Leila Guerriero: “No hay que ponerse en el lugar del otro, hay que cotejar lo que cuenta”

La escritora y columnista de EL PAÍS charla sobre su último libro, ‘La llamada’, con un grupo de suscriptores del diario

Encuentro de Leila Guerriero con suscriptores de EL PAÍS.

“Siempre hay inseguridades y dudas sobre si saldrá el libro, pero a la vez se tiene la certeza de que se va a poder. Es un poco paradójico”, explica la escritora y columnista de EL PAÍS Leila Guerriero a una veintena de suscriptores del diario, confidentes de la autora durante un rato. Este grupo de lectores, que participó en el programa de actividades de EL PAÍS+, acudió al bar Josefita, en Madrid, a charlar con ella sobre su última novela, La llamada, un meticuloso retrato de la activista Silvia Labayru, secuestrada durante la dictadura argentina.

Ante un corro de lectores de edades y orígenes diversos, Guerriero desgranó el proceso de la escritura y les permitió asomarse a los bastidores de la labor creativa. “El libro debía tener un dinamismo. Para mí no es banal pensar en esos aspectos al escribir sobre un tema así. Todo depende de las palabras”, apuntó. Para la autora, hay partes de la narración que requieren una “prosa más encendida” para que los lectores la perciban de una forma vívida.

Con esa voluntad, incluyó un párrafo de manera repetida a lo largo del relato, un elemento que forma parte de la propia estructura del libro, algo que, según recuerda entre risas, llevó a algunos lectores a advertirle que se repetía. Los asistentes escuchan mientras se sirven tortilla o cogen otra cerveza, y asienten absortos mientras Guerriero relata cómo se reunió con la protagonista del libro durante un año y siete meses, mientras se esperaba la sentencia del primer juicio por crímenes de violencia sexual cometidos contra mujeres secuestradas durante la dictadura argentina, en el que Labayru era denunciante.

“Fueron muchas entrevistas y muy largas y, para llegar un poco más allá, nunca tuve prisa”, explicó. Un lector le preguntó cómo decidió que había llegado el momento de ponerse a escribir y terminar aquellas conversaciones. “Uno tiene que empezar a despedirse. A veces seguía buscando cosas y me encontraba con lo mismo; esa puede ser una señal. Es muy posible que creas que hay algo donde no hay nada. Y también puede haber cansancio por parte del entrevistador”, expuso la autora.

Tras las entrevistas, llegó el momento de enfrentarse a toda la información recopilada. En este caso, Guerriero se dedicó a la escritura propiamente dicha desde diciembre de 2022 hasta marzo 2023. Tenía más de 90 horas de transcripciones de sus encuentros con Silvia Labayru, que se tradujeron en 1.930 páginas impresas, pero, además, disponía de vídeos, causas judiciales... Antes de sentarse a escribir pasó una o dos semanas leyendo todo para que la historia estuviera “muy viva” dentro de ella. Algo similar le ha ocurrido a uno de los asistentes: “En 15 días no he descansado porque no he dejado de pensar en la historia”.

Un par de asistentes le plantearon cómo cree que ha sido la acogida del libro en su Argentina natal y si considera que un texto así era necesario. “No lo hice porque sintiera que era necesario nada, sino para contar su historia”, sentenció la autora, que aseguró que, aunque quizá ha despertado cierta conversación en el país, “es un libro que no ejerce un juicio moral” y el público lo ha leído con desprejuicio, entendiendo que hay matices, blancos y negros, y que no finaliza con una conclusión sobre “quiénes son los buenos y quiénes los malos”. “El libro admite una zona temblorosa”, añadió.

Como entrevistadora, asegura que su trabajo con la protagonista se limita a “escuchar la historia, pensar en la repercusión que se puede tener en esa persona... Puedes llevarla a hablar de cosas que no sabía que sabía. Se trata de tener mucha sensibilidad, pero no ceder, por ejemplo, a la euforia, y tener claro tu rol”. Guerriero añadió: “No hay que ponerse en el lugar del otro, hay que cotejar (lo que cuenta). Para mí esa barrera está muy clara”.

Entre el ruido de la cafetera y de los botellines y tenedores posándose en las mesas, los lectores de EL PAÍS preguntaron a Guerriero cómo evitó “entrar en lo escabroso”. “Si no sé cómo preguntar sobre algo o hay pudor, trabajo sobre ello y no permito que ese problema mío se traslade. Lo que si pasó es que yo no hice cualquier pregunta en cualquier momento. Aunque ella estaba dispuesta a hablar, fue cuando hubo un terreno sólido y estaba clarísimo que yo no estaba sometiéndola a un interrogatorio cuando pregunté sobre algunas cosas. Cuando la conversación se da, se da”, detalló la escritora.

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