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Maria Luiza Jobim: “Estuve seis años sin tocar una sola canción de mi padre”

La cantante y compositora brasileña, que inicia hoy en Madrid una minigira europea, ha peleado para construir una identidad artística al margen de la figura de Tom Jobim

En la casa donde nació Maria Luiza Jobim (Rio de Janeiro, 38 años), la religión era la música. A los siete años entró en un estudio para grabar con su padre, António Carlos Jobim, sumo sacerdote de la internacionalización de la bossa nova. Sin él, el mundo no cantaría ese himno a la felicidad que es ...

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En la casa donde nació Maria Luiza Jobim (Rio de Janeiro, 38 años), la religión era la música. A los siete años entró en un estudio para grabar con su padre, António Carlos Jobim, sumo sacerdote de la internacionalización de la bossa nova. Sin él, el mundo no cantaría ese himno a la felicidad que es Garota de Ipanema. Tras la muerte del padre, guardó la música en un cajón metafórico. Hizo su vida: estudió arquitectura y luego letras, mientras deambulaba por la electrónica con una banda que tocaba en pequeños locales ocultando su apellido, necesitada de probarse a sí misma. Así fue hasta que se convenció de que no tenía sentido seguir esquivando ni la música ni el origen y en 2019 publicó Casa Branca, donde homenajea a su padre. A punto de lanzar su tercer disco, este jueves comienza en Madrid (Recoletos Jazz) una minigira europea en la que participa el portugués António Zambujo. Están recién casados y, en su concierto en Lisboa, llevaron al escenario una química de sala de estar.

Pregunta. Esta es una gira muy especial por lo artístico y lo personal.

Respuesta. Sí. El nuevo disco, Rosa no Céu, muestra esa transición de venirme a Portugal por diversos motivos profesionales y personales.

P. Cuando canta en el escenario junto a António Zambujo, comparten su complicidad doméstica con el público. ¿Es también su sensación?

R. [Risas] Sí. Hoy lo comentábamos. Es muy natural. A António no le gusta ensayar y a mí me gusta mucho, soy de la escuela que ensaya siempre. Entonces, mal o bien, acaba siendo muy espontáneo. Ese momento en el escenario es algo nuevo para nosotros, pero es muy natural porque forma parte de nuestras vidas. Nuestra casa está llena de música, siempre se está tocando o componiendo. El escenario es una extensión de eso.

P. ¿Compartir el mismo trabajo ayuda en una relación?

R. Hasta ahora ha sido bueno, no sé cómo será en el futuro.

P. ¿Es perfeccionista, quiere tener el control sobre las cosas?

R. En la vida soy algo más caótica, sentimental, latinoamericana, pero en el trabajo soy metódica, determinada, disciplinada, me gusta ensayar. Mi padre ensayaba mucho y nunca pienso que es excesivo.

P. Este es su tercer disco, nada electrónico y muy brasileño. ¿Ha encontrado la identidad artística que buscaba?

R. Intento no clasificarme mucho ni preocuparme por marcar un perfil o un género. La vida es movimiento, todo es muy fluido y yo soy muchas, me gusta ser muchas. Tuve la oportunidad de tener una historia muy variada. Tuve un momento en que incorporé mucha música electrónica y ahora tiendo hacia elementos más orgánicos. No es algo planeado, ocurre naturalmente.

P. ¿Compone indistintamente en inglés y portugués?

R. Sí. Yo fui alfabetizada en inglés, viví mucho tiempo en Nueva York, estudié en el colegio americano y también en el brasileño. Transito bien entre esas dos lenguas. No es ningún intento de internacionalizar mi música.

P. ¿Y usa cada lengua para componer de forma diferente? ¿Para expresar distintas emociones?

R. Nunca pensé sobre eso. El inglés tiene una cosa especial en la sonoridad y en la cultura, es más fluido que el portugués. El hablado en Portugal es muy trabado en las consonantes, con esos erres y tes, es más difícil a la hora de componer. Chico Buarque y otros brasileños triunfaron con poemas muy densos, mientras los Beatles cantaban Love me do. Hay una libertad mayor en el inglés.

P. Los brasileños se liberaron de las ataduras del portugués, lo han hecho un idioma más anárquico.

R. Puede ser. A veces cuando hablo con António, que es portugués, siento que estoy hablando con mi bisabuelo. [Risas]. Lo encuentro bonito, pero me resulta un modo antiguo. Sin embargo, yo parezco una adolescente, una chica de 13 años que parece no saber hablar correcto.

