Crítica:

Hölderlin: la caída hacia lo alto de un gran pensador

Ciertos poetas deben soportar en cada época la pesada carga de verse convertidos en la personificación de la poesía ante sus contemporáneos. Esta incómoda modalidad de la gloria ha recaído en autores tan diversos como Garcilaso, Baudelaire o Rilke, pero quizá en nadie ha alcanzado una exasperación tan notable como en el caso de Friedrich Hölderlin, quien fue el Poeta, es hoy aún más el Poeta (Heidegger coadyuvante) y previsiblemente seguirá siendo el Poeta «mientras haya inteligencias para leerle y elogios que tributar», por utilizar la hermosa fórmula que Ben Jonson dedicó a Shakespeare. Como...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Ciertos poetas deben soportar en cada época la pesada carga de verse convertidos en la personificación de la poesía ante sus contemporáneos. Esta incómoda modalidad de la gloria ha recaído en autores tan diversos como Garcilaso, Baudelaire o Rilke, pero quizá en nadie ha alcanzado una exasperación tan notable como en el caso de Friedrich Hölderlin, quien fue el Poeta, es hoy aún más el Poeta (Heidegger coadyuvante) y previsiblemente seguirá siendo el Poeta «mientras haya inteligencias para leerle y elogios que tributar», por utilizar la hermosa fórmula que Ben Jonson dedicó a Shakespeare. Como todo lírico de auténtico y profundo talento, Hölderlin es un gran pensador: la imagen del poeta como imbécil eufónico recibe tantas confirmaciones en los juegos florales, revistas de versos o entre quienes se hacen portavoces rimados de alguna noble causa como escasa entre los nombres que auténticamente perduran y ayudan a nuestra soledad a través de los siglos: Theognis, Virgilio, Omar Khayam, Baudelaire, Leopardi, René Char... Esta faceta de pensador dota de un particularísimo interés a sus obras en prosa, es decir, a su novela-programa Hiperión y a un conjunto de notas, reflexiones y, esbozos que se encuentran en sus papeles póstumos, en cartas o en sus traducciones de Sófocles. No eran accesibles estas obras en prosa en ninguna traducción fiable al castellano, por lo que es tanto más de agradecer la iniciativa de Jesús Munárriz de incluirlas en su colección Hiperión en excelentes versiones, la de la novela debida al propio Munárriz, y la de los Ensayos, a Felipe Martínez Marzoa.El conjunto de textos recogidos en estos Ensayos va desde el brevísimo fragmento sobre sabiduría o moralidad hasta reflexiones relativamente extensas sobre arte poética. La pasión helenística está presente en casi todos ellos, sea en los comentarios de Antígona o Edipo como en las hermosas y enigmáticas paráfrasis de versos pindáricos; quizá uno de los momentos más emocionantes de la lectura de este repertorio sea cuando, en una carta a un amigo, Hölderlin cuenta cómo durante su viaje a la Francia meridional buscaba entre aquellos latinos campesinos y marineros «la esencia propia de los griegos». ¡Pensar que lo más cerca que estuvo nunca Hölderlin del sagrado airchipiélago y de Delfos fue cuando visitó... Burdeos! Los escritos sobre las tragedias de Sófocles son pasmosos de penetración y de comunión con el ánimo mismo de la tragedia griega; fueron compuestos como notas para las traducciones que hizo el poeta de Antígona y de Edipo, cuya profunda congenialidad con la esencia. de lo helénico las hizo en un primer momento aparecer como extravagantes Y no ser apreciadas hasta épocas muy recientes. En ellos podemos encontrar sentencias tan memorables como ésta, en la que se resume el destino de un Nietzsche o el del mismo Hölderlin: «Es un gran recurso ¿el alma que trabaja en secreto el que, al punto de la más alta conciencia, rehúya la conciencia y, antes de que el dios presente se apodere efectivamente del alma, ella le haga frente con palabra audaz. a menudo incluso blasfema, y así mantega la sagrada posibilidad viviente del espíritu.» Los textos sobre arte poética, los más amplios y detallados del volumen, prueban la seriedad razonadora con la que Hölderlin se tomaba su oficio de poeta: sus disquisiciones sobre alternancias de géneros, ritmos o sobre los diferentes tonos del proceder poético derivan por meandros no siempre fáciles de seguir, pero abundan en fulgores de un alma: que, pese a estar inspiradamente abierta a lo espontáneo y azaroso, no olvidó nunca la técnica y la materia de su canto. Pero quizá al interesado en la historia del pensamiento lo que más ha de apasionarle en este volumen son las páginas dedicadas a problemas tan esenciales del romanticismo alemán como la filosofía de la religión, la libertad o ese proyecto de sistema, escrito en colaboración con Schelling, en el que el ímpetu que desembocaría en la Filosofia del derecho hegeliana todavía se expresaba así: «No hay idea del Estado, porque el Estado es algo mecánico, como tampoco hay idea de una máquina. Sólo lo que es ob.jeto de la libertad se llama idea. ¡Tenemos, pues, que ir más allá del Estado! Pues todo Estado tiene que tratar a hombres libres como engranajes mecánicos; y esto no debe hacerlo; por tanto, debe cesar.» A mi juicio, el texto Sobre la religión es lo más profundo y lúcido de todo el conjunto de ensayos hölderlinianos: sus intuiciones sobre lo sagrado como superación de la necesidad y la exigencia de una representación, una imagen de lo sacro, no discursiva ni ideal. sino mítica, es decir, narrativa, creo que no fueron superadas por ninguno de sus dos brillantes condiscípulos del Stift de Tubinga, que tantas páginas empero dedicaron al tema.

F

HöIderlin. Ensayos. Traducción de E Martínez Marzoa. Cal. Hiperiin. F,d. Ayuso. 1977.

De vez en vez planea sobre la secreta liermandad del poeta y su lector la sombra de la locura, que comienza a abrirse paso como ironía y como presa gio. En ocasiones Hölderlin la adivina serenamente, como la más amarga e íntima prueba de su triunfo espiritual: «En otro tiempo podía lanzar gritos de júbilo por una nueva verdad, una vista mejor de aquello que está encima y alrededor de nosotros; ahora temo que al final me ocurra como al antiguo Tántalo, a quien de los dioses le aconteció más de lo que él pudo soportar. » En otros momentos es sólo la mención al desgaire de un peligro, que al canza en pocas palabras el peso insportable que sólo sabe dar al pensamiento la larga convivencia con una obsesión: «Se puede también caer en la altura, tanto como en el abismo.» Y hacia lo alto cayó Hölderlin, hacia lo más alto y remoto de ese azul bordado en oro del cielo de Olimpia: que jamás vio;. pero no por ello perdió el contacto con sus hermanos los hombres, como a veces temía: porque a él, amado y destrozado por los dioses, le fue concedido el raro don de hacer de lo más alto lo más próximo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En