Garzón en La Maestranza o la conspiración del silencio
El público tiene derecho a conocer el contenido del nuevo contrato de alquiler de la plaza de toros de Sevilla
Sobre la designación del empresario sevillano José María Garzón como nuevo gestor de la plaza de La Maestranza solo se sabe de verdad que ha sido designado para el cargo. Nada más.
La corporación maestrante se ha limitado a hacer público un comunicado de dos líneas, 32 palabras, en las que lanza la piedra y esconde la mano. Ni un detalle más allá sobre la elección del nuevo inquilino.
Y el susodicho se ha limitado a decir que está muy contento, y que ser empresario de Sevilla es el sueño de su vida, y hasta ahí ha podido leer.
Y el tercero en discordia, el cesante Ramón Valencia, no ha dicho ni mu. La verdad es que este señor no ha dado una noticia en su vida empresarial, ha sorteado siempre con sibilinos regates cualquier pregunta comprometida o, sencillamente, se ha limitado a no atender solicitudes de entrevistas de algún medio —este, por ejemplo— que consideraba incómodo. Es normal que en la hora presente tampoco abra la boca.
En resumidas cuentas, que los tres protagonistas parecen decididos a llevarse el secreto a la tumba sobre las negociaciones y, sobre todo, sobre cuál es el contenido del nuevo contrato y cómo va a afectar —este extremo es el más importante— a los clientes que pasan por taquilla.
Este periódico ha intentado conocer la opinión de la Real Maestranza, pero, como era de esperar, ha dado la callada por respuesta.
Por no saber, se desconoce, incluso, si ha habido negociaciones con la empresa Pagés
¿Está en su derecho o no la propietaria de la plaza de guardar silencio? Es una entidad privada, ciertamente, pero con una enorme trascendencia pública; es más, depende del público para su financiación y el ejercicio de sus actividades. De ahí la necesidad de que la sociedad tenga derecho a conocer los términos del acuerdo firmado con el nuevo empresario. Porque si, como parece —también se desconoce—, la Real Maestranza ha subido el porcentaje de lo que recibirá por cada festejo taurino —establecido hasta ahora en el 21,88 por ciento de la facturación bruta— es lógico pensar que repercutirá en el precio de las entradas.
Porque, claro, ser empresario de Sevilla será el sueño de Garzón, pero, una vez despierto, habrá hecho sus cuentas para evitar que ese regalo maravilloso se convierta en una pesadilla. Es decir, que no sea una ruina que lo hipoteque para toda su vida. En consecuencia, si tiene que pagar más que el anterior inquilino deberá subir el precio de las entradas, que no son nada baratas en esta plaza.
En consecuencia, el cliente de La Maestranza tiene derecho a saber cómo le va a afectar el cambio de gestor.
Por cierto, por no saber no se conoce siquiera si ha habido negociaciones con la empresa Pagés. ¿Se ha limitado la propiedad a decirle simplemente a Ramón Valencia que no cuenta con él o, por el contrario, le ha trasladado sus condiciones y ha sido este quien ha rechazado la propuesta por considerarlas inaceptables para su economía? ¿Se contactó en primera instancia con Garzón o ha sido el recambio ante la renuncia de Valencia? ¿Ha estudiado la Real Maestranza ofertas de otros candidatos?
La tardanza en hacer pública una solución definitiva permite pensar que las negociaciones con unos y otros han sido largas y no fáciles, y no se debía solo a la redacción del nuevo contrato. Tardanza, sí, porque el abono sevillano, que en 2025 ha constado de 17 corridas de toros, un espectáculo de rejoneo y 6 novilladas, se presenta en la segunda quincena de febrero y requiere tiempo para su elaboración.
Por cierto, entre los principales retos del nuevo empresario deben figurar, se supone, los abonados, que han pasado de 7.000 en el año 2008 a no más de 2.000 en la actualidad. ¿Por qué? Por el maltrato que la empresa Pagés les ha infligido a lo largo de su historia. Ni un solo beneficio destacado han tenido quienes depositan en febrero una importante cantidad de dinero para pagar la Feria de Abril, las novilladas posteriores y las tres corridas de San Miguel a finales de septiembre. Un abuso.
José María Garzón (Sevilla, 53 años), perito agrícola, aficionado práctico que presume de haber toreado 25 festivales, taurino por tradición familiar, ganadero efímero, apoderado de Juan Ortega, y empresario de Córdoba, Santander, Cáceres, Torrejón de Ardoz, Écija y, desde el próximo 1 de enero, de Sevilla, tiene ante sí el reto de hacer realidad una de sus máximas: “El buen empresario es el apoderado del público”.
Y la Real Maestranza, con toda seguridad, podrá continuar con su ingente y reconocida labor asistencia, social y cultural.
Pero ambos se equivocan con su desmedida afición al secretismo, a la oscuridad, a la conspiración del silencio.
El público tiene derecho a saber con quién y para qué se juega sus cuartos.