Agustín Comotto, autor de una novela gráfica sobre el fundador de la Unión Soviética: “Lenin ahora estaría en TikTok”
El dibujante argentino, afincado en Barcelona, ha publicado una cuidada biografía ilustrada del líder soviético en el centenario de su muerte
La historia de Rusia de los siglos XIX y XX es una de las aficiones de Agustín Comotto (Buenos Aires, 56 años). Esta pasión del ilustrador argentino ―afincado en Barcelona y autor de, entre otros, Stein o 155. Simón Radowitzky― era conocida en la editorial Nórdica, con la que suele trabajar. Así se fraguó la cuidada novela gráfica Lenin, el hombre que cambió el mundo, coeditada con Capitán Swing y publicada hace unos meses, ...
La historia de Rusia de los siglos XIX y XX es una de las aficiones de Agustín Comotto (Buenos Aires, 56 años). Esta pasión del ilustrador argentino ―afincado en Barcelona y autor de, entre otros, Stein o 155. Simón Radowitzky― era conocida en la editorial Nórdica, con la que suele trabajar. Así se fraguó la cuidada novela gráfica Lenin, el hombre que cambió el mundo, coeditada con Capitán Swing y publicada hace unos meses, en pleno centenario de la muerte del arquitecto de la Unión Soviética. “Me pidieron una publicación que interesara a quien no sabe del personaje, pero también a los que lo conocen más”, explica desde la librería Traficantes de Sueños, durante una visita a Madrid.
“Mi padre era marxista-leninista, militante. Yo no”, detalla. “La Revolución rusa fue una manifestación, un vómito del pueblo, que luego fue transformada en lo que devino la URSS. Esa primigenia revolución no fue bolchevique, participaron muchísimos movimientos anarquistas. Me siento bastante más afín a esta corriente”.
Pregunta. ¿Qué ha descubierto de Vladímir Ilích Uliánov?
Respuesta. No fumaba, era un hombre profundamente neurótico, diestro y poseía una capacidad intelectual impresionante. Para opinar sobre Lenin, creo que habría que entender ruso, pues casi todas las referencias que tenemos de él están sesgadas: o son de historiadores occidentales o de traducciones soviéticas. Tras su muerte, Stalin presionó para crear el mito. Afortunadamente, se han abierto archivos en Rusia, en los que hay mucha correspondencia de Lenin. En esas cartas encontramos una figura muy diferente a la construida tras su muerte.
P. ¿Fue difícil la adaptación?
R. La epopeya de Lenin duró 53 años, pasó unos 17 en el exilio. Murió de una trombosis cerebral, igual que su padre. Aunque es un personaje que me fascina y tengo investigado, ha sido un trabajo arduo de síntesis. Su producción fue ingente para una vida tan corta. Dormía muy poco y tenía dos drogas: el trabajo ―se pasaba jornadas de más de 10 horas leyendo y escribiendo― y el poder.
P. Usted afirma que su camino fue el ascenso al poder.
R. Lenin sabía que el poder se podía adquirir, que lo difícil era mantenerlo. No tenía ningún talento particular ―no era una persona magnética ni un gran escritor ni orador―, pero sabía leer a las masas. Algo que hoy se paga con oro. A nivel político, hay un momento en su vida que es magistral: la toma del Palacio de Octubre.
P. ¿Por qué?
R. Quiere el poder, no lo tiene asegurado y va a contrarreloj. El verdadero golpe lo da en el congreso soviético, cuando la riqueza de los sóviets pasa a ser un triunfo bolchevique; un espacio radical que había sido una minoría histórica. Lenin se hace con el control y empieza a diagramar el Estado soviético, con unas características fascinantes. Por ejemplo, la idea de que el futuro está ahí delante, y que siempre hay que moverse en esa dirección. Hay una suerte de religión laica en todo esto.
P. Actualmente, ¿hay una aspiración de futuro?
R. La aspiración actual está basada en la maximización del individualismo; el optimismo se asocia con la posibilidad de tener un poco más de sueldo para poder cambiar de smartphone. Vivimos en una sociedad ultracapitalista, en la que nadie se plantea una vida en colectivo. Somos unos inconscientes. La propuesta de Lenin es la opuesta.
P. ¿Cree que está surgiendo una nueva clase social?
R. Más bien está emergiendo un nuevo paradigma: ¿Qué hacemos? En el capitalismo había que trabajar, producir. Sin embargo, la humanidad tiene ahora dos grandes retos. Por un lado, el colapso: vamos a una velocidad de crucero irrefrenable contra una pared que es la Tierra y sus recursos limitados. Por otro, la tecnología. Y me remito al discurso [del intelectual anarquista Piotr] Kropotkin, cuando hablaba del momento en el que la humanidad desarrollara una tecnología que llevara a replantearse el sentido de trabajar.
P. Mientras, las redes sociales están replanteando el sentido de la verdad.
R. Son un artefacto. Iban a unir a las personas y resulta que nunca han estado más solas. ¿La gente piensan que los seguidores son amigos? En las redes se crean realidades distintas, cada uno está en su burbuja. Cuando se pierde el sentido de la realidad; se hace más fácil el control social. De ahí que la ultraderecha esté a tope en TikTok. Se han dado cuenta de que poniendo en práctica una serie de maniobras ganan elecciones: empezaron con Bolsonaro y siguieron con Argentina. Hay profesionales que trabajan para lavar el cerebro a gente y manipularla.
P. ¿En qué red estaría Lenin?
R. En TikTok. Y le iría muy bien. Utilizaría todos los medios tecnológicos a su alcance. Es lo que hizo en su momento con la fotografía o el cine. Además de arrancar sus propios medios; con Octubre o El acorazado Potemkin se crearon relatos. Por otro lado, aplicaba cualquier metodología para tumbar al adversario, incluso rompiendo los códigos. Cuando él decía a un opositor sabandija o rata apestosa, no lo hacía por insultar, sino para sacarlos de la caja. Esa metodología se parece a la que usa Trump, que es un maestro en esto. Y una más: la política contemporánea también trabaja con spin doctors: Iván Redondo, Miguel Ángel Rodríguez, o Steve Bannon. Lenin es antecesor de muchas de estas estrategias.
P. ¿Por qué Lenin sigue generando esa visceralidad?
R. La primera persona que inicia la narrativa de odio hacia Lenin es Churchill. Les dijo a los alemanes: ‘Habéis creado la máquina que os va a destruir completamente’. Lo hizo durante la I Guerra Mundial, cuando Alemania financiaba a la disidencia zarista, para intentar que el imperio colapsase y conseguir controlar ese frente. Así, dieron mucho dinero a la causa bolchevique, porque eran los más radicales. Churchill les advierte de que si esa gente llegara al poder; va a poner en tela de juicio al capitalismo, no a los alemanes o a los ingleses, sino a todo el mundo. Él es el primero que crea esta especie de monstruo que puede destruir todo aquello en lo que creen los hombres de bien. Básicamente, la Guerra Fría está basada en ese discurso. Y perdura: hoy en día, hay personas y políticos que describen todo lo que está contra ellos como comunismo, leninismo, estalinismo, antisemitismo…