Alcalá Norte confirma su paso de gigante con un eufórico concierto en Madrid
El grupo completa el primer lleno de sus tres días en La Riviera con un recital donde aúna calidad musical, éxitos coreados y guasa
Un tipo que parece arrancado de un concierto de Saxon celebrado en 1984 en ese templo del heavy que se llamó Canciller sale al escenario. Viste pantalones elásticos con franjas verticales blancas y negras, camiseta oscura y cazadora vaquera con las mangas cortadas. La melena larga y rizada. Lleva una bota de vino en la mano. Ofrece un pequeño discurso ante el micrófono. No se le entiende nada porque el público jalea a conciencia. Solo se escuchan bien las últimas palabras: “Somos Alcalá Norte y venimos a compartir. ¡Venga!”. Pega un trago a la bota y la lanza al público. Se llama Jaime Barbosa y toca la batería. De esta forma tan peculiar comenzó el concierto de los madrileños Alcalá Norte, una banda formada por veinteañeros y treintañeros que confirmó la noche del sábado en La Riviera (también actúan hoy y mañana lunes) que aquellas hechuras de banda grande que apuntaban hace un año y medio ya son una realidad.
Lleno en la sala madrileña (2.200 personas) y la sensación de asistir a un recital importante, ya que quizá pocas más veces se pueda ver al grupo en un local de dimensiones medias, sobre todo en la capital, su ciudad. De hecho, la banda acaba de anunciar fecha en Movistar Arena de Madrid, el 20 de febrero de 2027, donde presentarán su segundo trabajo, que se está gestando en el estudio en estos momentos.
Buena parte del éxito del quinteto, ayer sábado reforzado por un sexto miembro a la guitarra, se entiende por la amplia franja de edad de los asistentes: una legión de chicos y chichas en los 20 se mezclaba con cuarentañeros y cincuentañeros a los que este grupo ha conseguido sacar de casa un sábado porque les recuerda a aquellas bandas de los ochenta con las que se apasionaron por la música: Derribos Arias, The Cure, Aviador Dro, Joy Division...
Hay cosas en el universo Alcalá Norte que se aprecian con viveza en conciertos como el de anoche. Por ejemplo, la antagónica figura que dibujan y lo bien que les sienta esta disparidad: un batería heavy, una teclista de formación clásica, un bajista más a su bola todavía que el bajista estándar, un guitarrista de larguísima melena blanca que se agita sin descanso y un cantante que vierte en las letras sus obsesiones por los dioses, la religión o las teorías de pensadores como Calvino o Goethe. Este último, Álvaro Rivas, en pleno viaje para descubrir la mejor forma de expresarse con su voz, demostró algunos logros innatos, como que no necesita moverse demasiado para transmitir carisma. A lo Liam Gallagher, pero sin despreciar al mundo, Rivas puede acometer una canción en posición estática y mirando sin pestañear al público y no por ello restar carácter a la interpretación.
El grupo repasó su primer y único larga duración y rescató alguna de las canciones de lo que ellos denominan “maqueta temprana”. La combinación de teclados con guitarras y los dibujos sónicos generados por el bajo recuerdan a sonidos de los primeros ochenta con un matiz importante: lo que antaño generaba una atmósfera oscura, ellos la convierten en festiva. Porque han conseguido que una canción que dice “la sangre del rico es pus” se convierta en un pedazo de éxito pop coreado por todo la sala. Contribuye a este ambiente de juerga los aderezos que introducen en el espectáculo, como cuando aparece en el escenario un Power Ranger mientras suena la sublime 420N; o cuando se desvela el ganador de un rasca y gana de unas cartillas que han repartido a la entrada; o cuando reparten puritos al público; o cuando presenta las canciones Barbosa, con un tono de voz cheli que solo tienen tipos curtidos como los feriantes, “para la señora, el caballero y el niño, la muñeca chochona”.
Después de 75 minutos, el concierto terminó inevitablemente con La vida cañón, un himno de la España musical contemporánea que vivido en las primeras filas del recital de anoche suponía entrar en un fragor de empujones, sudores compartidos y algún que otro “perdona” después de un pisotón. Todo da igual porque en esos momentos la vida, efectivamente, consiste exclusivamente en disfrutar ese momento. Y mañana ya se verá...