Descolonizar un museo: más allá de víctimas y villanos

Centrar el debate en leyendas negras o doradas no tiene nada que ver con una práctica que lleva años desarrollándose en las instituciones más prestigiosas del mundo

Fardo funerario con restos humanos en el Museo de América de Madrid, en una imagen tomada en mayo de 2023.Andrea Comas

La National Gallery de Londres dedica estos días una exposición temporal a El desayuno de la familia Lavergne, de Jean-Étienne Liotard, con el original en pastel (1754) y su versión al óleo (1773), para explicar el proceso creativo de uno de sus más reconocidos trabajos. Además del virtuosismo y la belleza de los cuadros, llama la atención la voluntad de resaltar las contradicciones de la sociedad dieciochesca. Varias cartelas comentan la pasión que el pintor sentía por ...

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La National Gallery de Londres dedica estos días una exposición temporal a El desayuno de la familia Lavergne, de Jean-Étienne Liotard, con el original en pastel (1754) y su versión al óleo (1773), para explicar el proceso creativo de uno de sus más reconocidos trabajos. Además del virtuosismo y la belleza de los cuadros, llama la atención la voluntad de resaltar las contradicciones de la sociedad dieciochesca. Varias cartelas comentan la pasión que el pintor sentía por la porcelana japonesa y una de ellas apunta: “La sofisticada elegancia de estas vajillas de lujo enmascara el hecho de que el café, el azúcar y el chocolate eran producidos por esclavos en las colonias europeas del Caribe y América. Sin duda, Liotard, sus clientes y sus modelos eran conscientes de estos hechos”. Este es un ejemplo representativo de lo que sería una práctica descolonial en el discurso museístico: ofrecer al visitante una información factual sobre el contexto histórico que acompaña a una obra, un relato basado en fuentes documentales contrastadas, no en opiniones.

Las políticas de descolonización de los museos tienen que ver con una teoría y práctica concretas que distan mucho de los tira y afloja sobre leyendas negras y doradas. En este debate sobran las defensas y ataques del pasado imperial español repleto de lugares comunes y simplistas reducciones históricas, más propios de opinadores tendenciosos que de especialistas. Lamentablemente, algunas de las declaraciones de los últimos días son bochornosas y me llevan a pensar que los historiadores hemos fracasado a la hora de explicar lo que fuimos, con nuestras luces y nuestras sombras.

El debate sobre “conquista sí, conquista no”, sobre “víctimas y villanos”, nada tiene que ver con descolonizar los museos. Descolonizar un museo no consiste en sostener narrativas cercanas al “y tú más”, sobre si fuimos más bondadosos o justos que los británicos con las poblaciones originarias, sobre la compensación a los países latinoamericanos por la extracción de oro y plata o sobre pedir perdón por los actos violentos pretéritos. Centrar este tema en esta cuestión es errar totalmente y confundir a la opinión pública respecto al verdadero sentido de esta práctica museística que lleva años desarrollándose en las instituciones más prestigiosas del mundo. No vendría mal que España se pusiera manos a la obra para modernizar su relato, a pesar del fanatismo imperial, trasnochado y cansino de algunos.

Entonces, ¿en qué consiste descolonizar un museo? No se trata de reescribir el pasado, sino de explicarlo más y mejor. De impulsar acciones que tendrían como objetivo el cambio de paradigma a la hora de exponer las colecciones que, con tanto celo y profesionalidad, se conservan en los museos españoles. Es ofrecer una reflexión sobre la arquitectura discursiva de los objetos expuestos, resignificar piezas, poner en valor otras. Dar voz a los grupos subalternos, huir de una interpretación lineal del colonialismo. Acondicionar su explicación o reorganización a la realidad actual de la sociedad española, más dinámica y heterogénea, que difiere bastante de la de hace décadas. Abrir sus comités de asesores a otras visiones, a otros colectivos que puedan colaborar en sugerir exposiciones o en repensar miradas. En definitiva, huir de la momificación de algunos museos y transformarlos en lugares más acompasados al presente.

