De la motosierra al voto: por qué un inmigrante como Zohran Mamdani se volvió símbolo de futuro
Trump y sus cómplices prometieron una renovación, pero es evidente que no pueden ni quieren llevarla adelante. Mientras, la esperanza se cuela entre las grietas de la distopía MAGA
A los neoyorquinos que eligieron a Zohran Mamdani como su alcalde el 5 de noviembre no les inquietó que él se autodenominara socialista democrático. Mucho menos que Trump lo llamara comunista, explotando la vieja fobia de la derecha a los rojos, tan rentable para Joseph McCarthy en el siglo XX. Tampoco compraron la propaganda del establishment demócrata; no porque se hayan vuelto socialistas de golpe, sino porque –sospecho– el joven político de 34 años se plantó frente a la distopía.
El mundo que ha encarnado Trump en su segundo mandato se define por una inversión moral que solo pasa inadvertida para quienes se han tomado el Kool-Aid MAGA. La inflación ha vuelto la comida, la vivienda y los servicios básicos casi inaccesibles para trabajadores y clase media, especialmente en Nueva York y otras ciudades dominadas por la especulación inmobiliaria. Mientras la vida de millones se deteriora y el reciente cierre del gobierno dejó claro que al menos 24 millones podían perder de un plumazo el seguro médico, Trump insiste en que la economía nunca estuvo mejor, se manda a construir un salón de baile de 300 millones de dólares en la Casa Blanca y pasa los fines de semana jugando golf en su resort de Florida (viajes que son pagados por los contribuyentes a razón tres millones de billetes verdes por visita).
Pero ese es apenas el frente más visible de la crisis. Un país que históricamente se ha visto como una nación de inmigrantes presencia ahora cómo millones de indocumentados son criminalizados, cazados y despojados de derechos sin haber cometido delito alguno. No hay que hacer memoria para recordar otra escena reciente de la élite: hace apenas seis meses, ante el aplauso rabioso de las multitudes MAGA, Elon Musk amenazó, motosierra en mano, con “decapitar” al Gobierno, una licencia poética para despedir a cientos de miles de empleados públicos. Hoy Musk es una de las figuras más impopulares del país, y Trump, con apenas 26 % de aprobación en materia económica, va en la misma ruta.
Mamdani simboliza lo contrario: alguien preocupado por defender el derecho de sus vecinos a una vida digna. Una esperanza frente a ese repertorio de valores torcidos. No pocos, entre ellos Slavoj Žižek, han visto en este inmigrante de izquierda la posibilidad de renovar al Partido Demócrata. Tal vez. Pero es pronto para afirmarlo. Para convertirse en algo más que una figura disruptiva, fresca y carismática, tendrá que gobernar con éxito una ciudad de ocho millones y medio de historias, cinco condados —varios, ciudades populosas en sí mismas— y con crisis tan arraigadas como la escasez de vivienda y el colapso del transporte público.
Es probable que su gestión sea saboteada desde todos los frentes: desde los grandes consorcios inmobiliarios hasta los magnates de Wall Street. Además de hacer la ciudad más accesible y eficiente, el alcalde musulmán e inmigrante tendrá que enfrentar los prejuicios ideológicos, raciales y religiosos de nuestra época. Nueva York es una ciudad demócrata, plural y tolerante, pero el ambiente político nacional es crispado, con un Partido Republicano obsesionado con sembrar miedo al inmigrante del sur como eje de su proyecto de supremacía blanca. Y, claro, deberá lidiar también con la competencia generacional dentro de su propio partido y con la hipocresía sigilosa de la élite demócrata. ¿Y quién es Zohran Mamdani sino un izquierdista radical “irredento”; un musulmán, pro palestino y de origen africano? Por su prestigio y popularidad, varios alcaldes célebres del pasado —como Mario Cuomo y Michael Bloomberg— fueron vistos como buenos prospectos para llegar a la Casa Blanca. Nunca llegaron. Pero si Mamdani sortea estos obstáculos, tendrá una vía abierta para liderar la renovación demócrata y dar el salto nacional.
La decadencia del imperio
Todo esto, por ahora, es hipotético. Ni siquiera ha tomado posesión y tendrá que pasar un año o dos para evaluar su gestión, y al menos tres para saber si tiene logros sólidos. El problema inmediato es otro: Trump y sus acólitos están desfigurando el experimento americano desde sus cimientos, hasta convertir al país en una versión grotesca de los sueños que inspiraron a muchas generaciones, desde los padres fundadores hasta Martin Luther King.
