., dich...

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Es indudable que la historia contará que el 28 de julio de 1977, Marcelino Oreja, ministro español de Asuntos Exteriores, presentó a las Comunidades Europeas, la petición española de ingreso en el Mercado Común.El «éxito» de la diplomacia española tiene, sin embargo, un largo historial. Va desde la presentación de la carta de Fernando María Castiella, el 9 de febrero de 1962, solicitando un «acuerdo de adhesión» con el Mercado Común, hasta la demanda de ingreso total, transmitida hoy por Marcelino Oreja.

Pero entre el largo camino de la carta de Castiella -que no obtuvo respuesta., dicho sea de paso- hasta las tres cartas del señor Oreja, ha sido el pueblo español quien con sus ansias de democracia ha conseguido trazar la línea de una sociedad liberal que convierte en posible el ingreso de España al club comunitario.

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Sin un mínimo de democracia parlamentaria el viaje del señor Oreja a Bruselas no habría sido posible. No se solicita el ingreso en un club sin garantías de que se va a ser admitido. Queda claro que el éxito es el del pueblo español, a pesar de que, una vez más, no se le haya consultado, a través de sus representantes elegidos en las Cortes, para la realización de tan histórico acontecimiento. El Gobierno ha actuado con reflejos del pasado. Esperemos que le salga bien y sea un éxito para todos.

España pide hoy ingresar en un club de socios, en el que coinciden Estados ricos y menos ricos; en el que las tensiones y veleidades nacionalistas no han desaparecido totalmente; en el que se intenta conjugar a diario el arte de los deseos con el de lo posible.

Las Comunidades Europeas, con sus nueve Estados -que serán pronto doce, si se lleva a buen puerto el ingreso de España, Portugal y Grecia- ocupan un lugar privilegiado en el mundo.

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Reúnen nueve democracias occidentales, agrupan a 260 millones de ciudadanos, y son foco de bienestar, a pesar de la crisis. Intentan también conservar su soberanía, ante las grandes potencias como Estados Unidos o la URSS.

Cuentan con un prestigio político y económico considerable, gracias a sus inéditos mecanismos de cooperación con países en vías de desarrollo.

Pero las Comunidades Europeas no son la panacea, ni el fin de los problemas. Son un intento original de unión de pueblos, culturas y costumbres, en pro de una conservación de cierto modelo de sociedad, al que España pretende homologarse.

Marcelino Oreja, gracias al triunfo del pueblo' español en pro de una democracia, puede hoy depositar en Bruselas la petición de ingreso al club comunitario. Queda por delante, primero, la batalla de la negociación para definir las condiciones de ingreso, y después, el papel dinámico y activo que el pueblo español, sus instituciones y su economía deberán jugar en el póquer europeo, sobre el cual sólo se conocen sus delicadas reglas de juego, sus orígenes y sus pretensiones, pero no su destino.

Los pueblos del Estado español no tenían otra opción que jugar la carta europea. El primer paso, gracias al inicio de la democracia, se ha dado. Quedan los demás.

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