El maestro japonés de la animación Hayao Miyazaki agiganta su leyenda en su despedida
El cineasta recibe el premio Donostia desde Tokio, antes de la proyección de ‘El chico y la garza’, durante la ceremonia de inauguración de la 71ª edición del Zinemaldia
Hayao Miyazaki ha vuelto a despedirse. Ya dijo que se jubilaba con El viento se levanta (2014), una película testamentaria porque hablaba de una de sus pasiones, volar, a través de la figura de un genio al que Miyazaki idolatra: el ingeniero de aviación Jiro Hirokoshi, el diseñador de los míticos cazas Zero, una de las armas más poderosas del ejército japonés durante la II Guerra Mundial. Pero esta vez lo dice en serio. Cuando Miyazaki asomó en un vídeo grabado hace unos días en Tokio para agradecer la concesión d...
Hayao Miyazaki ha vuelto a despedirse. Ya dijo que se jubilaba con El viento se levanta (2014), una película testamentaria porque hablaba de una de sus pasiones, volar, a través de la figura de un genio al que Miyazaki idolatra: el ingeniero de aviación Jiro Hirokoshi, el diseñador de los míticos cazas Zero, una de las armas más poderosas del ejército japonés durante la II Guerra Mundial. Pero esta vez lo dice en serio. Cuando Miyazaki asomó en un vídeo grabado hace unos días en Tokio para agradecer la concesión del premio Donostia durante la ceremonia de inauguración del 71º festival de cine de San Sebastián, su rostro marcado por el cansancio confirmaba que su brega por sacar adelante su estudio Ghibli ha llegado hasta aquí.
A los 82 años el viaje acaba con El chico y la garza, película resumen de toda su carrera: leyenda, naturaleza, ingeniería, vuelo, el doloroso rastro de la II Guerra Mundial en la sociedad nipona, el desdoblamiento de mundos, el mensaje ecológico, y como hizo en El viaje de Chihiro, Miyazaki se ha autorretratado: en esta ocasión en el tío abuelo, personaje que está buscando quién cuide su legado, una torre de piezas de diferentes formas colocadas en un equilibrio precario. Si eso no es Ghibli...
El premio lo anunció el director del festival, José Luis Rebordinos, fan de su obra y que lleva meses trabajando para que ningún otro certamen impidiera que el estreno europeo de El chico y la garza aconteciera en San Sebastián. Antes de mostrarlo, Rebordinos pidió expresamente que no se le hiciese ninguna foto ni grabación al mensaje. En un vídeo de 23 segundos, sin barba, demacrado, en su habitual mesa de trabajo y con su sempiterno delantal, y con el Donostia al lado, Miyazaki agradeció el honor de recibir “un premio tan prestigioso”. El cineasta no ha salido de Japón desde que recogió el Oscar de honor en noviembre de 2014. El lanzamiento este verano en su país del filme se hizo sin tráiler ni entrevistas.
El jueves se anunció que la cadena Nippon TV ha adquirido el 42,3% de las acciones de Ghibli, lo que garantiza su futuro financiero. En el acuerdo además se subraya la independencia artística del estudio que fundaron Miyazaki y el ya fallecido Isao Takahata, junto al productor Toshio Suzuki, quien ahora, a sus 75 años, está comandado la compañía. Goro Miyazaki, el hijo del maestro, se retiró hace años de la posibilidad de heredar el liderazgo, algo que rechazó por la responsabilidad, y porque sus películas como director nunca han funcionado: ni en lo económico ni en lo artístico. Hayao Miyazaki podrá ahora aumentar sus días de vacaciones en su cabaña, un periodo de descanso al que dedicaba, hasta hace poco, un mes al año. La compañía productora, el museo y el recientemente abierto parque temático ya tienen cimientos poderosos para el futuro.
Por eso, el visionado de El chico y la garza acontece desde la emoción de la despedida, analizando los numerosísimos guiños de Miyazaki a su vida y a su obra. El padre del protagonista, Mahito, trabaja en una fábrica (como el del cineasta, que construía aviones); la madre muere en el incendio de un hospital durante la II Guerra Mundial (los bombardeos se clavaron en el alma del director, sus primeros recuerdos infantiles son los de edificios ardiendo y desplomándose). Hay animales convertidos en personas; está la llegada de la maldición a través de los desdoblamientos de los personajes principales; hay mundos en destrucción por el poco cuidado por la naturaleza; fantasmas, espíritus, leyendas tradicionales absorbidas y deglutidas a través de la narración. También bibliotecas como recintos de almacenamiento del saber y como puertas a otros mundos. Y la muerte no como final sino como parte de un ciclo, y el luto que la acompaña. Elementos permanentes en su filmografía.
Como en anteriores trabajos, Miyazaki usa una obra literaria, en este caso la novela ¿Cómo viviréis? (que da título en Japón a la película), de Genzaburô Yoshino, editor y escritor de literatura infantil. Y de ahí el cineasta investiga, busca, construye y vuela. El espectador descubre, a través de Mahito, que se va a vivir a la casa en mitad del campo en la que se crio su madre fallecida —su padre se ha casado con la hermana pequeña de su esposa—, una dimensión sobrenatural, territorio donde Miyazaki crea la magia.
Al igual que la espina de caballa de El viento se levanta, aquí una pluma especial de la garza concreta lo intangible, el reino en el que habita el alma artística de Miyazaki, probablemente el cineasta mejor dotado para plasmar lo invisible en la pantalla. No a través de una técnica meticulosa y detallista, sino con dibujos emocionales y emocionantes. Miyazaki cree en lo sagrado, y su huella está presente en nuestro mundo; por eso lo fantástico se articula en la realidad en la que arrancan sus películas; por eso, sueño, cuentos y día a día combinan en un cóctel como el que presenta El chico y la garza. Algo que solo logra de manera igual de abrumadora David Lynch.