Crítica:

Humor popular alemán

A comienzos de 1849, Marx, redactor jefe de la Neue Rheinische Zeitung de Colonia, se defiende frente a un tribunal de la acusación de ofensa a un magistrado; discurso que es un ataque: «El primer deber de la prensa consiste en minar todos los fundamentos del estado político existente.» Marx es absuelto, pero unos meses más tarde el diario cierra, como ya había cerrado seis años antes su predecesor, también animado por el joven hegeliano radicalizado, la Rheinische Zeitung.

En esa Alemania en que la dialéctica hegeliana inspira la acción, en la que la puesta en cuestión de...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

A comienzos de 1849, Marx, redactor jefe de la Neue Rheinische Zeitung de Colonia, se defiende frente a un tribunal de la acusación de ofensa a un magistrado; discurso que es un ataque: «El primer deber de la prensa consiste en minar todos los fundamentos del estado político existente.» Marx es absuelto, pero unos meses más tarde el diario cierra, como ya había cerrado seis años antes su predecesor, también animado por el joven hegeliano radicalizado, la Rheinische Zeitung.

En esa Alemania en que la dialéctica hegeliana inspira la acción, en la que la puesta en cuestión del absolutismo conduce a los radicales hacia la espontaneidad revolucionaria del proletariado, la que nos trae a la memoria una pe queña muestra de iconografía popular alemana inaugurada hace poco en Madrid. Nada espectacular, este conjunto de fotografías de grabados populares de la colección. Günther Böhmer, querríamos indicar, aunque fuera muy someramente en qué medida se insertan en una tradición secular, y en qué medida durante los primeros anos del siglo XIX se pasa en ellos a una mayor «politicidad» coincidente con las luchas populares.

Humor alemán en grabados populares

Instituto Alemán. Zurbarán, 21

La cuestión del humor, de la risa, no va, por supuesto, por derroteros demasiado diferentes. Ya el «loco en burro» de 1494 es sumamente revulsivo por las barreras que rompe. Y no digamos «Somos siete», en que además de los seis locos representados en apiñada confluencia de cuerpos figura en la relación el séptimo: el mirón, el espectador que «se vuelve loco» para descubrir... su propia identidad.

Es muy significativo que la producción gráfica de todos los tiempos haya optado, a la hora de hacer humor, por las imágenes multívocas, abiertas, crípticas incluso. Ya es sabido que todos los poderes de Estado temen la crítica de la risa; en el caso alemán eran necesarias sus vueltas del sentido cuando el Estado perseguía el pensamiento libre. Significativa, pues, esa litografía de 1820 titulada «L'ambigu», en que para vehicularse determinadas historias necesitan del jeroglífico. Menos evidente, pero no menos polisémica, la práctica arcimboldesca de la conjunción de géneros de objetos para componer totalidades; o las referencias estilísticas a Callot, o a Grandrille.

Pero cuando entramos en lecturas francamente sugerentes de lo que el humor trastoca, es cuando al igual que en el «Vamos a contar mentiras» de nuestra infancia, el mundo es representado al revés, sin amos ni esclavos. Así el mendigo le da una limosna al rico, la criada manda sobre la señora, el niño sobre la madre, el labrador está atado al arado, el cerdo mata al carnicero. O más «subversivo» aún, el teatro está en el público, y el policía es perseguido por el delincuente.

Aún estamos quizá en una inversión simbólica de papeles que no fuera otra cosa que la tolerancia libertadora del carnaval. Ha de entrarse más abiertamente en la sátira. Los roles sociales son ridiculizados, el mundo de lo escatológico, los poetastros o «vates mal instruidos», los jóvenes pintores palurdos que pintan las rayas de las carreteras, los maridos engañados y el vendedor de cuernos, los gigantes, los monstruos, los tomadores de rapé con la nariz deformada, los burdeles, el estudiante que asusta a su familia cuando vuelve, e¡ sastre en lucha con el piojo gigante, el consejo municipal zoomórfico... Hay momentos en que como se ha dicho respecto a Arcimboldo como modelo, la forma misma en exceso, dibujo que libera energía y la condensa. El materialismo mecanicista de Karl Vogt, por ejemplo, es satirizado con unas cabezas enormemente crecidas.

Pero toda esta crítica difusa, cuando se revela como altamente transformadora es cuando vemos su ligazón orgánica con la crítica política. Los sobresaltos revolucionarios de un pueblo que lucha contra Meternich, los podemos seguir aquí emocionadamente. Y en más de una ocasión podremos rememorarnos (incluso en un caso hay una alusión al cierre de la Rheinische Zeitung) la frase de Marx. sobre el papel de zapa (¿de viejo topo, de ayudante del viejo topo?) de la prensa. Y es la prensa, o al menos, una de sus formas, la gran protagonista de esta interesante exposición.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En