Turbulencias en el ‘indie’ español: el agotamiento de un modelo provoca que algunos grupos lo dejen y otros pierdan miembros
En pocas semanas, bandas como Confeti de Odio, Cariño o Shego han anunciado rupturas o cambios de formación, constatando cómo la presión del algoritmo, el exceso de intermediarios y el mito de la juventud traen consigo la fugacidad profesional
En apenas unas semanas, la escena indie española ha asistido a una sucesión de rupturas que sugieren el fin de un ciclo. O, al menos, un replanteamiento. Grupos como Confeti de Odio, Cariño o Shego han desaparecido o han perdido a alguno de sus miembros. A estos se añaden lo...
En apenas unas semanas, la escena indie española ha asistido a una sucesión de rupturas que sugieren el fin de un ciclo. O, al menos, un replanteamiento. Grupos como Confeti de Odio, Cariño o Shego han desaparecido o han perdido a alguno de sus miembros. A estos se añaden los casos de hace unos meses, como Pantocrator, Monteperdido o Hinds. Son grupos que pertenecen a una misma generación que ahora parece dar por cerrado su primer ciclo vital: casi todos surgieron al calor de una escena que recuperó el entusiasmo por la guitarra, la ironía y la inmediatez pop, y que encontró en los festivales y en las playlists de Spotify su principal canal de visibilidad. Que ahora algunas de estas bandas pasen por turbulencias no parece casual: apunta al agotamiento de un modelo y de una forma de entender la música independiente en la era del algoritmo.
El primero en anunciar el fin de su proyecto fue Lucas Vidaur (Madrid, 31 años), nombre de pila del hombre detrás de Confeti de Odio: “¡Se acabó! ¡Confeti de Odio llega a su fin! Han sido unos años fantásticos (…) Siento que ahora mi corazón y mente están mirando hacia otros horizontes creativos y, por respeto a todo lo que ha sido este proyecto, soy incapaz de hacerlo a medio gas”, publicaba en Instagram el 22 de septiembre. Tan solo dos días más tarde, el trío de pop Cariño anunciaba que continuará sin una de sus integrantes: “Queremos contaros que María no forma parte del proyecto desde mayo. Ha sido una decisión personal suya así que os pedimos entendimiento, paciencia y respeto”. La respuesta de la excantante no se hizo esperar. María Talaverano (Pozoblanco, 31 años) escribió en la red social X: “No es justo llamarlo decisión propia. Eso implica que es solo responsabilidad mía. Este comunicado es unilateral y no tuve oportunidad de dar mi opinión”. Esa misma semana también se confirmaba que Shego continuará con un cambio: Maite Gallardo (Madrid, 26 años) ha sido sustituida por Irene Garrido (Alicante, 26), también conocida como Irenegarry, que fue la bajista del proyecto hasta 2023.
Este último año, también han anunciado su fin Pantocrator o Monteperdido y, en mayo del año pasado, Hinds pasaron de ser un cuarteto a un dúo: en el proyecto ahora mismo se mantienen Carlotta Cossials (Madrid, 34 años) y Ana Perrote (Madrid, 31 años). “Justo antes de Viva Hinds [su último álbum] estábamos en el momento más bajo de toda nuestra carrera. Sin manager, sin sello, sin dinero, sin compañeras de banda, endeudadas y sin productor”, declaran en una entrevista a EL PAÍS.
El indie, ese término que en España se asoció más a un sonido que a una independencia real, ha terminado por convertirse (como apunta Eric Sueiro de Medalla) en “una de las escenas más capitalistas que existen”. Lo dice sin rencor, pero con lucidez, en unas declaraciones para este reportaje vía videollamada: “El indie español tiene hegemonía en festivales porque no molesta. Es un mensaje blanco, no político, y por eso se le da más bola. Pero detrás hay una rueda que quema a los artistas”.
Medalla es una banda barcelonesa formada en 2016 por Eric Sueiro y Adrià Enguídanos. Desde entonces han pasado por tres formaciones distintas: hoy, con Sueiro como único miembro original, Medalla acumula casi una década de carrera y acaba de publicar Música máquina, su quinto álbum. La paradoja, según él, es que “todos los agentes del sector (sellos, managers, promotores) viven de la música, mientras que las bandas que la crean casi nunca pueden hacerlo sin tener otro trabajo”.
