‘Avatar: fuego y ceniza’: cine para la gente a la que no le acaba de gustar el cine
El filme da la impresión de contar por tercera vez lo mismo, y aún le quedan dos entregas más, seguro que igual de largas
Por mucho que les pese a los adalides de la ambición revolucionaria, los cambios fundamentales acaecidos en la historia de las artes no llegan con anuncio previo. Se producen casi sin que público, creadores y especialistas se den cuenta. Más por sedimentación que por obstinación. Por ello, cuando hace ahora 16 años llegó la elefantiásica Avatar para cambiar, nada menos, que la historia del cine, algunos de nosotros supimos mantener la calma: nunca los avances puramente tecnológicos hicieron progresar el arte del cine. Ni siquiera la transformación más profunda, el paso del mudo al sonor...
Por mucho que les pese a los adalides de la ambición revolucionaria, los cambios fundamentales acaecidos en la historia de las artes no llegan con anuncio previo. Se producen casi sin que público, creadores y especialistas se den cuenta. Más por sedimentación que por obstinación. Por ello, cuando hace ahora 16 años llegó la elefantiásica Avatar para cambiar, nada menos, que la historia del cine, algunos de nosotros supimos mantener la calma: nunca los avances puramente tecnológicos hicieron progresar el arte del cine. Ni siquiera la transformación más profunda, el paso del mudo al sonoro, mejoró el cine al instante; de hecho, lo retrasó durante unos años porque se pasó de un arte que había ido conformándose a partir de la pureza de la imagen a que aquello se llenara de simple charlatanería. Tuvieron que pasar unos años para que el sonido evolucionara también hacia una confluencia con la imagen, y que un arte aún en pañales siguiera encontrando su propia brillantez y nuevos caminos.
Mientras algunos hablamos incluso de “involución artística” en los titulares, las críticas a aquel mastodonte de James Cameron, director de prestigio, listo, ambicioso y soberbio en el más amplio sentido de la palabra, fueron en su mayoría ensalzadoras, y el público y una parte de la industria le dio la razón… durante un tiempo. Pasados 16 años desde aquello, y tras una segunda entrega, El sentido del agua (2022), ¿quién se acuerda ahora del cine en tres dimensiones, de las gafas para verlo y de la creación de mundos que no están en este? ¿Quién tiene Avatar como una de las películas de su vida? A Cameron se le calificó de visionario, pero, tras una moda tridimensional de apenas unas cuantas temporadas, aquello se olvidó. El arte del cine, y su espectáculo paralelo, si debían evolucionar, lo harían por otro lado. Por poner una cifra concreta —local, pero extensible casi a cualquier territorio—, la primera entrega de Avatar vendió en España 9,5 millones de entradas. Solo tienen que pensar cuántos somos en nuestro país para hacerse una idea de la barbaridad. Avatar: El sentido del agua, la segunda entrega, 6,7 millones. Es evidente que Cameron y su universo logran llevar al cine a aquel que no va nunca al cine. A lo que bien se podría añadir: la saga Avatar lleva al cine a buena parte de la gente a la que no le gusta el cine, y que por eso no va, ni vuelve a ir hasta la siguiente.
Salvando las distancias, porque el cine es un arte mucho más popular, Avatar es al cine lo que las exposiciones inmersivas a la pintura: parecen hechas principalmente para la gente que a la que no le gusta especialmente ese arte. Cameron, autor de verdaderos clásicos modernos como Titanic, excelente narrador en algunas de sus películas, regresa con una tercera entrega, Fuego y ceniza, que ha mejorado en algunos aspectos desde 2016, sobre todo el que tiene que ver con la visualización en ambientes reales. En la película original, la parte desarrollada en el universo de Pandora, el de los na’vi, podía ser más o menos espectacular, pero las tres dimensiones no funcionaban para los segmentos de los seres humanos. Con los años, y diversos cambios en el tipo de puesta en escena por parte de Cameron (aquellos planos-contraplanos con apenas sombras borrosas en los escorzos han desaparecido), el conjunto ha mejorado. La magnífica expresividad de los rostros sigue presente, y el ritmo interno de las batallas y aventuras es constante. También, una vez más, todo es demasiado largo.
Cuando acaba el primer bloque de aventura en Pandora, de una hora y cuarto de duración, uno piensa en qué efervescente y juguetona sería Avatar si no estuviera tan orgullosa de querer cambiarlo todo… y no le quedaran aún dos horas más. Fuego y ceniza es más de lo mismo (espiritualidad superficial, elogio de la familia, ecologismo colorista, denuncia del colonialismo), con tecnologías aún más avanzadas, e igual de exagerada que siempre. Da la impresión de contar por tercera vez lo mismo, y ojo, que aún le quedan dos entregas más, seguro que igual de largas. Pero ya nadie se cree que Cameron vaya a cambiar nada, salvo el hecho de devolver a las salas por un día a la gente que nunca va al cine, de lo cual nos alegramos. Ahora Avatar solo es el vestigio de un tiempo en tres dimensiones que pasó como una exhalación, y que muchos pensaron que cambiaría el cine. De hecho, obstinado que es cierto público, aún habrá quien lo piense durante unos días: poco más de lo que dura la película en la memoria.
Avatar: fuego y ceniza
Dirección: James Cameron.
Intérpretes: Sam Worthington, Zoe Saldaña, Stephen Lang, Oona Chaplin.
Género: fantasía. EE UU, 2025.
Duración: 195 minutos.
Estreno: 19 de diciembre.