CINE /

El silencio es oro

Tal viene a demostrarse en esta divertida película, a lo largo de una interminable sucesión de gags excelentes que evocan una época fundamental de Hollywood. Los años dorados de la comedia americana, contemporáneos en cierto modo del final del cine mudo, son bien conocidos de los amantes del cine e incluso del simple espectador, ahora que la televisión los ha llevado hasta los hogares de las generaciones jóvenes. Hollywood, ya consolidado, era víctima sin embargo por entonces de un más serio rigor en la censura y un aluvión de novelones ínfimos incapaces de atraer la atención del públic...

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Tal viene a demostrarse en esta divertida película, a lo largo de una interminable sucesión de gags excelentes que evocan una época fundamental de Hollywood. Los años dorados de la comedia americana, contemporáneos en cierto modo del final del cine mudo, son bien conocidos de los amantes del cine e incluso del simple espectador, ahora que la televisión los ha llevado hasta los hogares de las generaciones jóvenes. Hollywood, ya consolidado, era víctima sin embargo por entonces de un más serio rigor en la censura y un aluvión de novelones ínfimos incapaces de atraer la atención del público en sus versiones lamentables. Son los tiempos del Star System, de las estrellas promocionadas y admira das, del tributo excesivo a la taquilla que estará a punto de borrar las mejores virtudes del cine americano. Junto a unas pocas obras excepcionales, casi siempre dirigidas por realizadores europeos, tan sólo la comedia o por mejor decirlo el género cómico, desde Chaplin a Mack Sennett, se salvará con su estilo original imitado universalmente.Hoy la escuela cómica americana vuelve, esta vez de la mano de Mel Brooks, afortunado parodista de otros géneros en anteriores ocasiones, del western y del cine de terror. En ésta ha ido más lejos, arriesgándose a realizar un filme mudo actual, una película donde sólo se dice una palabra: «No», en tanto lo demás se fía al gesto, al ademán y a la expresividad de la música intencionada tanto como los mismos rótulos. En este filme, la parodia se convierte en cine mudo auténtico al alcance de todos los públicos a través de una historia que no cansa, que al contrario, divierte desde principio a fin, viniendo a demostrar por si fuera preciso, las infinitas posibilidades de la imagen inteligentemente utilizada.

La última locura

Guión: Mel Brooks, Ron Clark, Rudy de Luca y Barry Levinson. Argumento: Ron Clark. Música: John Múrris. Director: Mel Brooks. Intérpretes: Liza Minelli, Burt Reinolds, Janies Caan, Martin Feldman, Dom De Luise, Marcel Marceau, Paul Nevinian, Anne Bancroft. EEUU. Humor. Color 1976. Local de estreno: Cine Coliseum.

Como en las viejas cintas de Sennett, el music hall se halla presente tal como pervive contra viento y marea a lo largo de la historia americana del espectáculo. No existe un argumento propiamente dicho, sino un leve pretexto que va ligando sobre la marcha, como el trío protagonista a sus estrellas, situaciones afortunadas y personajes que unas veces dan vida a los papeles del filme y otras se interpretan a sí mismos. Entre estos destacan por su humor de buena ley o por lo espectacular de sus actuaciones, Burt Reinolds y Paul Newman, en tanto se despega un poco, como incluido en el reparto por razones de prestigio o de homenaje a su trabajo, Marcel Marceau ,que repite su número ya conocido de otras veces. El trío central en el que destaca el inevitable Martin Feldman cumple a la perfección su doble cometido de hacer reír y de evocar a un tiempo, de asumir sus propios personajes y hacerlos asumir a los demás en un doble juego jocoso y divertido, que evidencia mucho más que en filmes anteriores una crítica ácida y subterránea en la mejor escuela de Keaton, Lloyd o Larigdon.

El cine mudo como tal, murió como se sabe, el 6 de octubre de 1927, aunque aún tardara cierto tiempo en ser enterrado. Los hermanos Warner lo sentenciaron sin saberlo el día en que decidieron sustituir las orquestinas que amenizaban «en vivo» sus películas por un procedimiento capaz de reproducir, como en el filme al que aludimos, la música y los ruidos. Más tarde contrataron. a un célebre cantante de music hall llamado Al Jonson. Cuando en la noche del estreno, el público comprobó que la orquesta sonaba en la pantalla y los movimientos de los labios del actor coincidían con las palabras pronunciadas, la hora del cine hablado había llegado. Fueron precisos algunos años y razones de mercado ajenas al nuevo arte, para que finalmente, la artesanía del doblaje, con sus voces prestadas y sus recursos falsos, vinieran si no a borrarlo a limitarlo al menos, tal como hoy lo conocemos.

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