Tribuna:

La contracultura como subversión

"Comix" que van de la droga a la lucha de barrios

La contracultura ha muerto. Así de radical y taxativa es la conclusión que se desprende del último número de la publicación Ajoblanco, antaño adalid e impulsora de la corriente contracultural hispánica y hogaño, al parecer, notario de un cadáver del que, cuando menos, se nos permitirá dudar de su existencia, no sólo como cadáver, sino también como cuerpo.Desde que en la década de los sesenta los rockeros se habían instalado definitivamente en el ámbito de la cultura de masas e incluso en los sociales a nuestros días el proceso es claro y, sin duda, da la razón a Sanguinetti y...

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La contracultura ha muerto. Así de radical y taxativa es la conclusión que se desprende del último número de la publicación Ajoblanco, antaño adalid e impulsora de la corriente contracultural hispánica y hogaño, al parecer, notario de un cadáver del que, cuando menos, se nos permitirá dudar de su existencia, no sólo como cadáver, sino también como cuerpo.Desde que en la década de los sesenta los rockeros se habían instalado definitivamente en el ámbito de la cultura de masas e incluso en los sociales a nuestros días el proceso es claro y, sin duda, da la razón a Sanguinetti y su tesis sobre el devenir de las «vanguardias» artísticas. Decía el mencionado Sanguinetti que los movimientos transformadores del, arte y, naturalmente, de la cultura en general, tenían dos opciones: o bien relegarse al olvido con el paso de un tiempo no excesivamente largo o bien alcanzar el lugar de la academia -la consagración por su aceptación de las minorías cultas- es decir, convertirse en la nueva academia.

Afirmar que la contracultura ha muerto es afirmar un absurdo, porque es evidente que nombres como Warhol, Cassavettes, Robert Crumb, Nico, Wolfe, Jaegger, Reed y un amplísimo etcétera, sin citar a sus inmediatos predecesores, los Ginsberg, Kerouac, etcétera, forman parte ya del acervo cultural del siglo XX, un siglo en el que el fenómeno cultural se desdobla definitivamente en dos amplias tendencias: la que conecta con las masas a través de los medios de comunicación en los que la imagen juega un papel esencial, y la que persiste -esencialmente a través de la letra impresa- en círculos minoritarios, mandarinescos y, naturalmente, absolutamente respetables, pero conformando ambas lo que tenemos a bien llamar «cultura».

La marginación como alternativa

Si en Barcelona se afirma la defunción de un hecho, en Madrid -y en esto no existen criterios centralistas, comparativos- florecen las publicaciones marginales, subterráneas o como se las quiera llamar. MMMUA! MMMMM, Premama, Bazofia, Alucinio, Schmurz, Acera, El Cadáver de Mandrágora, Catacumba, Ucronía, Cerrus, El Saco y Cascorro Factory son algunos de sus títulos. Unas publicaciones rudimentarias en sus medios, ilegales en su mayoría -ilegalidad como cuestión de principios y no como única posibilidad de editarlas- feístas en ocasiones y siempre conectadas a un intento de subvertir lo establecido, pero, y aquí radica una de las diferencias de este tipo de publicaciones con respecto a las directamente políticas, con un ánimo lúcido de corroer y corromper los hábitos e instituciones sociales aceptadas por todos, desde la derecha más cavernícola a la izquierda más apologética de la belleza del tractor.

El Rollo, Star, Picadura Selecta y Carajillo son publicaciones que se adscriben a la línea citada anteriormente, aunque con una presentación formal más adecuada a su venta legal en quioscos de prensa. En cualquier caso la colaboración de los dibujantes de comix se produce insistentemente en uno y otro tipo de publicaciones con una facilidad encomiable.

Otro de los nexos de unión en todas estas revistas es la terminología del mundo de la droga, una droga que en la inmensa mayoría de los casos se mueve por la zona de las «blandas» (hachís, marihuana, kiff o, como mucho, LSD) y que en raras ocasiones accede a las «duras» (heroína, morfina, «pinchazo» en definitiva). «Rollo», «flipar», «ácido», «coloque», «demasié» surgen con frecuencia y constancia en los dibujos y textos de esta contracultura cuya muerte ahora se discute.

Existe un tercer punto coincidente en esta concepción del mundo, pues de eso se trata más; que un calificativo exclusiva y específicamente cultural, y es la perseveración de la soledad como conclusión última de las andanzas, venturas y desventuras de los personajes que se mueven por sus páginas, pero ello, en el peor de los casos, es un rasgo de lucidez y asimilación de un hecho incuestionable, el de la soledad del individuo.

La asimilación del fenómeno contracultural o underground alcanza ya ámbitos insospechados hace un par de años por estos pagos. La Granada de Papel, tebeo sobre Granada y sus barrios, que analiza los problemas urbanos de la ciudad con la estructura formal del comix, es un ejemplo claro de que el fenómeno no sólo ha muerto, sino que parece gozar de una espléndida y cada vez más exultante salud.

Temas como la objeción de conciencia, el aborto, el pacifismo, las experiencias comunales, el nudismo, la droga y en definitiva la contestación a los dogmas establecidos -los reaccionarios y los pretendidamente progresistas- van indiscutiblemente unidos a una ideología, a una concepción del mundo en la que la contracultura o lo subterráneo resultan ser sus principales pilares.

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