Juana de Aizpuru, la galerista que se inventó Arco, comienza su retirada: “Puede que me instale en Sevilla y me dedique a aprender a morir”

Figura esencial para el arte contemporáneo español, la coleccionista liquida los fondos de su histórica galería en Madrid

Juana de Aizpuru, en su galería de la calle Barquillo en Madrid.Jaime Villanueva

La mesa de trabajo de Juana de Aizpuru está a rebosar de ramos de flores. Son tulipanes, camelias y lirios que le han enviado sus artistas (sus niños, dice ella) en cuanto se han ido enterando de que su galerista se retira. Con 90 años cumplidos y más de 50 de intensa actividad, no entraba en sus planes la opción de jubilarse como ansía la mayor parte de los mortales. Juana de Aizpuru, una de las galeristas más destacadas de España, mant...

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La mesa de trabajo de Juana de Aizpuru está a rebosar de ramos de flores. Son tulipanes, camelias y lirios que le han enviado sus artistas (sus niños, dice ella) en cuanto se han ido enterando de que su galerista se retira. Con 90 años cumplidos y más de 50 de intensa actividad, no entraba en sus planes la opción de jubilarse como ansía la mayor parte de los mortales. Juana de Aizpuru, una de las galeristas más destacadas de España, mantiene todas sus facultades mentales en perfectas condiciones. El movimiento tampoco es un obstáculo para ella, aunque haya tenido que sacrificar los tacones por unas elegantes deportivas rojas. Su carta de despido ha llegado en forma de un persistente ruido extraño que se le ha alojado dentro de la cabeza, como un sifón abierto que la tiene martirizada.

Sentada en su rincón habitual de su famoso local de la madrileña calle Barquillo, Juana de Aizpuru cuenta que todo empezó hace poco más de un mes. “En la feria Estampa noté que los ruidos que tenía dentro de la cabeza me impedían atender a la gente y días después, comiendo con los hijos de Miguel Ángel Campano [el pintor madrileño fue uno de los puntales de Aizpuru y ella gestiona su legado], tuve que salir del restaurante porque estaba enloqueciendo. Me vine a la galería. Me recosté en la butaca y me dije que esto se acababa”.

Juana de Aizpuru posa con el cartel: "Si piensan recaudar más, que equivocados están". El mundo de la cultura protesta por los recortes y la subida del IVA del Gobierno de Mariano Rajoy.SAMUEL SÁNCHEZ

La galerista extiende los brazos señalando los luminosos espacios del local a la vez que con la voz rota dice que esto se acaba. “Esto”, como ella dice, empezó en noviembre de 1970 con su primer local en Sevilla. Después vendría Madrid, la creación de la feria de Arco, la frustrada bienal de Sevilla y más de 550 exposiciones con artistas por los que ella apostó y con la que ellos se comprometieron. En los primeros tiempos consiguió a Carmen Laffón, Zóbel, Saura, Gerardo Rueda, Julio López, Equipo Crónica. Luego fueron llegando Juan Muñoz, Martin Kippenberger, Jiri Dokoupil, Joseph Kosuth o Miquel Barceló, entre otros muchos.

Nadie supo resistirse a lo que Alberto García-Alix califica como una personalidad irresistible. El fotógrafo pasó a formar parte de la galería a finales de los ochenta, aunque ya se habían conocido durante una de las primeras ediciones de Arco, cuando García-Alix se dejó seducir por la imponente presencia de la galerista, una figura alta y sofisticada con un pelo rojo visible en la distancia. “Ella es única. Tiene una intuición y unos conocimientos que son difíciles de encontrar. En lo personal y en lo profesional, es una mujer excepcional”, remata el fotógrafo.

Mientras Aizpuru conversa con EL PAÍS, su asistente le pasa llamadas “urgentes” de algunos de los artistas entristecidos por un final que, pese a lo previsible, ninguno parecía esperar. Dora García, Jordi Colomé o Rogelio López Cuenca son algunos de los que llaman “hechos polvo”, en palabras de la galerista. “Tengo contratos con 31 artistas. Casi todos llevan conmigo más de 40 años. Empezaron muy jóvenes y mira dónde están. Todos son primeras figuras. Para mí siempre serán unos niños cuyo futuro no me preocupa porque se los van a rifar las galerías españolas y de fuera. Son buenísimos”.

