Crítica:

El olimpo de la memoria como género literario

Rosa, Chacel y su "Barrio de Maravillas"

Como se trata de habitar por unas horas luz el Barrio de Maravillas -San Vicente Alta, 28, esquina a San Andrés- resulta indispensable utilizar la guía fiel que aporta Desde el amanecer, libro que no gozó de salida del merecido predicamento, mas sin cuya brújula, entiendo, difícil sería pertinente acceso al recinto en que Rosa Chacel penetrara, al cabo de su colmada resistencia hispanoamericana: se agregaría, al misterio que nos propone, una falta de común aclimatación.

«De esa casa - anunciaba Rosa Chacel hacia 1968 y en la mencionada evocación de su niñez vallisoletana,...

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Como se trata de habitar por unas horas luz el Barrio de Maravillas -San Vicente Alta, 28, esquina a San Andrés- resulta indispensable utilizar la guía fiel que aporta Desde el amanecer, libro que no gozó de salida del merecido predicamento, mas sin cuya brújula, entiendo, difícil sería pertinente acceso al recinto en que Rosa Chacel penetrara, al cabo de su colmada resistencia hispanoamericana: se agregaría, al misterio que nos propone, una falta de común aclimatación.

Evocación

«De esa casa - anunciaba Rosa Chacel hacia 1968 y en la mencionada evocación de su niñez vallisoletana, Desde el amanecer- hablaré ilimitadamente en uno u otros libros.» En el mismo texto, además de ubicamos el castillo urbano que se dispone a reseñar, por fachada y entresijos, aboceta la propia imagen, que aúna rara inteligencia, puntillista a veces, y vigilante rigor metal, amén de habituales, despiadadas sentencias y dureza inexpugnable, signos de carácter y pensamiento, de rica aptitud cognoscitiva, estética: «El trabajo siempre fue juego para mí y el juego trabajo».Antes de adentrarnos en aquel Barrio de Maravillas -de un marzo de 1908 hasta la explosión de la primera guerra mundial conviene apuntar, a manera de señal de tránsito, que la escritura, sabia y razonadora, certera y apasionada, de Rosa Chacel, instaura gradualmente un código inconfundible, claves de penetración. Los inclinados al pasatiempo, a la amenidad fraudulenta, a la carnaza de los aconteceres sin contrapunto de génesis, entorno y trascendencia, absténganse de acudir al Barrio de Maravillas, que es composición y concierto. La autora, tan hábil en justos y oportunos ornatos, reclama del lector pareja consagración -quizá profundamente erótica- a la que ella profesa y ejemplifica, a través de la sabrosa mixtura de corporales emociones, anímicos latidos y de un implacable, lozano don analítico. De acompasamos a su decir, conducidos seremos a las fronteras del enigma humano, en seres y lugares concretos discernible.

En Barrio de Maravillas son niñas- jóvenes (Elena, Isabel, Felisa) las que forman una gama arpegiada de protagonistas, emplazados quedan sus relaciones y reacciones, sus descubrimientos existenciales. Pueblan complementariamente el escenario de la casa de San Vicente Alta, 28, doña Eulalia -Caracas de trasfondo- Ariadna, Laura, Piedita la madre soltera: clase media tirando a escaseces, lecciones y costura los oficios, sus labores. Aunque traspongan la cuadratura del Barrio de Maravilla (bulevar de Alberto Aguilera, de la glorieta de San Bernardo a la de Bilbao; enmarques de Fuencarral y la calle Ancha; flamante Gran Vía), en exploración el al Madrid del Museo del Prado y de Recoletos, mor de las fiestas de Carnaval, todo lo que ocurre, en estas vidas aurorales o maduras o añejas, ostenta pátina mujeril y endógena. Los sucesos y actores públicos, que envuelven la fermentación de esas criaturas de Rosa Chacel, representan meras referencias, subrayándole anecdóticas: incendio del cine del Noviciado, asesinato de Canalejas, sagaces apostillas al entonces reciente Juan José de Dicenta, atisbo del poeta Emilio Carrere y de su ojo birloque, alabanza incidental de María Guerrero.

Tónica femenina

Significativamente, la captadora óptica de la obra entera, sus ángulos de calificación, refuerzan la tónica femenina. ¡Cuán consecuente Rosa Chacel con sus cernidos ensayos de Saturnal! Son sujetos esporádicos y marginales del repertorio algunos varones, adobados de color borroso, casi de calderilla, fotos antiguas en los albumen que presiden los primogénitos.Cuando uno conserva tan fidedigno registro de lo que fue -prodigioso acopio de precisiones, este- será porque se tuvo más en cuenta y ha sido capaz de examinarse y sorprenderse, sin gravamen de nieblas y grumos, y extrajo del inefable contacto generales conclusiones? ¿O llegó acaso, a tal desdoblamiento que injertara su condición sustancial en los seres invocados, así renacidos ? En esa bifurcación puede radicar la diferencia Iiteraria entre el narrador atenido a la observación de los prójimos o el que se proyecta doble Versión, claro, Estación da y vuelta (4)- en los personajes colindantes.

El relato, en Barrio de Maravillas, es primordial y morfológicamente transcurso y discurso, al que se suman, en paréntesis, los veraces diálogos y un impar virtuosismo descriptivo. Respecto a la pregunta tópica -¿y el argumento?- cabe replicar que aquí es materia subal-terna. Respondera, Barrio de Maravillas a la postre, el germinar de unas vidas en agraz o en decadencia, el dosificado encanto de la atmósfera de época, el torreón secreto, donde la dama conjura y recoge estrellas, a urna mágica destinadas, en vía melliza a la pintura surrealista de Remedios Varó.

(1) «Selecta» de «Revista de Occidente» Madrid.

(3) «Barral Editores», 1974, Barcelona.

(4) «CUS», Ediciones, 1974. Madrid: reimpresión.

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