Sobran ejemplos, pero el más dramático es el de las redadas de ICE contra personas sospechosas de ser inmigrantes indocumentados. No es solo el estatus legal: a estas personas literalmente se les detiene sin órdenes judiciales. En septiembre, la Corte Suprema autorizó a ICE a actuar siguiendo un perfil racial, amparándose en la noción de “etnicidad aparente”, como escribió Brett Kavanaugh. Según esa lógica, si alguien tiene piel cobriza, pelo oscuro y habla español, basta para generar “duda razonable” sobre su estatus migratorio; no así si tiene piel blanca, los ojos azules, el cabello claro y habla danés o polaco. Este andamiaje legal, construido sobre la falacia de una “invasión” desde el Sur pobre y criminal, es racismo destilado de la doctrina del gran reemplazo que ha ido calando en Occidente. Que esto ocurra en una nación que se proclama faro de libertad —y tras décadas de lucha por los derechos civiles— es una vergüenza histórica.

No hay forma sencilla de frenar la vorágine de racismo, sexismo y corrupción desatada por Trump. Los demócratas, sin brújula y en minoría en ambas cámaras, apenas le han hecho contrapeso. Hasta las elecciones del 5 de noviembre, nadie apostaba un centavo por los triunfos que obtuvo ganando gobernaciones, alcaldías y legislaturas locales.
El país que despierta
Y ahí está el punto que pocos han visto: no ha sido solo la maquinaria demócrata ni sus nuevas figuras. Han sido los ciudadanos subestimados quienes levantaron la voz en protestas masivas y encontraron en las urnas un canal para expresar su repudio ante la debacle moral de la administración Trump.
Las marchas impulsadas por la Coalición No Kings son el primer gran hito de protesta ciudadana en la era Trump: 1,1 millones en abril; entre dos y cuatro millones en junio; y alrededor de siete millones en octubre. Son las mayores manifestaciones desde la Marcha de las Mujeres de 2017 y las protestas de Black Lives Matter en 2020.
La repulsa contra ICE ha sido menos estruendosa, pero constante. La toma de ciudades en varios estados ha provocado cuestionamientos ciudadanos y algunas victorias judiciales contra el uso excesivo de la fuerza. Aunque Los Ángeles y Chicago no han logrado frenar el despliegue de ICE y la Guardia Nacional, han sido ampliamente condenadas. Mucha gente, abiertamente o no, rechaza la política migratoria de Trump.
Y una señal más reciente de protesta ha venido del activismo de las víctimas del depredador sexual Jeffrey Epstein. A simple vista, podría parecer un frente aislado, pero es parte de la misma lucha contra el abuso estructural de hombres poderosos. La batalla por liberar los archivos de Epstein ha sido un triunfo contundente de sus víctimas y la peor pesadilla de Trump en su segunda presidencia. Pese a sus intentos por bloquear la publicación, la presión —incluida la de figuras del propio movimiento MAGA como Marjorie Taylor Greene, Lauren Boebert y Nancy Mace— lo obligó a firmar el decreto para hacerlos públicos. Ese quiebre interno fue evidente cuando, en un mismo día, un furioso Trump lanzó ataques sexistas contra dos mujeres periodistas, llamándolas “cerdita” e incompetente respectivamente, por hacer preguntas que consideró inoportunas y de mal gusto. Esos ataques son otra muestra del abuso y los maltratos de poderosos que las mujeres denuncian.
Así como las víctimas de Epstein se organizaron de manera colectiva y estratégica para buscar justicia y visibilidad frente a los crímenes del magnate, otros grupos en todo el país se están movilizando para enfrentar la decadencia de quienes hoy detentan el poder. Como Mamdani, son símbolos de una esperanza que se resiste al desorden moral que encarnan las figuras políticas, institucionales y económicas más poderosas. También son señales claras de que Estados Unidos ansía una renovación, desde las ciudades hasta el corazón del poder en Washington. Trump y sus cómplices prometieron esa renovación. Es evidente que no pueden ni quieren llevarla adelante. Y ya han dado pruebas suficientes de ser irredimibles. La esperanza se cuela entre las grietas de la distopía MAGA.
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