El despacho de Aizpuru en Madrid.Jaime Villanueva

La primera aproximación de Juana de Aizpuru al mundo del arte contemporáneo fue como coleccionista y a lo largo de los años no ha hecho más que agrandar su colección con lo que compraba a cada artista o con el sobrante de muchas exposiciones. Confiesa no haber tenido más caprichos que el arte, aunque haya habido exposiciones que se ha comido al completo. De ello da fe Rogelio López Cuenca, quien empezó con ella en Sevilla: “En 1988 mostró mi primera exposición individual [Proletarian Portrait], en la que, por cierto, no se vendió nada, por lo que me temí que hasta ahí había llegado lo nuestro. Unos meses más tarde hicimos otra [Quartier Tatlin] en Madrid, que fue mejor recibida. Y hasta hoy…. Muchos años, de modo que en nuestra relación los vínculos afectivos no son en absoluto secundarios, sino muy centrales e indisociables del trabajo en común”.

Juana de Aizpuru en la galería Las señoras del arte, en una imagen de 1990.Francisco Ontañón

Venta de su colección

Aizpuru no precisa el número de obras que posee repartidas entre la galería, sus viviendas de Madrid y Sevilla y el almacén próximo a la capital. No quiere donar ni regalar. Los casos de colegas como Helga de Alvear, que ha regalado un museo a Cáceres, o de Soledad Lorenzo, que le dio su colección al Museo Reina Sofía, no van con ella. Su capítulo de donaciones se cerró cuando regaló 26 obras al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla. Y para no perder tiempo, esta misma semana recibe a un experto que representa a un banco del País Vasco que está muy interesado en adquirir la colección. “Le he preparado una selección de 150 pinturas que son excepcionales. Veremos”.

Lamenta la galerista que ninguna de sus tres hijas (Cristina, Margarita y Concha) haya querido seguir con el negocio. “Un día reuní a las tres y me contestaron que cuando heredaran, venderían cada una su parte de la colección. Una pena. Para eso, trataré de negociar yo con ellas. El archivo de la galería se lo vendí al Reina Sofía y se lo llevan en estos días”, explica.

Exposición de Alberto García-Lix en la galería de Aizpuru, en septiembre de 2012. Santi Burgos

¿Qué tiempo se da de trámites hasta cerrar las puertas definitivamente? “Calculo que me queda un año de gestiones. Luego, lo más probable es que me instale en mi casa sevillana y me dedique a cuidar de mis plantas y a charlar con la gente. Mi casa está junto a una plaza preciosa llena de limoneros y son muchos los que se paran a charlar un rato. Allí aprenderé a morir, porque yo siempre he pensado en vivir. Mi salud ha sido extraordinaria y siempre me he imaginado haciendo cosas. Creo que si no te jubilas a los 65, como hace la gente normal, ¿cómo vas a pensar en ello a los noventa? Yo hubiera querido seguir”.

¿Qué echará de menos cuando se siente entre los limoneros? “Toda esta vida que tengo, que consiste en dedicarme exclusivamente al arte”, responde Aizpuru. “Lo que más coraje me da es no viajar, no poder ir a las ferias. Si me pregunta cuál es mi favorita, le diré que mis mejores recuerdos están con la Feria de Ginebra (Suiza). Es pequeña, manejable y delicada con los artistas y galeristas. Arco, a la que este año ya no iré, se ha convertido en algo demasiado profesional y frío. Interesa el dinero ante todo. Es importante, no digo que no, pero el arte no es cualquier objeto de consumo. Es otra cosa”.

Juana de Aizpuru, pionera del galerismo español, tiene un modelo muy claro como referente de su oficio, el galerista y coleccionista Ernst Beyeler. “Murió con la misma galería modesta que había tenido siempre en Basilea y nunca quiso instalarse en una gran ciudad como Nueva York para enriquecerse como hacen otros muchos”. Pero de quien se siente más próxima es del galerista y mecenas francés Aimé Maeght, quien en sus espacios de París, Saint Paul de Vence y Barcelona procuraba que los artistas tuvieran la tranquilidad y los medios que necesitaran para la creación de sus obras.

El estand de Juana de Aizpuru, en la edición de Arco de 2011.Bernardo Pérez

De los coleccionistas que ha conocido a lo largo de los años, lamenta decir que están muertos casi todos. “Es un mundo que ha cambiado mucho. Antes querían escuchar mi opinión, pero ahora vienen clientes a la galería acompañados de un arquitecto o de un interiorista que decide con base en cómo quiere decorar sus paredes. No todo es así, pero es una tendencia que se está imponiendo”.

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