El arte también fue cómplice de la demonización de los judíos y los conversos

Una exposición en el Museo del Prado recuerda que durante casi tres siglos la cultura se puso a la orden de la uniformidad identitaria ordenada por la Inquisición

Una de las salas de 'El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval' en el Museo del Prado.Rodrigo Jimenez (EFE)

Una de las maquinarias que la Inquisición engrasó con pericia para uniformizar la identidad en España fue el arte. La propaganda también puede tener forma de cuadro, talla y retablo cuando no hay otros medios de comunicación masiva. Valga un ejemplo: en una de las Cantigas de Santa María (de Alfonso X el Sabio) se narra a través de imágenes cómo un judío roba en Constantinopla un icono mariano y, tras arrojarlo a una letrina, muere a...

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Una de las maquinarias que la Inquisición engrasó con pericia para uniformizar la identidad en España fue el arte. La propaganda también puede tener forma de cuadro, talla y retablo cuando no hay otros medios de comunicación masiva. Valga un ejemplo: en una de las Cantigas de Santa María (de Alfonso X el Sabio) se narra a través de imágenes cómo un judío roba en Constantinopla un icono mariano y, tras arrojarlo a una letrina, muere a manos del diablo. La fortuna, como no podía ser de otra manera, es que la tabla se mantiene intacta y (¡oh, sorpresa!) encima tiene una dulce fragancia. Como consecuencia del milagro, toda esa comunidad judía se convierte al cristianismo.

Resumen: el judío malo es castigado por el peor de los villanos, el demonio. El icono cristiano es indestructible y, por tanto, eterno. No queda otra que cambiarse de bando.

La manera en la que el cristianismo construyó esa identidad única y, de paso, la del otro sin margen para la diferencia es el eje narrador de El espejo perdido. Judíos y conversos en la España Medieval en el Museo del Prado. “Esta no es una exposición de historia del arte, tampoco de historia, sino de la historia de las imágenes”, explica Joan Molina, comisario de la muestra en colaboración con el Museu Nacional d’Art de Catalunya. Esto significa que a esta muestra se viene a leer las cartelas con dedicación a la vez que se miran las piezas. Sin esas explicaciones, las imágenes pueden derivar hacia el malentendido o la manipulación, el objetivo último de la Iglesia y la Inquisición en los siglos XIII, XIV y XV.

Molina ha construido un relato que empieza por la reinterpretación de los ritos judíos, se encamina hacia la apropiación cultural, para después mostrar la deformación física del otro y culminar con el exterminio judío a mitad del siglo XV. “Está presente la idea del espejo que en la Edad Media se usa como metáfora de retrato”, dice Molina, “y son retratos nada asépticos. Como decía John Berger: siempre miramos en relación con nosotros mismos”. Por eso, esta no es una exposición sobre la vida judía en la Península, sino que trata de mostrar la mirada que se estableció hasta definir, siempre en los términos cristianos, al judío o al converso. “Un problema típicamente hispano”, afirma el comisario.

El ángel apareciéndose a Zacarías Domingo Ram Temple y pan de oro sobre tabla, 95,3 x 69,2 cm h.1470 Nueva York, The Metropolitan Museum, The Cloisters Collection, 1925, inv. 25.120.929.photo

En un paseo por las salas del Prado, primero obnubila la manera en la que se representa en una gran madera con pan de oro una de las tradiciones recogidas en la Cábala en la que Zacarías aparece en mitad de un ritual esotérico encadenado por si el resultado es su muerte y hay que evacuar rápido al muerto. Esta pieza, que pretende mostrar una suerte de intercambio de tradiciones, evoluciona hacia la imposición de la sospecha cristiana sobre los otros. Hay dos tallas sobre una tarima. Una representa a la Iglesia como una joven reina cuya autoridad se representa en la corona. La otra, a la Sinagoga, una mujer velada y con la cabeza inclinada en un gesto de tristeza. Hay más de humillación en la interpretación del otro que transferencia de culturas.

De la representación de la ceguera del judío se pasa directamente al antijudaísmo en un contexto de violencia sistémica contra esta comunidad. Son el enemigo que se caricaturiza con muecas histriónicas, lanceando una talla de Cristo, destrozando las hostias en retablos que coronaban los altares de las iglesias de los pueblos de España. “Esta iconografía se perpetúa”, dice Molina, “la deformación física es una metáfora de una condición de falta de moral que proviene del mundo antiguo”.

Una de las salas de la exposición en el Museo del Prado.Otero Herranz, Alberto

Este espejo ante el que la Inquisición puso a los judíos dificultó la reconciliación y tampoco ayudó en la concepción que había sobre los conversos. La iglesia primero abrió la puerta a más fieles. Pero una vez dentro, levantó unos muros más altos de los que había fuera. Comienzan las sospechas de “los cristianos viejos”, en palabras del comisario, sobre esos conversos que pasan a ser herejes y criptojudíos. Hasta tal punto que algunos de los señalados llegaron a encargar obras ad hoc como el Busto de Cristo de Antoniazzo Romano para despejar dudas. Esta pieza acabó en manos de Torquemada como garantía de la pureza cristiana y rehabilitar el buen nombre de su dueño.

'Auto de fe', presidido por Santo Domingo de Guzmán Pedro Berruguete Óleo sobre tabla, 154 x 92 cm h. 1491-99 Madrid, Museo Nacional del Prado, P-618.Jose Baztán Lacasa

A partir de la mitad del siglo XV se pasa del antijudaísmo al antisemitismo. Ya no se trata de cuestionar al converso por sus creencias o sus supuestas malas prácticas, directamente se les acusa de impuros por una cuestión de sangre. A los señalados se los colgaba de los muros de las iglesias. El arte se convirtió en la manera perfecta de edulcorar y justificar el exterminio de estas comunidades. Pedro Berruguete, además de ser uno de los exponentes del arte hispano flamenco, fue también uno de los fieles aliados de la Inquisición. Sus obras decoraron el convento de Santo Tomás de Ávila, la principal sede de esta institución. Algunas de estas piezas cierran la exposición: tres retablos dedicados a tres santos y un cuadro, Auto de fe, que es el mejor ejemplo de propaganda y justificación de la barbarie: el juicio a cinco conversos, dos de ellos quemados vivos.

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