Chispazos de felicidad playera con lista de espera en Instagram

La artista Cristina Vázquez capta instantes cotidianos en el litoral de Matalascañas y luego los traslada a óleos y acuarelas, que vende con rapidez gracias a las redes

La artista Cristina Vázquez posa en su estudio, en Sevilla.Alejandro Ruesga

Un grupo de señoras charla en la orilla. Unas niñas juegan con las olas y una madre las vigila atenta. Alguien lee el periódico bajo la sombrilla y un bañista se echa la siesta. Difícil encontrar una postal más alejada del estrés diario que sobre la arena de una playa. Despreocupación, relajación, alegría, gozo. “Esos instantes cotidianos son los mejores momentos”, cuenta la artista Cristina Vázquez, de 51 años, nacida en Cáceres pero con el corazón dividido entre Huelva —en cuya sierra residió de pequeña— y ...

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Un grupo de señoras charla en la orilla. Unas niñas juegan con las olas y una madre las vigila atenta. Alguien lee el periódico bajo la sombrilla y un bañista se echa la siesta. Difícil encontrar una postal más alejada del estrés diario que sobre la arena de una playa. Despreocupación, relajación, alegría, gozo. “Esos instantes cotidianos son los mejores momentos”, cuenta la artista Cristina Vázquez, de 51 años, nacida en Cáceres pero con el corazón dividido entre Huelva —en cuya sierra residió de pequeña— y Sevilla, donde vive desde la etapa del instituto. Su trabajo muestra a personajes anónimos en esos chispazos de felicidad durante una jornada playera. Son trazos de sal, arena y salitre que vuelan. Le basta con subir una foto a Instagram para que cada obra se venda con rapidez.

El éxito ha alcanzado a esta artista andaluza por sorpresa, pero para llegar ahí ha desarrollado una larga y poliédrica trayectoria. Arrancó con sus estudios de Bellas Artes, donde se especializó en restauración. Continuó con trabajos de restauradora en distintos espacios culturales de Sevilla, como el Museo de Artes y Costumbres, el Museo de Bellas Artes y el Instituto de Patrimonio Andaluz. También probó con la escultura e impulsó una marca de ropa, El Gabinete de las Maravillas, que mantuvo durante una década y le llevó a la Pasarela Cibeles durante tres años consecutivos. Mientras restauraba y diseñaba, siempre tuvo hueco para la pintura, compartiendo generación con artistas sevillanos como Miki Leal. “Nunca tuve un estilo: igual pintaba una flor que un cantante de jazz”, relata. “Hasta ahora”, apunta. Ese ahora nació con la pandemia, cuando el calor primaveral durante el confinamiento hacía soñar con un baño en la playa. “Nos faltaba el exterior, así que decidí pintar el mar”, resume. Hoy vive de ello.

Su trabajo de campo es sencillo y lo realiza en Matalascañas, litoral que une su infancia onubense con su madurez sevillana. Se pone el bañador y recorre la playa al ritmo de las mareas para captar con su iPhone todo aquello que le llame la atención. “Los paseos me sirven para hacer ejercicio, ponerme morena y buscar momentos que luego pueda reflejar”, explica. En la memoria de su teléfono móvil guarda centenares de imágenes que retratan momentos de felicidad playera. Luego los refleja en grandes lienzos o pequeñas acuarelas. El contenido ha evolucionado. Si su primera etapa se centraba en grandes panorámicas, con decenas de personas y vistas cenitales, poco a poco el plano se ha ido cerrando para poner el foco en los personajes, que siempre esconden historias.

Su trabajo costumbrista viaja entre las multitudes de Juan Genovés y las fotografías de Carlos Pérez Siquier y se convierte en una ventana a la que asomarse para soñar. Atrapa por su poder evocador, pero también por los colores —los principales son los azules del océano, el blanco de la espuma y los tonos alberos para la arena— y el nivel de detalle de los protagonistas. Es en los gestos despreocupados, las posturas sosegadas o las actividades improductivas donde estas piezas consiguen reflejar el paréntesis vital que supone un día de playa. “Así somos cuando estamos relajados: el resto del año lo vivimos siempre muy tensos”, sostiene Vázquez. Son personajes anónimos la mayoría, mujeres. “Hay gente que cree reconocerse en las figuras o me dicen que se le parecen a un familiar, pero siempre están de espaldas o perfil, sus caras apenas se ven”, aclara.

La pintora Cristina Vázquez en su taller, en Sevilla. Alejandro Ruesga

Lista de espera

Cuando acumula fotografías suficientes, arranca una rutina de trabajo diario en el estudio, ubicado en su casa del centro de Sevilla. Ha dejado de lado la restauración y la moda para centrarse en la pintura, convertida ya en su principal actividad debido a la popularidad que sus obras han conseguido en redes sociales. Dispone hasta de una tabla de tarifas según el formato y los materiales. Y tiene lista de espera: 40 clientes hacen cola ya para tener una de las piezas de Cristina Vázquez en sus paredes. “Los últimos los acabaré para Navidad”, afirma con una mezcla de satisfacción, alegría y presión por todo el trabajo que tiene por delante. El espacio del que dispone marca el formato de sus obras, que tienen como máximo dos metros por cada lado. Trabaja sobre todo con acuarelas y óleo, pero también completa con acrílicos, lápices o rotuladores. Su faceta restauradora le enseñó a experimentar materiales y a investigar con ellos.

Entre encargo y encargo, se suele dar el gusto de dibujar obras que no tienen destino claro. Cuando las sube a sus redes sociales suelen venderse con rapidez. Sus clientes están en Málaga, Canarias, Sevilla o País Vasco, pero también en Nueva York o Suiza, desde donde le encargan obras similares pero con la nieve como escenario. La mayoría de compradores, sin embargo, está en Madrid. “Será que tienen más lejos la playa, los pobres, y la quieren tener más cerca”, comenta divertida. Instagram (“pinto instantes en los que la gente es feliz y no lo sabe”, dice su perfil) es su gran escaparate y modelo de negocio. Por eso hace dos años, cuando un pirata hackeó su cuenta, pasó una mala racha: “Fue horrible. Tenía datos de mis clientes y me preocupé muchísimo. Lo denuncié a la Policía Nacional y me afectó mucho. Luego empecé de cero e hice las cosas de otra manera”.

Una acuarela de la artista Cristina Vázquez.

Este verano participa con una obra en una muestra de artistas andaluces figurativos en Córdoba, pero las exposiciones, dice, de momento no son para ella. “No tengo tiempo y, además, los galeristas se llevan el 50% de las ventas”, subraya. “Por ahora no me hace falta”, dice con cierto pudor. “Eso sí, si llega una pedazo de galería o un museo potente”, no me cierro a nada”, concluye poco antes de despedirse para continuar su trabajo en el estudio mientras cuenta las horas para irse de vacaciones. Matalascañas le espera para captar la magia de los días de playa.

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