Crítica:

Eduardo Arroyo, en Barcelona

«Siempre he querido mostrar porqué se hace un cuadro y no cómo se hace un cuadro» (Eduardo Arroyo).La frase que en cabeza este texto es el punto de partida de toda una concepción de la pintura, opuesta, precisamente, a otras tendencias que, aunque de base política similar (¿?) -cuando menos en la táctica- afirman precisamente lo contrario. En este momento, en que las imágenes pintadas ya no aparen tan ser, por suerte, tan sólo formas y colores (el renacimiento del significado es palpable en debate actual sobre el arte, ya sea en su versión de teoría subyacente, ya sea en la reaparición de una ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

«Siempre he querido mostrar porqué se hace un cuadro y no cómo se hace un cuadro» (Eduardo Arroyo).La frase que en cabeza este texto es el punto de partida de toda una concepción de la pintura, opuesta, precisamente, a otras tendencias que, aunque de base política similar (¿?) -cuando menos en la táctica- afirman precisamente lo contrario. En este momento, en que las imágenes pintadas ya no aparen tan ser, por suerte, tan sólo formas y colores (el renacimiento del significado es palpable en debate actual sobre el arte, ya sea en su versión de teoría subyacente, ya sea en la reaparición de una piritura «de tema»), no podemos tildar, con los simples calificativos de «antifascistas» -como ocurrió en la conradictoria pasada Bienal de Venecia- a producciones artísticas tan distintas.

Galeria Maeglit

Montcada, 25 Barcelona

Como puntos, de referencia escogeré dos participantes en la citada Bienal: el grupo de la revista Trama (por estar su discurso directamente vinculado a la política) y la obra de Arroyo. Los complejos malabarismos de las tácticas y de las amistades los unieron bajo una misma etiqueta, cuando no escapa a nadie con un mínimo de razón que sus programas teóricos y estéticos difieren sobremanera. En lugar de pretender, con gran voluntarismo -y una capacidad profesional y política que no niego (1)- establecer puntos comunes, ¿por qué no explicitar las contradicciones entre ambos?, ¿por qué no llegar al fondo de la cuestión?, ¿cuáles son los criterios para poder hablar de un arte alternativo, o mejor, de un arte que se sitúa, voluntariamente, en la izquierda política?

La poética de Arroyo parece basarse en dos puntos fundamentales: 1º, hablar sobre una realidad concreta, reciente e histórica (no historicista ni «pintura de historia») y 2º, realizar este habla con un lenguaje asequible, tomado fundamentalmente de la pintura de dominguero, de las técnicas publicitarias y de toda la imaginería low-brow (bajo nivel: en ella, entra tanto, lo Kitsch como cierto lenguaje popular).

Pero estas premisas no son tan sencillas como a primera vista parecen. Aunque el código global sea el del realismo, ya saben ustedes lo que de fetiche tiene esta palabra. Por el mero hecho de escoger una técnica banal la intención se introduce en el cuadro: hay un détournement de la imagen absolutamente querido, hay una opción escogida, racional. No se trata, pues, ni del realismo académico de nuestras escuelas artísticas, ni de la torpeza de quien no domina el código (aunque podemos, eso sí, afirmar que algunas obras dentro de su torpeza no están en absoluto logradas. es el caso de Les Compagnos du passé, para citar sólo un ejemplo.

La simplicidad, el código publicitario, no denotan la realidad. no «la copian». Escogen elementos de la vida política española y los presentan para que el espectador los interprete y descifre.

El mejor recurso para lograrlo es la fuerza de la propia imagen, pero también, y fundamentalmente, el humor y la metáfora. Humor tragicómico, muy a la española, y también muy en el gusto recuperador de la iconografía popular propia de los años sesenta. El título del cuadro, con toda la brevedad de un pie de foto, hace de puente con el espectador, le echa una mano en su comprensión, elevando a su vez a la obra a rango de crónica

Humor

La vía del humor es siempre desacralizadora, en este caso, de todo un comportamiento de la España oficial y conservadora que se manifiesta tanto en, el «caballero español», como en cierto clero o en la ideología triunfalista de un pasado imperial, desvinculado por completo con nuestros problemas y necesidades actuales.Arroyo tiene una magnífica serie de la que uno o dos cuadros nos darán la pista de su mensaje global: Peintres aveugles y Parmi les peintres. Vestidos cual un dirigente cualquiera de la mafia, los pintores no tienen rostro, sólo manchas de pintura de su paleta. Son ciegos para-con-la-realidad y se guían con sus pinceles, o bien van vestidos con un material rasposo y brillante a la vez (defensa contra el exterior-status). La metáfora de una casta que se desvincula de la realidad, de la cual el máximo y genial. exponente sería Duchamp, es obvia. Pero también es clara1a ampliación a todo un poner entre paréntesis el concepto de vanguardia, del mismo modo (aunque de manera más sutil e intelectualizada, más dificil de comprensión, sin embargo) como la efectúa el Equipo Crónica. Y esta es, a mi entender, una postura muy positiva hoy, no sólo porque va en contra del histerismo del mercado del arte (que necesita cada tres o cuatro años de un nuevo movimiento o geniecito a descubrir), sino porque plantea las bases de una práctica en la que no hay criterio de progreso o de modernidad, sino de pertinencia en un momento histórico dado. (pertinencia, recordémoslo, que no es oportunismo o mera crónica de sucesos, sino que ha de pasar, obligatoriamente, por el trabajo de su significante, de su especificidad como práctica).

Trama

Frente a esta postura, la de Trama propone un discurso basado en el marxismo y el sicoanálisis que marca y sitúa las bases de una pintura abstracta cuya primera contemplación no puede más que sugerirnos una apariencia formal más (y de hecho, resulta imposible analizar la materialidad del cuadro bajo los conceptos sumamente abstractos de las dos grandes teorías citadas). Su conexión con la realidad se mantiene en el estadio del discurso, práctica siempre legítima (y positiva en el campo teórico) pero nunca legitimadora de otra práctica, como es la pintura. Pues es evidente que la recepción por parte del público se mantiene en una recepción esteticista y contemplativa (como era el deseo de ciertos de sus predecesores americanos, por cierto).Frente a la noción de vanguardia este grupo no se ha manifestado explícitamente, pero sí en sus actos: pretensión de modernidad, manifiestos despectivos hacia otras tendencias, etcétera. Lo cual lleva implícito un «querer ser lo último» y, en definitiva, hacerle el juego al mercado y a la ideología burguesa del arte, a pesar de sus declaraciones de usurpación de sus canales y mecanismos a fin de propagar un discurso «nuevo y revolucionario».

(1) En el libro «España. Vanguardia política y realidad social. 1936-1976.»

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En