Crítica:FESTIVAL DE LA OPERA

Dos estrenos madrileños de Bohuslav Martinu

Teatro de la ZarzuelaOpera de Cámara Nacional de Praga. Obras de Martinu. Directores: Jirous-Stros y Kout-Macku. Escenarios de Hermanek y Nyvlt. 19 de abril.



La personalidad de Bohuslav Martinu es poco conocida entre nosotros. Aparte los Frescos de Piero de la Francesca, algún concierto y la ópera Pasión griega, estrenada en Barcelona, sólo algunas obras de cámara han llegado a los programas. Por lo mismo ha sido interesante el estreno de dos partituras teatrales del compositor checo, ligado a lo que a veces se denomina escuela de París, a base de...

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Teatro de la ZarzuelaOpera de Cámara Nacional de Praga. Obras de Martinu. Directores: Jirous-Stros y Kout-Macku. Escenarios de Hermanek y Nyvlt. 19 de abril.

La personalidad de Bohuslav Martinu es poco conocida entre nosotros. Aparte los Frescos de Piero de la Francesca, algún concierto y la ópera Pasión griega, estrenada en Barcelona, sólo algunas obras de cámara han llegado a los programas. Por lo mismo ha sido interesante el estreno de dos partituras teatrales del compositor checo, ligado a lo que a veces se denomina escuela de París, a base de reunir una serie de autores extranjeros que en la capital francesa siguieron aprendizaje y parte de su carrera, cada cual con arreglo a sus gustos y estéticas particulares.

Martinu, entre otros valores, posee el de una capacidad dramática que, en el mundo contemporáneo, se da pocas veces. Sus numerosas óperas, bien las nacidas para el micrófono -tal la Comedia sobre el puente- como las pensadas directamente para la escena -como Ariadna- tienen funcionalidad y han podido pasar con bastante desahogo a los repertorios. Conocida es la tradición checa que, en lo escénico, juega con diversas posibilidades teatrales, desde las marionetas, las sombras y los mimos hasta el planteamiento de soluciones arriesgadas y originales desde el punto de vista escénico o conceptual. No es de extrañar que haya sido un autor checo como Martinu, gran aportador de piezas originales para los modernos medios de comunicación social. Lo atestiguan títulos como La voz de los bosques, sobre Nezval (1935); La comedia sobre el puente, sobre Klicpery (.1935); El matrimonio sobre Gogol (1952); De qué vive la gente, sobre Tolstoi (1952), o La locandiera, sobre Goldoni.

La comedia sobre el puente se estrenó primero en su versión radiofónica en los estudios de Praga y, en su forma teatral, en Ostrawa un año después, aun cuando la semi-primera mundial, por la resonancia alcanzada, no llegara hasta 1951 cuando aparece la atractiva invención teatral y musical en el Festival de Venecia. Por su misma naturaleza, la Comedia da lugar a muy diversos tipos de montaje desde el qué llevó por Italia la Opera de Brno, en unión de Entreacte, de Ernesto Halffter, con explotación de danza, mimodrama y ópera propiamente dicha, al que acabamos de ver en la Zarzuela Milan Macku lo ha dispuesto todo concantantes y actores, pero queda vivo el espíritu entre guiñolesco y dramático de la obra con soluciones tan ingeniosas como un decorado a base de módulos evocadores de los viejos laicos de las construcciones infantiles. Una pequeña orquesta acompaña acción y canto desde un melodismo fácil, en el que se advierte la influencia francesa, y un espíritu no lejano de los seis. Clara, picante, ingenua a veces, sabrosa de armonías e instrumentación, la pequeña ópera constituye una verdadera delicia, sobre la que vierten las luces de Italia, pasión evidente de Martinu.

No están menos presentes en la neoclásica Ariadna, estrenada meses antes de la muerte del compositor (agosto de 1959). Basada en el célebre mito, que dio lugar a una cincuentena de óperas, esta vez según la versión de Georges Neveux, la Ariadna de Martinu es clara y casi belcantista con deliberadas e irónicas reminiscencias monteverdianas. Todo funciona bien gracias a una continuidad músico-teatral en la que, a veces, se insertan fragmentos ariosos no lejanos de la tradición italiana más reciente. Posiblemente en Ariadna como en la Comedia -tan distintas por otra parte- no hay genio pero sí existe una dosis larga de ingenio, valor por cierto nada despreciable. Sobre todo si se mezcla con un aura poética que, desde su misma simplicidad, convence al auditorio. Montaje excelente el de Stross e interpretación muy cohesionada de los cantantes -nunca divos- , entre los que sobresalió, por belleza y cantidad de voz, el barítono Majtner. La dirección musical, a cargo de Jiri Kout y Jiri Jirous, impuso un alto nivel de calidad, extensivo a todos los demás aspectos de la representación.

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