‘La gran ola de Kanagawa’: de imagen tópica en camisetas a ilustrar los nuevos billetes japoneses

La obra de arte nipona más reproducida en el mundo mantiene su estatus icónico después de casi dos siglos y protagoniza en Tokio una nueva exposición monográfica en el museo dedicado a su autor, Katsushika Hokusai

'La gran ola de Kanagawa', de Hokusai, en una copia en el Museo Metropolitano de Nueva York, en 2020.

La obra de arte japonesa más reproducida en el mundo, La gran ola de Kanagawa, ilustra los nuevos billetes de mil yenes emitidos el mes pasado. En paralelo, Tokio le rinde homenaje con una gran exposición monográfica en un museo dedicado a su autor, Katsushika Hokusai (1760-1849). El célebre grabado es una de las obras que conforman la serie Las 36 vistas del monte Fuji, publicada en...

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La obra de arte japonesa más reproducida en el mundo, La gran ola de Kanagawa, ilustra los nuevos billetes de mil yenes emitidos el mes pasado. En paralelo, Tokio le rinde homenaje con una gran exposición monográfica en un museo dedicado a su autor, Katsushika Hokusai (1760-1849). El célebre grabado es una de las obras que conforman la serie Las 36 vistas del monte Fuji, publicada entre 1830 y 1833, cuando Hokusai tenía 70 años, y su título original es Bajo la ola de Kanagawa. Muestra la montaña emblemática de Japón enmarcada por una enorme ola cuya cresta espumante parece estar formada por garras a punto de atacar. Tres barcas tripuladas por diminutas figuras, impotentes en medio de la marea, están integradas en la composición con tal destreza que suelen pasar desapercibidas a primera vista.

Su icónica simplicidad y el precio asequible de las copias convirtieron el grabado en una popular estampa decorativa de la que se imprimieron miles de reproducciones sin fecha ni numeración. Fue llevada a Europa junto a otras obras japonesas del género ukiyo-e (estampas del mundo flotante), y adquirida por artistas como Claude Monet y el compositor Claude Debussy, a quien inspiró una serie sinfónica titulada El mar.

Se considera una de obra central del japonismo, el movimiento estético del siglo XIX impulsado por la fascinación de los creadores europeos hacia una estética rica en asimetría, colores vibrantes, líneas expresivas y grandes espacios vacíos.

Hoy, La gran ola es una socorrida imagen para muchos diseñadores occidentales que buscan expresar algo japonés y adorna portadas de libros, carteles, camisetas y gorras. Presente en prestigiosas colecciones, como la del Museo Británico, el Metropolitano de Arte de Nueva York o la Biblioteca Nacional de Francia, ha sido equiparada a cuadros convertidos en símbolo de culturas nacionales, como la Mona Lisa de Leonardo da Vinci.

“Es curioso —y por supuesto un honor— que se reconozca el valor de un grabado popular que se colgaba en las casas de los ciudadanos comunes y se le otorgue el mismo rango de obras originales encargadas por la nobleza”, afirma Atsuko Okuda, comisaria de la exposición El impacto de ‘La gran ola’. Tras el rastro de su origen y trayectoria, abierta hasta el 25 de agosto en el Museo Sumida Hokusai de Tokio.

El nuevo billete de 1.000 yenes en Japón que contiene una reproducción de 'La gran ola de Kanagawa'. Stanislav Kogiku (SOPA Images/LightRocket/Getty)

La exposición coincide con el lanzamiento de un nuevo billete de mil yenes con la imagen de La gran ola, el segundo homenaje oficial después de que el pasaporte japonés la eligiera para decorar sus páginas en 2020. Pero, pese a ser considerada epítome de lo nipón, la imagen es un híbrido cultural que aúna técnicas europeas, formas de representación chinas y tradiciones pictóricas japonesas. “La dinámica de la composición está dominada por las reglas de la perspectiva occidental”, continúa Okuda, señalando la línea baja del horizonte que sitúa la vista del espectador al nivel del mar, le da relevancia al cielo y achica el Fuji.