Sueiro sabe de lo que habla: además de ser el vocalista y compositor principal de Medalla, mantiene un empleo a tiempo completo fuera de la música y asume la mayor parte de la gestión del grupo. “Somos cuatro, pero yo canalizo el 90% de todo: el sello, la contratación, la comunicación. Lo hago porque me hace feliz, pero podría gestionarlo solo a costa de mi salud mental, y no quiero”. Esa sensación de montaña rusa se repite en Lucas Vidaur, que decidió poner fin a Confeti de Odio justo después de experimentar su mayor pico de atención. “Pasé de tocar para 15 personas a tener un verano con nueve festivales, y luego todo volvió a la normalidad. Me di cuenta de que ya no me divertía igual. La profesionalización mata las ganas”.
Tras aquel impulso repentino llegó el descenso inevitable: menos conciertos, menos cobertura, menos ruido. “Me generó unas expectativas que me hicieron más daño que bien”, admite, “de repente te ves intentando hacer hits o firmar con un sello que no sabes si te representa, solo porque sientes que tienes que seguir creciendo”. En esa oscilación constante entre entusiasmo y agotamiento, Vidaur vio claro que continuar habría sido engañarse: “Seguir por seguir me generaba más ansiedad que otra cosa”. Así, el artista reconoce haber sido “un obseso de los números: las escuchas, los seguidores, quién te deja de seguir”. “Hasta que entendí que, si no te deja de importar, no puedes ser feliz”, agrega. Las expectativas, en la era digital, se miden en cifras, y eso puede causar más frustración que otra cosa. “Cuando grabas un disco, piensas que es el mejor del mundo”, admite Sueiro, “y puede que luego no conecte con la gente. Si te limitas a medirlo en números, todo son frustraciones. El sistema te obliga a compararte todo el rato”.
The Problem with Music, publicado por Steve Albini (figura clave del rock alternativo y productor de Nirvana) en The Baffler en 1993, es uno de los textos más citados sobre la explotación estructural en la industria musical, una diatriba contra el sistema discográfico que desmonta el mito del contrato como sinónimo de éxito. Su tesis central es que la industria musical se sostiene en una asimetría estructural de poder y valor: el capital controla los medios de producción y distribución, mientras el artista se convierte en un engranaje desechable. Esa misma lógica se ha desplazado al ámbito independiente y digital y, aunque el indie español sea menos precario que otras escenas como la del metal, la electrónica o el jazz, a mayor número de intermediarios, mayor sensación de vulnerabilidad en el artista. De este modo, Albini escribió: “Cada banda que firma un contrato cree estar alcanzando la libertad, cuando en realidad está aceptando otra forma de servidumbre”.
“Cuando un sello o un manager te hacen sentir culpable o te presionan artísticamente, es una tortura”, declaran Hinds. “Aconsejaríamos dejar esa relación laboral”. Para ellas, mantenerse al margen de la rueda ha sido cuestión de supervivencia. “La ilusión es lo que nos ha mantenido fuertes e incansables”, explican. Pero reconocen que no siempre es fácil sostener esa ilusión en un entorno que premia la productividad y la novedad constante: “Hay una obsesión universal por la juventud. Ojalá las mujeres podamos envejecer en paz de una vez”.
En el pop independiente español, la romantización de la juventud se ha convertido en valor de mercado: la frescura, la ironía y la inconsciencia son algunos de sus valores fundamentales. “Se premia la novedad y la falta de vergüenza”, concede Vidaur, “y eso es genial cuando lo tienes, pero también cruel. En música se valora la juventud igual que la belleza”. La estética del “grupo joven que acaba de romperla” no deja espacio para la madurez ni para la pausa. Cumplir 30, en la industria, parece casi una declaración de obsolescencia. Las propias Hinds ironizan con esa idea: “Me gustaría pensar que todos estamos trabajando para dejar que las mujeres podamos envejecer en paz, pero como digo, en ello estamos”. El problema no es solo de género, sino estructural: el indie español lleva más de una década construyendo su identidad sobre la nostalgia adolescente, la impostura del desparpajo y el mito del rock hedonista.
La conclusión, sin embargo, no es pesimista. Tanto Vidaur como Sueiro coinciden en que finalizar una etapa no equivale a fracasar. “Es cerrar un ciclo”, dice el primero. Pese a ello, también están de acuerdo en que, si el proyecto se hubiese quedado en un mero hobby sin afanes de profesionalización, su cabeza estaría mejor amueblada. “Vi una desconexión total sobre cómo empezó el proyecto y cómo acabó”, comenta Vidaur, aunque afirma que “si Confeti hubiese sido un proyecto enorme y estuviese llenando pabellones, no pensaría en estas cosas”. Por su parte, Hinds creen que la historia parece condenada a repetirse: “Creo que hay grupos que encuentran una fórmula y, durante al menos un lustro, el resto de grupos que salen solo intentan replicar la fórmula del que triunfó. Hay que ponerse las pilas”.