La deuda con Mengs: cómo el artista salvó de la quema los cuadros de desnudos de las Colecciones Reales
El pintor, protagonista de una exposición en el Museo del Prado, convenció a Carlos III de revocar su propia orden
La orden de Carlos III fue fulminante: había que quemar todos los cuadros de las Colecciones Reales que mostraran desnudez. Eso incluía algunas de las mejores obras de la historia del arte que hoy se exponen en el Museo del Prado. El relato de cómo se salvaron esos lienzos es impreciso, porque el mandato se firmó en 1762, pero no fue hasta 1795, tres décadas después, cuando el pintor Alejandro de la Cruz, discípulo de Antonio Rafael Mengs (1728-1779), uno de los pintores de mayor reputación de esa época activos en Italia, a quien ...
La orden de Carlos III fue fulminante: había que quemar todos los cuadros de las Colecciones Reales que mostraran desnudez. Eso incluía algunas de las mejores obras de la historia del arte que hoy se exponen en el Museo del Prado. El relato de cómo se salvaron esos lienzos es impreciso, porque el mandato se firmó en 1762, pero no fue hasta 1795, tres décadas después, cuando el pintor Alejandro de la Cruz, discípulo de Antonio Rafael Mengs (1728-1779), uno de los pintores de mayor reputación de esa época activos en Italia, a quien el Prado dedica ahora —hasta el 1 de marzo— una exposición antológica, contó como su maestro cambió el destino de aquellas piezas.
Cuando Carlos III dictó la orden, Mengs estaba en Madrid tras ser requerido por el rey para decorar el Palacio del Buen Retiro y el Palacio Real. El historiador del arte Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española del Barroco del Museo del Prado, revela el truco que salvó el tesoro en su texto De pinturas reclusas y reyes carceleros. 1762-1792: “Mengs se presentó ante el rey diciéndole que era menos expuesto para los profesores tener un original tan bien pintado para su imitación que desnudar una mujer, en quien sería difícil hallar las perfecciones de estas pinturas”. Es decir, mejor copiar un cuadro que una persona. El original femenino, en sus palabras, podía tener imperfecciones.
Con esta reflexión, el monarca revocó la orden. De esta manera, se salvaron de la quema la Dánae de Tiziano; Adán y Eva, de Durero; Los baños de Diana, de Tiziano; la Bacanal de Rubens; la famosa Venus durmiendo, también de Tiziano; El juicio de París, de Francesco Albani; la Leda de Corregio y, antes de ser expoliada del Palacio de Buenavista (Madrid) por el ejército inglés, en 1813, La venus del espejo de Velázquez (hoy en la National Gallery de Londres).
Según Mengs, estos lienzos eran de una gran utilidad para la pedagogía y el proceso artístico. Pero aunque su reflexión convenció en principio a Carlos III, el pintor sabía que el rey podía cambiar de idea en cualquier momento. El Inquisidor General influía mucho sobre él y también el padre Eleta, conocido como fray Alpargatilla. Había que encontrarles un refugio seguro y ese fue el Palacio del Buen Retiro, que esperaba recuperar su esplendor tras la quema en 1634 del Alcázar de Madrid. También se almacenaron en el estudio del propio Mengs, que estaba situado en la Casa de Rebeque, un edificio levantado en la actual Plaza de Oriente de Madrid que debía su peculiar nombre a que durante principios del siglo XVIII alojó a la princesa de Robecq. Allí se guardaban los cuadros de las obras de las Colecciones Reales que tenían que ser restaurados y se permitía, bajo supervisión, copiar los desnudos. A la vez, servía de taller del pintor.
Carlos III era una persona muy religiosa. Tras la muerte de su mujer, María Amalia de Sajonia, cuando el monarca tenía 44 años, extremó estos sentimientos. Tampoco era un soberano muy próximo a la cultura. Se quedaba dormido en las representaciones musicales y los únicos lienzos que apreció fueron los religiosos. A la vez, acorde con el pensamiento de la época, fue un monarca ilustrado que luchó por despojar a la Iglesia de bastantes competencias. La ideología ilustrada defendía que la obra de arte tenía que ser utilitaria y provechosa moralmente. Y no solo eran las imágenes, sino también su relato. Por ejemplo, Lot y sus hijas, donde yacen con el padre para asegurar su linaje, también debían arder.
Mengs desarrolló su carrera entre Dresde, Roma y Madrid en un momento en el que los monarcas europeos competían con grandes cantidades de dinero para hacerse con los mejores artistas de la época. En 1761, un año antes de ordernar la quema de los desnudos, Carlos III llamó a Madrid a los dos grandes pintores activos en Italia: el propio Mengs y Tiepolo, acompañado de sus hijos Domenico y Lorenzo. En un principio, Mengs se resistió alegando su avanzada edad. “Pero, presionado, cumplió con los deseos del rey y decoró el Salón del Trono del Palacio Real”, narra Andrés Úbeda de los Cobos, Andrés Úbeda de los Cobos, jefe de Colección de Pintura del siglo XVIII y Goya del Museo del Prado y comisario de la exposición dedicada a Mengs, que ofrece una visión completa del pintor, figura clave en el nacimiento del Neoclasicismo y uno de los artistas más influyentes del siglo XVIII, en diálogo con los grandes maestros del pasado.
Tras la muerte de Carlos III en 1788, Carlos IV subió al trono y envió muchas de las obras rescatadas a la Sala Reservada de la Academia de San Fernando. Eran las salas donde se fueron depositando los desnudos y otras obras que se consideraban perjudiciales para la moral o la religión, reservadas para disfrute de los nobles y la burguesía o el aprendizaje de los formados en arte. En 1827 se creó la Sala Reservada del Prado con la llegada de los cuadros que componían la de la Academia de Bellas Artes de San Fernando.