El saber cambia de forma

Dado que venía de saludar al saber torcido, un cierto trastorno me causó el choque, el contraste, con los libros de línea recta tan a la orden del día

El escritor portugués Gonçalo M. Tavares, en mayo de 2010 en Lyon (Francia).Ulf ANDERSEN (Gamma-Rapho/ Getty Images)

Se cumplen veinte años de la publicación de Biblioteca, de Gonçalo M. Tavares, libro en el que, en lugar de viajar por países, se viaja por escritores, se viaja por Kafka y por Highsmith y por Swedenborg y por tantísimos otros. En la introducción, Tavares dice que le agrada la idea de que “alguien pueda leer algunos de estos fragmentos hoy, y otros de aquí a algunos años”...

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Se cumplen veinte años de la publicación de Biblioteca, de Gonçalo M. Tavares, libro en el que, en lugar de viajar por países, se viaja por escritores, se viaja por Kafka y por Highsmith y por Swedenborg y por tantísimos otros. En la introducción, Tavares dice que le agrada la idea de que “alguien pueda leer algunos de estos fragmentos hoy, y otros de aquí a algunos años”. Hará unas horas, he recogido el guante y he vuelto al libro veinte años después, y he reparado en que a Wittgenstein le describe así: “Lateral mentalmente, como todo individuo interesante”.

Al instante, he visto que tres de los libros leídos últimamente habían sido urdidos por grandes mentes laterales. Obras de Mariana Sández, de Moisés Mori, de María Negroni. Las tres, con estilos en los que la literatura es esencial, se desmarcan de lo aburridamente fiel a la uniformidad de lo pasajero.

He pensado en lo lateral, con su capacidad de activar lo estancado, y en la desaparecida revista Lateral, que tomó su nombre de un agudo punto de vista de Elias Canetti, para quien el saber, a medida que crece, cambia de forma, porque no hay uniformidad en el verdadero saber: “Todos los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los del caballo en el ajedrez. Lo que se desarrolla en línea recta y es perceptible resulta irrelevante. Lo decisivo es el saber torcido y, sobre todo, lateral”.

Dado que venía de saludar al saber torcido, un cierto trastorno me causó el choque, el contraste, con los libros de línea recta tan a la orden del día, todos con su menosprecio o simple ignorancia de los problemas de estilo y con su abandono de cualquier tensión del pensamiento. Me salvé volviendo a La idea natural, de María Negroni, donde se indaga en lo “escrito” sobre la naturaleza a lo largo del tiempo —un bello catálogo de archivo— y se hace evidente el interés de la escritora de Rosario por lo lateral, por aquellas escrituras en las que destaca la singularidad de las propuestas y los desafíos a lo establecido.

Cualidades que también se dan en Doble Autorretrato Mundo, de Moisés Mori, donde una sucesión de lecturas e investigaciones van construyendo la vida de quien las relata. Quien habla ahí es un narrador–personaje al que vemos ir entrelazándose con las historias del francés Édouard Levé y el peruano José María Arguedas, dos escritores que, en sus respectivos libros póstumos y sin saber nada el uno del otro, anunciaron lisa y llanamente su suicidio.

Más que una novela, el libro de Moisés Mori es un “tejido de huellas, un campo de citas, sombras”, una poética de investigación de senderos que se bifurcan huyendo de lo uniforme. Tendencia que está de fondo en un libro emocionante y de gran maestría técnica: La vida en miniatura, de Mariana Sández, novela conducida por las voces de dos mujeres que alternan su discurso y, al desplazarse a todos los laterales posibles de su fábula sobre cómo mandarlo todo al diablo, nos revelan que en realidad sólo la literatura, con sus insignificantes pero dorados secretos laterales, está en el centro de la casa grande de la vida.

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