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Anne Waldman, la última poeta ‘beat’: “La poesía debe sonar como una alarma”

La escritora, referente generacional en su país, presenta en Madrid una película basada en su obra ‘Outrider’

Crecer bajo la amenaza de un “holocausto nuclear” fue probablemente lo que convirtió a Anne Waldman en poeta. “Tuvimos que convertirnos en artistas”, asegura. “Creo que otras personas de mi generación dirían lo mismo”. Ella es la última estela de ese grupo de escritores que, en la década de los cincuenta, rechazaron los valores estadounidenses clásicos. La generación Beat estaba fuera “de la corriente principal y del ...

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Crecer bajo la amenaza de un “holocausto nuclear” fue probablemente lo que convirtió a Anne Waldman en poeta. “Tuvimos que convertirnos en artistas”, asegura. “Creo que otras personas de mi generación dirían lo mismo”. Ella es la última estela de ese grupo de escritores que, en la década de los cincuenta, rechazaron los valores estadounidenses clásicos. La generación Beat estaba fuera “de la corriente principal y del pensamiento de Estados Unidos de estar por encima de todo, al creerse vencedores”, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Waldman (Millville, Nueva Jersey, 80 años) se convirtió en algo más que una poeta. Allen Ginsberg —uno de los principales referentes de esa generación— la describió como alguien que “tiene aventuras con los libros, escribe, publica, enseña a escuchar como Platón. Una persona que le dejaba sin aliento y le estremecía los huesos”. Con esa declaración comienza Outrider, la película-documental que recorre la vida de la artista en forma de mosaico y que inauguró el jueves el festival Poetas 2025 en Madrid, con la presencia de la escritora.

La energía que Waldman mantiene no encaja con la de alguien que ha dedicado su vida entera a la poesía. Mientras posa para el fotógrafo de este periódico, hace ademanes y exclamaciones de lo “feliz que está de visitar Madrid” y lo mucho que le “gusta la residencia de estudiantes” donde se hospeda y tiene lugar la entrevista. Los exteriores de ladrillo recuerdan al barrio neoyorquino de Greenwich —donde creció la autora de Outrider o Fast Speaking Woman—: “Un lugar más accesible para artistas y escritores”. Una parte “muy bohemia” de Nueva York, la ciudad de sus poemas, llena de cafés y clubes de jazz, donde podían hablar en los sótanos de “lecturas clandestinas”: “Creo que allí hice una de mis primeras lecturas en una pequeña librería”, recuerda.

La Segunda Guerra Mundial “es realmente un punto de inflexión”. Waldman reconoce la provocación del filósofo alemán Theodor Adorno cuando dijo que no tenía sentido la poesía después de Auschwitz. Ahora que el mundo parece llevar una deriva apocalíptica —basta con revisar la hemeroteca internacional de este año para comprobarlo— responde preguntándose: “¿Qué otra cosa podríamos hacer?”. Cree que los poetas deben “funcionar como un barómetro de la conciencia humana en un tiempo donde el lenguaje está siendo atacado por líderes que usan el insulto y el miedo”: “Tenemos un presidente que es despiadado con su lenguaje, que te insulta y que puede incluir hasta la palabra ‘matar’ en su discurso”.

Para resistir discursos que alimentan el miedo, Waldman enfatiza la importancia de que los artistas tengan presente que “en la mente del poeta todos los tiempos son contemporáneos”. Sobre todo cuando hay “una regresión de derechos y las formas de tiranía que regresan”. Es una de las cuestiones que aborda el documental —dirigido por Alystyre Julian—: “¿Cómo somos contemporáneos con nuestro tiempo? Eso es algo social y va más allá de la política”, apunta Waldman, “es un ethos”. Cuenta que hace unas semanas le pidieron hacer un poema en una manifestación en Washington contra Donald Trump en donde la palabra democracia era una escultura de hielo que se derretía con el paso de las horas. La autora prefirió escribir sobre la precariedad: “La sensación de vivir al borde del abismo. La poesía”, dice, “debe sonar como una alarma”.

Aun con la actualidad en la que vive, Waldman tiene una “utopía”: “Que seamos conscientes del mundo en que vivimos”, señala. “Es la interconexión de todo, como ¿quién ha hecho este sillón [sobre el que está sentada]?”, explica, “la comodidad, lo extraordinario que es lo que hemos creado”. Aunque Estados Unidos tiene paisajes y culturas indígenas impresionantes, al explorar civilizaciones antiguas uno comprende que sus grandes construcciones y avances se levantaron sobre el esfuerzo y sufrimiento de otros, como esclavos. Esto permite entender mejor la historia y los caminos que esas sociedades recorrieron”. Desde muy joven, Waldman sintió una “inclinación hacia el budismo”: “Me atraía esa idea de autosuficiencia: todo depende de ti, de tu mente y de tu observación”, señala. “Surge este enigma: ¿qué significa ser una persona? ¿De qué trata tu existencia? ¿Por qué estamos aquí?”.

“No creo que la poesía sea exactamente una terapia”, confiesa Waldman. “Te exige despertar un poco más, te hace curioso”. A veces siente que tiene “menos sentido” hacerla ahora, después de ver la masacre en Gaza y los muertos en Ucrania, las víctimas en lugares donde el clima se ha vuelto “insoportable”: “Deberíamos de haber aprendido hace mucho tiempo”, lamenta. “Todos los países enfrentan dificultades y no saben cómo manejarlos. En Estados Unidos parece que vamos hacia atrás”, afirma. “Y aunque pueda parecer en vano y todo esté a punto de explotar, lo enfrentas cada día”.

Si la posibilidad de un ataque nuclear la transformó en artista a mediados del siglo pasado, Waldman asegura que, de haber crecido en el presente, sin ninguna duda se habría hecho poeta “más que nunca”. Tiene que mantenerse con esperanza, por las nuevas generaciones, por el mundo en el que crecerá su nieta pequeña.

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