P. Grabó su primera canción a los siete años, Samba de Maria Luiza, junto a su padre Tom Jobim. ¿Qué recuerda de aquella sesión?

R. Fue una experiencia muy bonita. Fue su último disco, yo grabé dos canciones. La gente cree que mis palabras finales, “de novo”, estaban ensayadas, pero fueron espontáneas, yo estaba divirtiéndome mucho y quería repetir.

P. Habiendo nacido en la casa de Tom Jobim, la música debía ser una religión.

R. Sí, creo que sí. Es nuestra religión. Cuando yo nací nos mudamos a Estados Unidos y vivíamos en un piso pequeño en Nueva York. Allí estábamos mi madre, mi padre, mi hermano, una empleada y un piano de cola. Años después le pregunté a mi madre cómo mi padre, que trabajaba en casa y fumaba puros…

P. Toda la familia fumaba puros entonces.

R. Exactamente, incluida yo con dos años. Le pregunté cómo mi padre conseguía trabajar en una casa pequeña donde vivían cinco personas y que tenía que estar cerrada durante los nueve meses de invierno. Me respondió que todo el mundo respetaba su trabajo. La música hablaba más alto, nadie gritaba cuando él estaba tocando.

P. ¿Hay algunas sombras en el hecho de ser la hija de Tom Jobim?

R. Mi madre [Ana Lontra Jobim] dijo que ser mujer de Tom es vivir bajo la sombra de un árbol frondoso, me gusta esa imagen. Ser hija de Tom es vivir también bajo la sombra de ese árbol frondoso. Tienes esa sombra, pero es bonita.

P. ¿Estudió Arquitectura para apartarse del árbol frondoso?

R. Yo tardé en entender que quería ser música. Desde que mi padre murió, la música quedó medio congelada, como algo que era suyo, intocable. No quería ocupar su lugar, ¡cómo si fuera posible! A mí siempre me gustó dibujar. Mi hermano era arquitecto y músico. Mi padre también empezó arquitectura. Yo descubrí que me gusta la arquitectura en la teoría pero no en la práctica. Tiene muchas Matemáticas y yo soy pésima en Matemáticas. Y hay que lidiar con el mundo real, con los clientes, y no sé si sabría lidiar con eso. Luego pensé que no tenía sentido continuar si luego no iba a trabajar y entonces estudié Letras un tiempo hasta que ya decidí que basta.

P. ¿En qué momento?

R. Tenía una banda de jazz y hacíamos conciertos. Viajaba en vacaciones para estudiar canto y cosas así. Tendría 23 o 24 años cuando comencé, pero con mucho miedo, no tanto de los demás, sino de mí.

P. ¿Por qué tenía miedo?

R. Mi miedo era no lograr hacer algo conectado con mi verdad. Tenía que alejarme de aquel árbol gigante para mirarme y saber quién era y cuál era mi papel en la música. No quería mimetizarme, empezar a cantar bossa nova y canciones de mi padre, eso no me interesaba, ahora podré regresar y cantar pero desde otro lugar. Necesitaba entender quién era y qué me gustaba. Y entonces hice un dúo de música electrónica.

P. Para no tener nada que ver con Tom Jobim.

R. Exactamente. Yo no usaba mi nombre. Se llamaba Opala, una piedra que estaba en el primer anillo que mi padre le regaló a mi madre. Mi padre allí estaba.

P. Pero nadie lo sabía.

R. Nadie. Estuve seis años en Opala, tocaba en locales, cantaba en inglés y no tocaba ni una sola canción de mi padre. Hice dos EP, todo era muy hermético. Tenía que ver con mi historia, en mi adolescencia escuché mucha electrónica. Ese momento fue muy importante para mí. Después conocí Alexandre Kassin, que produjo mi primer disco, Casa Branca, yo tenía 29 años.

P. Y ese ya salió con su nombre. ¿Necesitó conquistar un lugar que no viniese facilitado por apellidarse Jobim?

R. Sí. Aunque la opinión de los demás, no podemos controlarla y no pasa nada. Y más en Internet, un lugar loco y tóxico. No quiero ser rehén de eso, no estoy pendiente. Para mí era importante la búsqueda de la verdad… claro que vengo de un lugar con infinitas capas de privilegios, soy blanca, soy rica, soy heredera, soy hija suya, pero soy una mujer que quiere trabajar y hacer su camino.

P. Como compositora, ¿le ayuda más la felicidad o la tristeza?

R. La felicidad.

P. Ahora va a escribir mucho.

R. Espero que sí. Mis músicas son tristes pero solo consigo escribirlas cuando estoy feliz. Que extraño, ¿no? Necesito distanciarme.

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