Tribuna:CINE

El retorno de Mae West

Rescatado de un más allá, no demasiado lejano todavía, vuelve el nombre de Mae West, a la vaga notoriedad de los periódicos. A sus ochenta y cuatro años va a interpretar, para el cine, una comedia de la que fuera autora allá por los legendarios años treinta. Pues, como se sabe, esta estrella, la más erótica y procaz del cine americano, frustrada domadora de leones, según ella misma confiesa, acostumbraba a escribir los argumentos de sus filmes, como todos los grandes cómicos en los años dorados de Hollywood. Mas si sus compañeros fiaban su éxito a un gesto, a un modo de vestir o unos bigotes, ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Rescatado de un más allá, no demasiado lejano todavía, vuelve el nombre de Mae West, a la vaga notoriedad de los periódicos. A sus ochenta y cuatro años va a interpretar, para el cine, una comedia de la que fuera autora allá por los legendarios años treinta. Pues, como se sabe, esta estrella, la más erótica y procaz del cine americano, frustrada domadora de leones, según ella misma confiesa, acostumbraba a escribir los argumentos de sus filmes, como todos los grandes cómicos en los años dorados de Hollywood. Mas si sus compañeros fiaban su éxito a un gesto, a un modo de vestir o unos bigotes, Mae West, cuyas formas dieron nombre en la última guerra mundial a un salvavidas hichable para pilotos náufragos, explotaba al máximo su peculiar anatomía que hoy se nos aparece por lo menos desmesurada en este tiempo de huidos perfiles y talles quíntaesenciados. La estrella no lo cree así; «los espectadores -declara-, me verán como les gustaría verme, como soy. Siempre les he dado lo que me han pedido, de modo que me interpretaré a mí misma; seré más sexy que nunca; podéis estar seguros». Lo cual dicho a los ochenta y cuatro años tiene su mérito.Nuevo negocio

La influencia del cine en el espectador, su condición de espejo de la vida, no tardó en ser comprendida por aquellos que, tras los primeros éxitos comerciales, buscaban el mejor medio de ampliar aquel nuevo negocio. El cine porno no es un invento de hoy, ni el impacto del amor o el sexo representado en la pantalla, más efectivo que el vivido o imaginado a través de la escena o de los libros. Sólo se precisaba una estructura dramática capaz de mantener al público atento y un saber navegar entre dos aguas sin tocar demasiado las riberas de la moral, sin hacer pie en la orilla de la prohibido por la ley o el entonces llamado buen gusto.

Sin embargo, la prensa despertó y en el coro de lamentos y amenazas, las páginas del Chicago Tribune fueron pioneras. En 1907 nace la primera ordenanza para la censura, denunciando los peligros del nuevo arte, sobre todo para el público joven. Los títulos de tales filmes podrían ahora nutrir horas enteras del actual cine cómico retro, pero toda moral es relativa, incluso en el paso fugaz de tan breves períodos. Así, El barómetro de Cupido, La querida del viejo, o El bígamo recuerdan las cintas que hoy, compradas en cualquier festival europeo nutren las colecciones de los aficionados a cierto cine secreto. Igual que hoy el sexo se disfraza de etnología, filosofía o problemática social, también por entonces, se filman elementales historias de denuncia sobre trata de blancas, prostitución o aborto. Son los mudos principios de un cine erótico especial y primitivo, con personajes de una pieza, entre el Bien y el Mal, adjudicado cada cual a un bando concreto y claro, como en sus filmes hermanos del Far West, con idéntica mecánica, a fin de que el público los comprenda perfectarnente. Como en los filmes del Oeste, también en éstos el Bien triunfa, es verdad, empujado por el destino y por los guionistas, mas no es la suya una victoria conseguida por la ley de las armas o los puños, su triunfo y su eficacia en la trama y ante el público se deben a cierto personaje nuevo, a cierta encarnación del Mal a la que el sexo no es ajena en absoluto: la vamp, tipo que inicia Theda Bara y que el público traduce en plural con el nombre común de vampiresas. El destino interviene en el asunto con ellas. Por eso, el público también las llamará mujeres fatales aludiendo inequívocamente al hecho de que en sus manos se halle, al menos en el cine, la vida de hombres.

La vamp o la mujer fatal, como quiera llamársela, verdugo y víctima a su vez, va sembrando de dolor y pasiones la vida en torno a través de dramas rústicos, apasionados, elementales. El gusto por el folletín, todos los tópicos al uso verán la luz de nuevo en las pantallas. De Theda Bara hasta sus últimas heroínas, el camino de este cine es más bien azaroso y complicado, siempre con la amenaza del código a sus espaldas, midiendo la duración de los besos, los centímetros de falda, el color o la nacionalidad de sus protagonistas, la pasión de las escenas, mas sin poder frenar su carrera que culmina en profundidad con Greta Garbo y, en lo que al sexo más elemental se refiere, con el triunfo de Mae West.

Encamación del sexo

Esta mujer, de pies bien plantados en la tierra, tal como sus amigos la describen, venía, al igual que tantas otras, del teatro, donde había cosechado éxitos considerables como encarnación genuína del sexo. Por ello, su llegada a los estudios chocó pronto con las normas vigentes, incluso con el trabajo de los profesionales, hasta conseguir escribir su primer guión propio, interpretarlo y autodirigirse, borrando de la pantalla a George Raft, por entonces en la cumbre de su carrera. El público masculino aplaudió su debut y en la película siguiente, también debida a ella en su totalidad, su célebre invitación: Sube alguna vez a verme, al final de la historia, se convirtió de modo fulminante en muletilla popular durante los duros años de la crisis. Poco después y para No soy un ángel, elegía a Gary Grant, por entonces un desconocido, entre una multitud de actores. «Es la cosa de mejor aspecto que puede encontrarse en Hollywood», afirmó, y esta vez el público femenino también le dio la razón, colaborando al éxito de su flamante pupilo.

Ese público, fiel hoy, le pide que vuelva. Según la estrella aún continúa escribiendo, telefoneando porque quiere verla de nuevo y ella se halla dispuesta como siempre a satisfacer sus deseos. El filme se titulará Sexteto y como de costumbre es una adaptación de sus obras te trales, la historia de un joven aristócrata inglés con una ya madura actriz de teatro. A la ceremonia, invitados por ella, asisten los seis maridos anteriores, para los que esta especie de Chaplin del sexo, a sus ochenta y cuatro años cumplidos, busca hombres morenos, altos y de hermoso aspecto.

El día de la prueba se apiñaban en los estudios de la Metro más de ciento cincuenta caballeros de todas las edades, algunos contemporáneos de la estrella. La noticia no nos dice en qué tal prueba consistía, pero hubiera sido interesante asistir a ella, ver pasar ante unos ojos, ochenta y cuatro años viejos, la juventud, la madurez, la senectud, los recuerdos primeros, los deseos inciertos. Ver pasar ante este monstruo del amor proteico su propia imagen viva y desnuda ya, la realidad de un mito definitivamente muerto.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En