Hokusai vivió hacia el final de la era Edo (1603-1868), periodo regido por una dictadura militar hereditaria durante el cual Japón se aisló del mundo tras proscribir el cristianismo, por considerarlo una avanzadilla de la expansión portuguesa y española. Aunque el contacto exterior estuvo limitado al comercio de productos con holandeses y chinos, a través de una isla artificial en el puerto de Nagasaki, desde 1720 se permitió la entrada de libros científicos occidentales y se difundieron conceptos técnicos como la perspectiva lineal. También se empezó a importar el azul de Prusia, pigmento inventado a principios del siglo XVIII que, además de resistir la decoloración, fue un vehículo perfecto para expresar profundidad en paisajes como La gran ola.

Hokusai recibió además influencias de pintores chinos de su época. Okuda menciona a Shen Quan (1682-1760), artista que residió en Nagasaki y cuyas obras describen con gran realismo animales y plantas en medio de composiciones de una complejidad ornamental casi barroca. En un paisaje marino, el maestro chino pintó la espuma de las olas en forma de garras, una posible influencia en Hokusai, que durante décadas pintó olas romas curvadas hacia adentro. Para descartar la idea de que La gran ola es el documento de un tifón o un tsunami, Okuda explica que las embarcaciones de la obra no corren ningún riesgo, pues eran naves propulsadas por ocho remeros y usadas para transportar a gran velocidad pescado fresco hasta Edo (la actual Tokio).

Imagen promocional de la exposición 'El impacto de ‘La gran ola’. Tras el rastro de su origen y trayectoria', en el Museo Sumida Hokusai de Tokio.

Una obra muchas veces impresa

Respecto a la cantidad de obras impresas en circulación, la comisaria comenta la poca calidad que tienen muchas copias debido al desgaste de las planchas de las que fueron impresas, o su mal estado de conservación. El Museo Sumida Hokusai exhibe por turnos tres copias distintas cuya gran calidad es evidente en la nitidez del recuadro que contiene el título de la obra, la precisión de la línea del dibujo y la claridad de las nubes. El precio más alto pagado por una copia de La gran ola ha sido de 2,7 millones de dólares (2,4 millones de euros) en la subasta de la casa Christie’s de Nueva York en marzo de 2024.

A la gran popularidad en Occidente de Hokusai, y del arte japonés en general, contribuyeron las exposiciones internacionales que tuvieron lugar en Francia en el siglo XIX. En la de 1867 en París, Japón se daba a conocer al mundo tras más de dos siglos de aislamiento y la obra de Hokusai convenció a la intelectualidad local de que estaba frente a un fenómeno cultural sin par. Para la Exposición Universal de 1889 el pintor Henri Rivière realizó su serie Las 36 vistas de la torre Eiffel, una exquisita parodia con la emblemática estructura de hierro forjado retratada desde diferentes rincones parisinos.

Muchos críticos europeos consideraron providencial el arte japonés para poner fin al dominio del academicismo francés y dar paso al impresionismo, y a estilos decorativos centrados en la naturaleza y la artesanía, como el Art Nouveau y sus respectivas versiones nacionales. La lista de admiradores declarados de Hokusai incluye a Vincent van Gogh, Edgar Degas, el poeta Rainer Maria Rilke y los pintores del siglo veinte Roy Lichtenstein y Andy Warhol.

Hokusai, que nació en el barrio donde hoy se erige el museo en su honor, sufrió continuas dificultades económicas y solo pedía pasar de los 90 años para llegar a ser “un verdadero artista”. Su legado entró en el vocabulario del mundo digital en 2015, cuando el diccionario del emoji incluyó una imagen basada en La gran ola y la recomendó para representar “océanos y actividades acuáticas, como nadar, surfear y navegar”.

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