Editorial:El viaje del presidente Suárez / 1

México

CONSTITUYE UN acierto que sea México la primera etapa del viaje que va a emprender el presidente Suárez. No sólo porque servirá de ayuda para el estrechamiento de relaciones con un país del que oficialmente España ha permanecido separada durante cuatro décadas.. También es un buen augurio -comparable a la visita realizada hace meses por el Rey a Colombia y Venezuela- de que finalmente, nuestra política exterior, entendida en e¡ sentido más amplio posible, va a tratar de proyectarse seriamente sobre América Latina.Influyentes sectores de la opinión pública: mexicana han criticado a su Gobierno ...

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CONSTITUYE UN acierto que sea México la primera etapa del viaje que va a emprender el presidente Suárez. No sólo porque servirá de ayuda para el estrechamiento de relaciones con un país del que oficialmente España ha permanecido separada durante cuatro décadas.. También es un buen augurio -comparable a la visita realizada hace meses por el Rey a Colombia y Venezuela- de que finalmente, nuestra política exterior, entendida en e¡ sentido más amplio posible, va a tratar de proyectarse seriamente sobre América Latina.Influyentes sectores de la opinión pública: mexicana han criticado a su Gobierno por la manera en que retiró su reconocimiento a las instituciones republicanas españolas en el exilio, y por haber restablecido relaciones diplomáticas con Madrid antes de las elecciones españolas. En la actitud mexicana frente al régimen franquista se combinaban la fidelidad al legado cardenista y el rechazo de un sistema impuesto por la fuerza con problemas de política interior para los que la inexistencia de relaciones oficiales con España podía servir de coartada y de aliviadero. Los españoles que se oponían a la dictadura tendieron, lógicamente, a conceder mayor peso al componente moral de la postura mexicana que a los factores propiamente interiores que la condicionaban.

Sin embargo, tras el comienzo del proceso de normalización democrática en España, las razones en que se apoyaba la intransigente política exterior mexicana comenzaron a perder rápidamente consistencia y a dejar al trasluz motivaciones de distinta naturaleza. Los esfuerzos realizados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), para implantar, aunque sólo sea formalmente en ocasiones, instituciones propias de la democracia pluralista son, en si mismas, dignas de elogió. Sin embargo, rayaba en el absurdo que un régimen que deja fuera del registro electoral al Partido Comunista Mexicano, ejerce un eficaz control sobre la central sindical hegemónica de Fidel Velázquez, mantiene en la cárcel a presos políticos (no siempre condenados por delitos de sangre), soporta la presencia de grupos armados de extrema derecha (desde el «porrismo» universitario hasta el «charrismo» sindical), tiene una durísima política de orden público y elige presidente cada sexenio por mayorías plebiscitarias, subordinara la reanudación de las relaciones con Madrid a la completa consolidación en España de la democracia: la legalización de todos los partidos, la libertad sindical la amnistía total, la erradicación de los terroristas de la Internacional Negra, el respeto al ejercicio de los derechos cívicos y la celebración de elecciones plenamente libres.

La actitud de los sistemas democráticos más maduros de Europa hacia el proceso de normalización español fue muy otro: tratar de influir desde el principio con su activa presencia en su positivo desarrollo. Así, pues, la decisión del presidente López-Portillo no llegó algo pronto, sino demasiado tarde; y la designación del ex presidente Díaz Ordaz -de triste memoria para todos los demócratas- como embajador de México en Madrid confirma que esa demora no se debió a los desvelos por la suerte de la democracia en España, sino a razones de distinto orden.

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Y, sin embargo, el presidente Suárez haría mal en olvidar la dimensión noble y generosa de la política exterior mexicana, que se cristalizó en la ayuda a los refugiados españoles.

También debe recordar y tal vez hacerlo patente de alguna manera expresa, fue la presencia española en México está animada en gran parte por los exiliados que eligieron en su día la nacionalidad mexicana.

Pero no se trata sólo de una reconciliación con México y con los refugiados españoles. El presidente Suárez tiene el deber de inaugurar una política exterior hacia América Latina que deje atrás varias décadas de juegos florales, gazmoñería hispanista y alianzas entre dictadores. Fuentes oficiales dan como probable la creación de un Ministerio de Cooperación con Hispanoamérica, que absorbería, de paso, las abstrusas, funciones del Instituto de Cultura Hispánica, cuya actividad es inoperante a efectos de una verdadera acción de España en América.

Esa medida administrativa será un acierto, siempre que se inscriba en un proyecto de conjunto y no dé lugar a fricciones con otros departamentos ministeriales.

En esa perspectiva, ¿cuáles pueden ser las medidas concretas que aproximen a México y a España para su mutuo beneficio? Los intercambios comerciales entre ambos países, dejados en manos de los negocios privados, no pueden tener un futuro demasiado espectacular. Las dos economías, en muchos aspectos, no sólo no son complementarias, sino que resultan competidoras. España, sin embargo, puede ofrecer ayuda tecnológica en sectores concretos y participar en proyectos de inversión en industria pesquera, instalaciones ferroviarias y explotación de recursos naturales. Por su lado, México tiene importantes . reservas minerales y un gran porvenir como exportador de petróleo.

Queda la potenciación de los nexos culturales entre los dos países más poblados del área idiomática castellana. Los intercambios universitarios y profesionales, la convalidación de títulos, pueden permitir a españoles y mexicanos desenvolverse en medios sociales humanamente más próximos y con elementos de tradición común. En ese campo, el presidente Suárez prestarla un gran servicio a los intelectuales y lectores, tanto mexicanos como españoles, si lograra llevar al convencimiento del presidente López Portillo que el tratamiento del libro como una simple mercancía, además de erróneo, es un grave perjuicio para la cultura. Tal vez el problema litigioso más importante en los actuales intercambios comerciales entre ambos países sean las restricciones impuestas por la Administración mexicana a la libre entrada del libro español en su país. Lo cual, con independencia de las implicaciones que reviste para la balanza comercial de ambos países, constituye un flaco servicio para la comunidad intelectual de ambas orillas del Atlántico.

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