Corrida de la Prensa

Joao Moura, en la cumbre del toreo

No hay color. Habíamos acariciado la esperanza -porque al toreo le va la competencia como agua de mayo- de que Vidrié podría hacerle sombra a Moura, y sobre esta confrontación, que interesaba vivamente a los aficionados, se montó, con todo acierto, la corrida de la Prensa.Pero la realidad demostró ayer que mientras Vidrié es un buen rejoneador, Moura es, en lo suyo, un genio; un gigante; figura solitaria en la cumbre del toreo a caballo. Y aún más, porque si los de a pie no aprietan, si no perfeccionan su arte, el toreo todo de nuestro tiempo se conocerá por la época de Moura, y con él abrirá ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

No hay color. Habíamos acariciado la esperanza -porque al toreo le va la competencia como agua de mayo- de que Vidrié podría hacerle sombra a Moura, y sobre esta confrontación, que interesaba vivamente a los aficionados, se montó, con todo acierto, la corrida de la Prensa.Pero la realidad demostró ayer que mientras Vidrié es un buen rejoneador, Moura es, en lo suyo, un genio; un gigante; figura solitaria en la cumbre del toreo a caballo. Y aún más, porque si los de a pie no aprietan, si no perfeccionan su arte, el toreo todo de nuestro tiempo se conocerá por la época de Moura, y con él abrirá y cerrará un amplio y sólido capítulo la historia de la tauromaquia.

Nos defraudó Vidrié porque, mediada su actuación, que devenía sobria, le hizo zalemas a la galería para ganársela con la espectacularidad del caballo levantado, los pares a dos manos y demasiado pasar por los adentros. Su labor fue buena, con todo; pero la barrió el vendaval del portugués, torerazo, quien no tuvo más que un fallo, precisamente en el primer encuentro con el toro, y le costó una cornada al caballo.

Plaza de Las Ventas

Corrida de la Prensa. Gran entrada. Cuatro toros de Guardiola Domínquez, otro (6.º) de Guardiola Fantoni, y un sobrero (4.º) de esta misma ganadería. Correctamente presentados, desiguales de comportamiento, flojos. Con el quinto y sexto se simuló la suerte de varas y el público protestó ruidosamente estas reses.Jaime Ostos: Dos estocadas, rueda de peones y descabello (silencio). Tres pinchazos (bronca). José Luis Galloso: Dos pinchazos y estocada (silencio). Nueve pinchazos y tres descabellos (silencio). Julio Robles: Estocada tendida y atravesada y dos descabellos (ovación y saludos). Media atoro arrancado y descabello (palmas). Y dos toros de Bohórquez para rejones. Manuel Vidriá: Vuelta con protestas. Joao Moura: Dos orejas y salida a hombros por la puerta grande. Presidió, con muchos problemas y sin acierto, Luis Gómez. Los Reyes de España presenciaron la corrida desde una barrera.

De ahí en adelante todo seria perfección. Clavó de frente y con reuniones al estribo, pero lo que puso a la plaza en pie -Reyes incluidos, en su barrera; la andanada, también, como un solo hombre- fue el torero; aquel tirar del toro como si lo llevara cosido a la grupa, para girar y prender la embestida por delante, una y otra vez así, y llevar la suerte al terreno adecuado con la misma o aún mayor suavidad con que hubiera podido hacerlo un capote mágico; y, sin solución de continuidad, ir al embroque sobre el pitón contrario, clavar en la verticalidad natural, salir limpiamente de la suerte, toreando, y rematar frente a frente toro y caballo, encarados como estatuas. Aficionados nos decían que desde hace mucho tiempo no habían sentido como ayer, con Moura, el estrecimiento inequívoco que produce el toreo cuando es puro.

Y aquí es donde hay que buscar todo el secreto de este torero, agigantado por un arte que parece corno si hubiera nacido de él mismo: en la autenticidad. Y aquí está la chispa que se busca para encender de nuevo la pasión en esta fiesta: sólo en la autenticidad. El toreo, para arrebatar, para tener a sus pies multitudes, no necesita más que eso: ofrecerse tal cual es, en su desnuda verdad. Nada más que eso; nada menos que eso.

El resto fue una corrida de toros entre tantas, con escándalo también por la falta de fuerza de dos toros que, con toda razón, protestó el público. No podemos estar de acuerdo, sin embargo, en lo que se refiere a las protestas que suscitó el trapío de los tres últimos ejemplares -hasta el cornalón y muy serio sobrero que sustituyó al cuarto-, lo cual decimos sin detrimento del inmenso respeto que nos merece la afición de Madrid en general y la andanada ocho en particulantran toros, por su edad, por sus cabezas, por sus anatomías; galgueños en algunos casos, lo cual puede no ser inconveniente sino mejor motivo para que la res desarrolle con libertad y ligereza sus movimientos. Al quinto, por ejemplo, le afeaba su condición de bizco y degollado; pero un toro estrecho de cuello es perfectamente admisible (así eran, sin ir más lejos, varios de los hernándezplá de la feria, que nadie protestó entonces) y además ese bizco tenía la cabeza cornalona y astifina.

Otra cosa es que cojearan y ahí si damos la razón a los que protestaban. Con el quinto dicho y con el sexto se simuló la suerte de varas. La presidencia debió devolver esos toros al corral, por claramente no aptos para la lidia.

Ostos sufrió una seria colada del primero, que tenía poco recorrido, y no se confió. Al otro, que le llegó noble, le dio unos derechazos aseado, pero cometió dos errores: primero cortó la faena para cambiar la espada; luego se dejó arrebatar la muleta, por lo que sufrió un violento achuchón. A partir de ahí, la fiera, que desarrollaba sentido, se hizo reservona y no admitió ni un pase más. El toreo debe ser dominio, más que nunca con el toro avisado.

Incierto y peligroso fue el segundo y, naturalmente, Galloso no pudo sacarle partido. Al quinto lo aliñó, ante la protesta. Mató muy mal. Con el capote, en cambio, estuvo lucido.

Al mejor toro de la corrida, el tercero; Julio Robles le instrumentó verónicas excelentes, ganando terreno, y le cuajó una faena bonita, con naturales y derechazos iniciados de frente para luego llevar muy templada la embestida, y buenos pases de pecho. Sólo faltó la emoción, que no podía dar el toro, por su cansino acometer. En el sexto abrevió también, pues la protesta por falta de fuerza de la res restaba importancia al trasteo.

Robles mereció mejor suerte. Ayer venía a por todas.

Los Reyes ocuparon una barrera y se ganaron una prolongada ovación. Doña Sofía pedía la oreja para Moura con el clásico flamear del pañuelo. «¡Los Reyes, en los toros y entre el público, como debe ser! », oíamos decir. Fue un rasgo que la afición agradeció. Durante cuarenta años no había sido nunca así, sino al revés.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En