Una colección creada en el XIX o principios del siglo XX no puede tener los mismos parámetros que la que organizaríamos en la actualidad. No obstante, cualquier política de renovación precisa de fondos para llevarla a cabo, de lo contrario, todo se quedará en palabras y en tertulias furibundas y sesgadas. Espero que el ministro de Cultura haya pensado que las buenas ideas son más fáciles de aplicar si los presupuestos son generosos, porque, al fin y al cabo, los museos son una excelente publicidad para la reputación de un país. Qué mejor que invertir en un producto que atrae a cientos de miles de visitantes.

No olvidemos que el turismo demanda museos innovadores, agentes culturales contemporáneos que representan uno de los ingresos fundamentales del producto interior bruto español. Sería muy chato oponerse a este esfuerzo de reenunciación, cuando tenemos un público diverso y multiétnico. También es preciso aclarar que la aceptación de las políticas descoloniales en los museos privados resulta exitosa, al gozar de mayor autonomía de contratación y de agilidad en su implementación, pero esto no niega la profesionalización de los equipos y de los técnicos de museos públicos de este país, con una gran capacidad de reinterpretación y de trabajo.

En el Museo Nacional del Prado podemos contemplar cada vez más obras y exposiciones creadas por mujeres, impensables hace unos años; no hace mucho que se exhibe el bello león El Cid (1879), de Rosa Bonheur. Me pregunto cuántas obras producidas en América durante el reinado de los Austrias o los Borbones están expuestas en sus salas. ¿Es que su factura o su calidad no son dignas de sus paredes? ¿Por qué un ángel arcabucero de la escuela de Quito no puede compartir espacio con artistas españoles o europeos? ¿Por qué podemos deleitarnos con una mesa de piedras duras y no detener nuestra mirada en una batea michoacana del periodo virreinal? Apostar por exponer piezas americanas también es un ejercicio descolonial.

'Una etíope' (siglo XVII, sala 92), exhibida en el Museo del Prado. Museo del Prado

El Museo del Prado, que se esfuerza por resignificar cartelas y los textos de su web, cede a instituciones como el Museo de América sus obras de temática americana, tal vez por considerar que un museo monográfico las pondrá más en valor. De todos modos, sería muy positivo que también expusiera en su colección permanente algunas de ellas, aun siendo consciente de la dificultad que ello entraña. Otro acto que podría ayudarnos a comprender esta política sería incorporar explicaciones pormenorizadas de algunas piezas. Solo una muestra de muchas: la escultura Una etíope (siglo XVII, sala 92) podría añadir un texto más extenso sobre lo que significó el sistema esclavista para la humanidad y que España fue, junto con Brasil, el último país en abolir definitivamente la esclavitud en 1886. No podemos observar lo americano con referentes ajenos o falsear el mestizaje en favor del blanqueamiento poblacional. Los museos no pueden ser lugares de memoria racializada, deberían huir de una narración acrítica. No me cabe duda de que las direcciones de los museos españoles sabrían afrontar este reto modernizador.

Se trata de adoptar la “ética cultural” como bandera. Si un museo exhibe o guarda en sus depósitos restos óseos humanos, tendría que devolverlos a su lugar de origen, donde les dieran un tratamiento digno. Los controvertidos casos del guerrero de Banyoles o el de Sara Baartman, la venus Hotentote, ejemplifican estas prácticas de restitución. Igual medida se aplicaría a los objetos robados o de dudosa procedencia. El Consejo Internacional de Museos (ICOM) es bien claro al respecto y España hace valer estas recomendaciones cuando hay constancia de que existen piezas expoliadas o robadas. Los museos tienen que cuestionarse qué y cómo quieren estar, cuál es su misión en la sociedad en la que están inmersos; no son burbujas culturales atemporales y elitistas. No estaría de más saber el segmento social de sus visitantes. Democratizar un museo no consiste solo en que la entrada sea gratuita, es hacerse visible y necesario para todos los sectores sociales.

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