Crítica:

Arquitectura como lenguaje

De haber intuido los horrores que el futuro deparaba a la nueva comunidad, no hubiera osado concebir en su sueño Etienne-Louis Boullée el nacimiento, un siglo después de su propia muerte; de otro hombre, su homónimo, empecinado en realizar esa arquitectura eternamente condenada a permanecer en sus comienzos. En cambio, Louis Kahn, tomando ventaja en las armas que la historia o, más bien, su desengaño le brindaban, sí soñó a Boullée. El, el menos moderno de los arquitectos de este siglo, jugó a ser de nuevo ese visionario de la Ilustración que, a fuerza de empeñarse en sus ensueños, urdió la tr...

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De haber intuido los horrores que el futuro deparaba a la nueva comunidad, no hubiera osado concebir en su sueño Etienne-Louis Boullée el nacimiento, un siglo después de su propia muerte; de otro hombre, su homónimo, empecinado en realizar esa arquitectura eternamente condenada a permanecer en sus comienzos. En cambio, Louis Kahn, tomando ventaja en las armas que la historia o, más bien, su desengaño le brindaban, sí soñó a Boullée. El, el menos moderno de los arquitectos de este siglo, jugó a ser de nuevo ese visionario de la Ilustración que, a fuerza de empeñarse en sus ensueños, urdió la trama de una arquitectura sumergida, que restituyera a lo onírico sus privilegios en la escenografía de la urbe. Muchos son los puntos de contacto que hermanan a estos dos constructores de maravillas. Ambos conciben la arquitectura como lenguaje. Siendo el objeto del arte la imitación de la naturaleza, de sus formas, el desvelamiento de un orden que, englobando estética y finalidad, sea cumplimiento total de las leyes naturales (en un sentido newtoniano, es decir, no moderno) y convierta la oposición arte-naturaleza en unidad armoniosa, permitiendo a las cosas expresar su voluntad de ser, no es, empero, posible dar «una expresión directa a los efectos naturales» (Boullée). La voluntad del individuo, nos dice Kahn, es voluntad de expresión; cada uno de sus gestos es un signo, toda manifestación del ser es un hecho artístico. Mas la imposibilidad de una expresión directa a partir de las formas naturales les obliga al recurso de expresiones simbólicas.Esta expresión como relación entre formas (materiales o simbólicas) sienta sus bases en la existencia de arquetipos universales. A partir del replanteamiento revolucionario de los órdenes clásicos, efectuado por Boullée, remontándose, más allá de Grecia y Roma, a los zigurats mesopotámicos, las pirámides precolombinas y la inmutalibilidad de los volúmenes elementales de la arquitectura egipcia, Kahn considera las formas como «imágenes que están ancladas en el recuerdo», estableciendo la noción atemporal de institución, de modo que los proyectos que no alcanzan este nivel resultan sólo parcialmente funcionales. Si los arquetipos se hospedan en la memoria del hombre, éste deberá ser la única medida de todo espacio arquitectónico. Y en este espacio, en cuanto que materialización de la poesía, el arquitecto debe expresar algo más que la eficacia o a utilidad, estableciendo un acuerdo entre pensamiento y sentimiento. «Ninguna actividad humana puede ser reducida a un análisis racional», pues se pierde con ello «el sentido de los ideales y los valores arquitectónicos, lo que sólo conduce a soluciones pasajeras». Así concluye Kahn ese sueño racionalista de la Bauhaus o De Stljl.

Louis I

Kahn, arquitecto,de Romualdo Giurgola y Jaimini Mehta. Ediciones Gustavo Gili. Barcelona, 1976. 235 páginas

Kahn busca un orden más allá de la razón, no comprensible sino perceptible, que, como en la arquitectura sumergida de Boullée, «evoque al espectador esa parte de él que está oculta en sus profundidades». No descuida la adecuación de soluciones técnicas, sólo que éstas pierden su valor protagonístico en la idea de progreso, quedando supeditadas al imperativo del deseo expresado en las formas atemporales. Y éstas permiten a Kalin colmar en la rememoración su anhelo de una arquitectura pedagógica, pues «el individuo sólo aprende lo que ya lleva en sí». Con ello, la labor del arquitecto es, en un doble sentido, edificante (como dice Pérouse de Montclos acerca de Boullée), en lo material y en lo simbólico, mostrando a los hombres el camino de la comunidad armónica. Mas, como toda moneda tiene su reverso, Boullée y Kahn engendraron a Lequeu y Venturi, que, despertando del apacible sueño a la lucidez de la pesadilla, nos mostraron que, junto a las formas armónicas, anidan también en nosotros hidras y dragones.

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